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VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS. José Luis Torres Leiva. 86 minutos. Chile, Alemania, Argentina (2019). Con Julieta Figueroa, Amparo Noguera. Sección El Presente

Si en su anterior película de ficción, Verano (2011), José Luis Torres Leiva encontró la inspiración en sus recuerdos estivales y en el tiempo que pasó junto a sus abuelos en las termas de Cauquenes (Chile), en Vendrá la muerte y tendrá tus ojos el cineasta descubrió el punto de partida mientras leía un poema de Cesare Pavese que se titula igual que el film. El escritor italiano escribió este premonitorio texto después de un desengaño amoroso y muy poco antes de decidir acabar con su propia vida. Y aquí están los dos elementos sobre los que el cineasta trabaja en su película: la inminente cercanía de la muerte y una gran historia de amor.

Las protagonistas del film son dos mujeres que han vivido una relación sentimental intensa y prolongada durante años y que ahora ven cómo su tiempo en común se agota de manera inevitable por la enfermedad terminal de una de ellas. Por este motivo, toman la decisión de retirarse a una casa en el bosque para vivir juntas sus últimos momentos. Torres Leiva trata de capturar las emociones y la intensidad de la despedida, mientras ocupa el espacio íntimo de esta pareja de la que, sin embargo, se separa de manera abrupta y sorprendente en dos ocasiones. La práctica ausencia de movimientos de cámara y el uso recurrente de los primeros planos potencia la cualidad contemplativa de la película, que invita al espectador a interpretar cada mirada y disfrutar de cada gesto que intercambian las protagonistas.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos se presenta como un estimulante ejercicio de estilo, pero también como un acercamiento distinto a un tema tan cinematográfico como la muerte, que habitualmente se presenta en pantalla repleto de lugares comunes. Como corolario al retrato del final de una vida, Torres Leiva perfila lo que viene después, cómo cambian las existencias de los que se quedan cuando alguien cierra los ojos por última vez. Por eso remata su excelente película con una popular canción de Raffaella Carra que en su estribillo dice que “en el amor todo es empezar”. Fernando Bernal

<3. María Antón Cabot. 62 minutos. España (2018). Con Clementina Gades. Sección Oficial

Un documental no siempre enclaustrado en los límites de la no-ficción, <3 se propone plasmar todas las formas (y formatos) en los que se manifiesta el amor en los tiempos de Tinder. María Antón Cabot deambula por el Retiro madrileño y el observador/espectador se presta a ser observado. El amor ya tiene esto. La piel renuncia así a sus propiedades impermeables, y se potencian así los efectos transmisores del contacto humano. Tanto en sus tramos más formularios (construidos a base de entrevistas delante de la cámara, en las que la directora luce un muy reivindicable gusto por hacer hablar) como en sus momentos de escape filo-onírico, <3 se muestra siempre como un objeto cinematográfico que se siente a gusto en las distancias cortas. En la cercanía. Juventud desde la juventud. Conocimiento de causa por derecho natural. Confianza ilimitada a la hora de lanzarse a explorar y experimentar con esa misma fuerza incontrolable. Teddy Williams, para hacernos a la idea, anda por esos mismos parques. Al final, el círculo se cierra con una última mirada al espejo que, sorpresa, no devuelve el reflejo esperado. Narcisismo y fijación por el otro en un solo gesto: es la relación (de amor, claro) que mantenemos con esa entidad (la cámara, la pantalla) que todo lo capta… que todo lo deforma. Víctor Esquirol

LEYENDA DORADA. Ion de Sosa, Chema García Ibarra. España (2019). Con Al Sarcoli, Cristina Canchal, María Ángeles Rosco, Carlos Lebrón Lázaro. Sección Escáner

Parece una virtud nimia, pero tanto Ion de Sosa como Chema García Ibarra, en sus respectivos trabajos individuales, han sabido retratar con verdadero respeto esa clase/cultura popular española, ya sea levantina o emigrante, que pocas veces protagoniza relatos cinematográficos ajenos a la compasión y el miserabilismo. A los pocos minutos de arrancar Leyenda dorada, aparece un primer plano, nada estetizante, de un glorioso plato combinado –salchichas, patatas fritas, lechuga (iceberg), tomate–, probablemente el rey gastronómico de las mesas populares de verano. Y ese plano, sobre el que se superpone el canto popular de una vieja con gafas de sol sentada en un chiringuito de piscina, viene precedido de las manos de una joven que ojea despreocupada un libro sobre conjuros satánicos, rituales y ouijas. Un corte brutal que marca el tono que persigue la película: un trabajo de ficción costumbrista, o una suerte de costumbrismo de ciencia-ficción cargado de (buen) humor.

La combinación De Sosa-Ibarra es quizás uno de los duetos más geniales que ha alumbrado el cine reciente en España, dos almas gemelas que parecían destinadas a encontrarse, y que juntos han conseguido un exacto punto intermedio entre sus filias y fobias. Lo que enunciaban las primeras películas de Ibarra –una sci-fi teñida de absurdo popular, de retrato de barrio– ha devenido, gracias en parte a la intervención de de Sosa y su cámara de 16mm, en pequeños haikus (un sonido aquí, un diálogo allí) que apuntalan una historia que el espectador habrá de concluir. En Leyenda dorada, el sopor de las sobremesas de verano en esa piscina de tierra adentro se mezcla con una megafonía que se debate entre lo promocional y los sonidos de ultratumba, y un grupo de jóvenes que deciden invocar, ouija en mano, a Antonio Anglés. Apuntes humorísticos con los que De Sosa e Ibarra no solo acreditan la belleza del tedio veraniego y de las hormonas desatadas de los adolescentes (todos actores no profesionales), sino que convierten un escenario aparentemente banal en un candente híbrido de satanismo a plena luz del día, cultura popular y crónica negra. Quizás estos dos cineastas hayan superado el haiku y encontrado una fórmula patria más apropiada para nuestro contexto: el cine como plato combinado. Gonzalo de Pedro Amatria

LINA DE LIMA. María Paz González. 85 minutos. Chile, Perú, Argentina (2019). Ciclo Antirrealismo

Lina es una trabajadora doméstica peruana en casa de un rico chileno. Se prepara como cada año para ir a visitar a su hijo y a su madre en Lima para celebrar la Navidad. La vida de Lina es bastante opaca, tiene una cama en una pensión y a veces pasa la noche en la nueva casa de su empleador, que está de viaje y se la ha confiado, al igual que a su hija adolescente, con la cual Lina tiene una cercana y cálida relación. Pero Lina se da cuenta de que su hijo ha crecido, que la distancia entre ambos se ha ampliado, que él está metido en sus cosas y ella, una madre ausente, ha pasado a los márgenes de su vida. Sin embargo, incluso en su soledad, en su amargura, Lina encuentra una salida: una suerte de alter ego que en su fantasía canta canciones que combinan la cumbia peruana con músicas tradicionales de las distintas regiones de ese país, con una elaborada puesta en escena, producción de vestuario, coreografía, coros, etc. Una idea genial, creativa, desopilante, que se roba el film, del cual salimos cantando, a pesar del dolor. Josefina Sartora

JESUS SHOWS YOU THE WAY TO THE HIGHWAY. Miguel Llansó. 83 minutos. España, Estonia, Etiopía, Letonia, Rumanía (2019). Con Daniel Tadesse, Guillermo Llansó, Agustín Mateo. Sección Escáner

Miguel Llansó, autor de la desconcertante Crumbs, propone un visceral y extravagante acercamiento al cine de género en Jesus Shows You the Way to the Highway, una relectura de los códigos de la serie B orientados hacia la fantasía y la ciencia ficción. Se trata, en el fondo, de trastocar, a través de tramas enloquecidas, el sentido original de la iconografía popular, para así crear nuevas formas de representación. Si en Crumbs Llansó se nutría de la plasticidad y significación del paisaje etíope para entrar en el terreno de la distopía, en Jesus Shows You the Way… ese rol figurativo y semántico lo ocupa la geografía humana de su protagonista, el etíope Daniel Tadesse, que en la piel del agente especial Gagano deberá infiltrarse, junto al agente Palmer (Agustín Mateo), en un mundo virtual amenazado por el gobierno ruso. Más allá de la premisa argumental, resulta inútil intentar explicar el film de Llansó, ya que gran parte del (sin)sentido de la propuesta pasa por la perplejidad que genera su visionado. Regocijándose en un absurdista discurso geopolítico y referencial –donde el logo pixelado de Batman convive con unas caretas de Robert Redford y Richard Pryor–, Jesus Shows You the Way… muestra una cierta pretensión de ser original a cualquier precio. Su singularidad es incontestable, así como la efectividad de su trabajo con el stop motion, pero pasada la sacudida inicial, el embrollado argumento agota prematuramente su efecto sorpresivo. Júlia Gaitano

EL HIJO DEL CAZADOR. Germán Scelso y Federico Robles. 65 minutos. Argentina (2019). Sección Oficial

Luis Alberto Cayetano Quijano, oficial de la gendarmería en Córdoba, fue acusado de 416 crímenes (entre ellos 98 homicidios calificados y 5 imposiciones de tormentos seguidas de muerte) durante su actuación durante la dictadura militar, que tuvo como epicentro en el centro clandestino de La Perla. Por entonces llevaba a su quinceañero hijo hasta el lugar o incluso le hacía participar en operativos “contra la subversión”. El adolescente vio cómo su padre se enriquecía con dinero, joyas e inmuebles que pertenecían a las víctimas del terrorismo de Estado y, por entonces, le parecía lo más normal del mundo. Pero la relación con sus padres siempre fue mala, siendo él mismo víctima de todo tipo de abusos físicos y psicológicos. Con una carga insoportable de resentimiento, desprecio y odio, Luis Jr. no solo se fue distanciando de ellos sino que acabó decidiendo participar como testigo en una megacausa federal por delitos de lesa humanidad.

El documental de Scelso y Robles se sustenta sobre todo en el testimonio a cámara de Quijano Jr., aunque encuentra también algunas subtramas de interés cuando conocemos en detalle la historia de este hijo de represor que vivió viajando por el país y por el mundo, y se terminó casando con una bielorrusa, hija de un policía militar. No es que los dichos de ella agreguen demasiado, pero aportan una nueva perspectiva. Sin recurrir a artificios, El hijo del cazador gana en tensión y potencia cuando el testimonio del protagonista se concentra en los hechos en cuestión (¿hasta dónde es genuino su arrepentimiento?) y en su muy conflictiva relación con su padre y su madre. Todo lo demás (de las historias de viajes a sus opiniones sobre cuestiones como la pena de muerte o el honor para sus hija) resulta un poco superfluo ante la intensidad emocional del corazón del film. Diego Batlle

BLANCO EN BLANCO. Théo Court. 100 minutos. España, Chile, Francia, Alemania (2019). Con Alfredo Castro, David Pantaleón, Lola Rubio. Sección Escáner

Pedro, el protagonista de Blanco en blanco, se considera a sí mismo un fotógrafo. Sin embargo, su tarea trasciende la mera captura mecánica de lo real. Cada vez que Pedro planta su cámara para realizar una instantánea, el ritual tecnológico aparece acompañado de un cometido más relevante: la puesta en escena de una representación. Así, cuando Pedro llega, a finales del siglo XIX, a un confín inhóspito de Tierra del Fuego para fotografiar a la futura esposa, todavía una niña, de un enigmático y poderoso capataz llamado Mr. Porter, nada queda al azar. Para contentar a su patrón, Pedro invita a la pequeña a adoptar una pose sutilmente sensual, fabricando una ilusión erotizante que nada tiene que ver con la inocencia de la niña. Este abismo que se abre entre la realidad y la representación será la principal baza conceptual y formal de una película que denuncia el encubrimiento de la barbarie histórica –en este caso, el genocidio de los pueblos indígenas de Tierra del Fuego– tras la pérfida máscara del impulso civilizador.

Court dedica la primera mitad de la estimulante Blanco en blanco a perfilar el personaje de Pedro como un testimonio impávido de un universo contradictorio. Como si se tratara de un burócrata salido de un relato de Kafka, Pedro cumple con su misión poniendo toda su fe en las promesas de grandeza que representa Mr. Porter, un avatar incorpóreo de una “civilización” que impone su supuesta superioridad moral por la fuerza. Ni siquiera la severidad del entorno natural, nevado como en Los vividores de Robert Altman, escarpado como en Jauja de Lisandro Alonso, puede contener la sed de conquista de Mr. Porter y sus armados secuaces. Desde su posición aparentemente distanciada, Pedro –un Alfredo Castro que, de la mano de Court, depura y “esencializa” sus aires maquiavélicos– busca algún sentido a su existencia y finalmente la encuentra en el retrato fotográfico de la cacería itinerante que tendrá lugar en la segunda mitad del film.

Con una cámara que transita entre la quietud y el movimiento sinuoso, al borde de lo espectral, Court somete la película, en su recta final, a los sugerentes rigores del extrañamiento. En un momento particularmente deslumbrante, un larguísimo fundido encadenado llega a poner en entredicho los cimientos figurativos de Blanco en blanco, empujándola al terreno de la abstracción, una operación que ya puso en práctica Kelly Reichardt en aquel fundamental neowestern titulado Meek’s Cutoff. Aunque si hablamos de estampas icónicas, ninguna puede superar a aquel contraluz perfilado por una puerta que se abría desde la oscuridad en el arranque de Centauros del desierto de John Ford, un plano que reaparece en Blanco en blanco para invocar la dialéctica de lo civilizado y lo salvaje, aquí dos caras de una misma moneda. Manu Yáñez

DE NUEVO OTRA VEZ. Romina Paula. Argentina (2019). Con Romina Paula, Mónica Rank, Ramón Cohen, Esteban Bigliardi. Sección El Presente

Tras filmar con cineastas como Matías Piñeiro, Mariano Llinás, Hugo Santiago y Santiago Mitre, y de desarrollar una amplia trayectoria en las distintas facetas de la creación teatral, Romina Paula debuta en la dirección con una película que combina elementos del documental autobiográfico y del ensayo familiar (con viejas diapositivas incluidas) con aspectos puros de la construcción ficcional. En principio es la propia directora quien aparece en cámara junto a su hijo Ramón, de cuatro años, y a su madre. Ella ha regresado a Buenos Aires tras vivir en Córdoba en medio de una crisis con su marido (Esteban Bigliardi) que podría o no ser definitiva.

El film se asienta en la relación que se establece entre la abuela, la madre y el pequeño, y en cuestiones como el protagonismo del idioma alemán, pero también en las charlas de Romina con sus amigas, el coqueteo tanto con hombres como mujeres, y esa sensación contradictoria de frustración que significa volver al hogar materno cuando se está cerca de los 40 años y de liberación al poder dejar a su hijo al cuidado ajeno por unas horas y recuperar la vida nocturna, las fantasías, la aventura. El resultado es un relato no exento de riesgo, pero al mismo tiempo sostenido por la sensibilidad y la convicción de Paula a ambos lados de la cámara. Moderna y experimental sin ser ostentosa, visceral sin caer en el egotrip, De nuevo otra vez acepta sus limitaciones (no hay grandes alardes en el terreno formal) para concentrarse en lo que mejor le sienta: el registro más puro, cristalino y honesto posible. Diego Batlle

LONGA NOITE. Eloy Enciso. 93 minutos. España (2019). Con Celsa Araujo, Misha Bies Golas, Nuria Lestegás, Suso Meilan, Manuel Pumares, Verónica Quintana. Sección Escáner

Siete años después del estreno de Arraianos, Eloy Enciso vuelve a rondar los rincones olvidados de la geografía gallega, esta vez para arrojar luz sobre unos episodios que el tiempo ha querido enterrar de mala manera. Y es que, con Longa noite, el cineasta de Meira se desprende un tanto del interés etnográfico para ganar en carga política. No en vano, el propio título del film nos remite a un sombrío período histórico que, en la España actual, parece generar tanto extrañamiento como incomodidad. Hablamos (habla Enciso) del franquismo, esa noche de treinta años, esa herida mal cauterizada. Un hombre vuelve a su pueblo natal, convirtiéndose así en una especie de hilo conductor entre historias humanas inevitablemente marcadas por el contexto sociopolítico.

Estamos en Galicia, en unos años en los que la luz no tiene permitido moverse con libertad. Advertimos esto cuando, tras escuchar las quejas de dos mendigos que intentan ejercer su “profesión” con orgullo y dignidad, uno de ellos muestra su recaudación del día: un puñado de moneadas seguramente ajenas a la memoria de las nuevas generaciones. Al poco rato, por si todavía quedaban dudas, los dos mendigos se enfrentan a un obrero que está construyendo una prisión para un régimen totalitario. A partir de ahí, Enciso va invocando el recuerdo de victorias y derrotas pasadas que marcan los complejos, inseguridades y (crueles) vanidades del presente. Se trata de romper el tabú del ayer para conocer mejor el ahora. Para ello, el director y guionista echa mano de una fértil materia prima intelectual (textos de Max Aub, Luís Seoane o Ramón de Valenzuela) con la que moldear un proceso memorístico encarnado en un elenco de actores semiprofesionales.

La narración, dividida en tres episodios, nos habla del pánico sostenido, el exilio forzado y el encierro injusto. Lo hace, principalmente, a través de monólogos travestidos de diálogos. En bares, autobuses y casas de campo se encuentran personas que intercambian, a través de la palabra, sus respectivas vivencias, de las que se derivan claras consecuencias. Lo hacen en la soledad de un primer plano en el que solo cabe su semblante. La única comunicación posible se efectúa a través del corte de montaje entre planos de rostros que nunca llegan a compartir pantalla. Como si cada uno estuviera solo, atrincherado, en sus pensamientos; como si éstos fueran irreconciliables con los de la persona que está a pocos centímetros de distancia. Esta compilación de duelos interpersonales  se resuelve en un último acto de fuga hacia una naturaleza aparentemente inaccesible, pero que al mismo tiempo parece ser el último refugio de unas voces que no deben caer en el olvido. Víctor Esquirol

A FEVRE. Maya Da-Rin. 98 minutos. Brasil, Francia, Alemania (2019). Con Regis Myrupu, Rosa Peixoto, Suzy Lopes. Sección El Presente.

Tras una larga trayectoria en el cortometraje, el documental y las instalaciones, la carioca Maya Da-Rin debutó en el largometraje con una película notable a la hora de abordar la cuestión indígena desde la ficción, sin caer en pintoresquismos, paternalismos ni esa denuncia horrorizada tan habitual de la corrección política. Justino, un hombre de 45 años que proviene de la tribu de los Desana, se ha radicado desde joven en la ciudad norteña de Manaos, donde se gana la vida con un trabajo bastante rutinario como guardia de seguridad en el puerto. El protagonista vive con su hija Vanessa (Rosa Peixoto), quien tiene un puesto como enfermera en una clínica de esa zona amazónica, pero cuando a ella le confirman una beca para estudiar medicina en Brasilia todo cambia. El buen hombre siente en principio una mezcla de orgullo y felicidad, pero también algo de angustia por el abandono y la soledad que se avecina. Una extraña fiebre se le desata de a ratos. ¿Una reacción puramente psicológica?

Con una narración precisa, inteligente y austera, Maya Da-Rin construye una película que en ciertos aspectos dialoga con El custodio, de Rodrigo Moreno; Gigante, de Adrián Biniez; y Chuva é cantoria na aldeia dos mortos, de João Salaviza y Renée Nader Messora, pero con un universo y un vuelo propios. Ninguna de las decisiones formales o dramáticas (como el uso en buena parte de los diálogos en Tukano, la lengua original de los Desana, la aparición de otro guardia de seguridad de pura estirpe “bolsonarista”, la visita de familiares que ofrecen un punto de vista diferente al de Justino) parece forzada, calculada o impostada. El film trabaja con rigor y convicción las contradicciones y dilemas de aquellos exponentes de los pueblos originales que se debaten entre integrarse o no a la sociedad “moderna”. Sin subrayados, con sutileza y sensibilidad, aprovechando la simpleza y la humanidad de sus intérpretes (Regis Myrupu ganó el premio a Mejor Actor en Locarno), la directora concibió una de las óperas primas más convincentes del cine latinoamericano de los últimos años. Diego Batlle