Endika Rey (Festival de San Sebastián)

Cobertura completa del Festival de San Sebastián.

– El comienzo de Le lion est mort ce soir donde Jean-Pierre Léaud habla –y actúa– sobre la muerte y el cine. Soy consciente de que las dos están muy alejadas, pero no pude dejar de pensar en El Desprecio mientras veía la película de Suwa… Il cinema (no) è un’invenzione senza avvenire.

– La idea perfecta de que Morir empiece con unas vacaciones en septiembre.

– Ese corte de montaje en Wonderstruck que nos lleva de las “stars” del universo a las “stars” del cinematógrafo. La película también nos dio uno de los mejores fuera de campo del festival: la magnífica Masterclass que Haynes y Vachon dieron en Tabakalera.

– El instante en que el protagonista de The Captain se pone el traje de capitán nazi y comienza a actuar como tal tras mirarse en el espejo retrovisor de un coche. La película se disfraza entonces de una perversidad que acaba contagiando a la cinta y, aunque no estoy seguro de que esto sea bueno, resulta fascinante.

– El encuentro entre Elisabeth Moss y Claes Bang de The Square, una película con varios peros pero también con algunas descontextualizaciones magníficas. La secuencia de sexo, ya de por sí incómoda, deriva hacia la tensión de una manera tan cómica como inesperada.

– La protagonista de La vida y nada más discutiendo con sus compañeras de trabajo sobre lo poco que le importa que Trump o Clinton ganen las elecciones. La película de Méndez Esparza se convierte progresivamente en el mayor agujero por el que mirar la realidad con el que me he encontrado en Donosti.

– La mudanza de Muchos hijos, un mono y un castillo. Salmerón sitúa la decadencia de El Desencanto en estos tiempos de crisis, pero tiene el mérito de hacerlo a través de una familia que en realidad, pese a todo, no ha dejado nunca de ser feliz.

The Disaster Artist: I did not hit her, it’s not true! It’s bullshit! I did not hit her! [throws water bottle] I did *not*. Oh hi, Mark!

– El cambio de formato en The Florida Project, que de repente se convierte, por un breve instante, en un reflejo de esa Tangerine rodada con el móvil. La calidad de la imagen se desvanece pero el movimiento se perpetúa.

– Las secuencias gastronómicas de Fe de etarras: si alguna película del festival merecía estar en la sección de “Culinary cinema”, era ésta. A nivel global, me da la sensación de que la recepción fue un poco injusta con la cinta por su carácter local, pero estamos ante una película que funciona tanto por lo que es como por lo que significa.

– La niña de Braguino, vestida con un vestido rosa y unas zapatillas hechas con los pies de un oso, mirando a los niños vecinos, a medio camino entre el embeleso y el miedo.

– La visita del gigante y su hermano a la reina en Handia. El diálogo en el que la monarca pregunta si el coloso es retrasado y el hermano contesta que no, que es vasco, fue uno de los más hilarantes del festival donostiarra.

– El melocotón de Call Me by Your Name. En una película tan pulcra, sorprende (para bien) encontrar un instante que apele tan directa y suciamente a la excitación como motor vital.

– La aparición de cierto testimonio en el tercer acto del documental Ni juge, ni soumise. Hasta entonces los asistentes al despacho de la jueza Anne Gruwez provocaban una risa nerviosa, pero en ese instante la carcajada se congela y la película muta de comedia a terror.

– El plano secuencia en que la niña desaparece en Pororoca y que tiene su correspondiente contrapartida en otro plano secuencia final. La mutación de su protagonista, a través de dos planos similares en concepto pero contrarios respecto a la puesta en escena, no puede resultar más contundente.

– El final de 120 pulsaciones por minuto en que el acto de resistencia política, el rito fúnebre y la fiesta se entremezclan y fusionan con una fuerza y una coreografía insólitas. Algo similar a lo que se puede decir de la propia película.

– Todo el viaje de Varda y JR en Visages villages, una película que hace mejor al cine y nos hace mejores a nosotros.