En su ópera prima, la cineasta alemana Helena Wittmann aborda la observación marina de un modo sistemático y al mismo tiempo libre, como si se tratara de un compendio desordenado de todos esos momentos en los que Melville describía el oleaje en Moby Dick. Wittmann se enfrenta a la inmensidad aguasalada con una voluntad dialéctica, proponiendo salvajes duelos entre el mar y la línea del horizonte, el mar y el cielo encapotado, el mar y su propia geometría variable. aunque el diálogo definitivo se establece entre el mar y la cineasta, que de manera muy consciente convierte lo infinito en abastable. A través de la dialéctica calma/agitación que se establece por el contraste entre la quietud de los planos habitados por dos mujeres (protagonistas de un relato en fuga) y el movimiento constante del oleaje, Drift explora otros choques conceptuales pertenecientes al orden de lo metafísico: armonía/turbulencia, estabilidad/inestabilidad, presencia/ausencia. Una dimensión abstracta que proyecta la película de lo sensorial a lo existencial. Aunque no debe perderse de vista que Drift es ante todo una aventura perceptiva, una aventura para los sentidos que nos acerca a los misterios de la relación entre el mundo natural y la percepción humana, filtrada por el aura mágica, casi mística, del registro cinematográfico. Manu Yáñez

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