En Un blanco, blanco día, segunda película del islandés Hlynur Pálmason, la dimensión westerniana del film toma forma en el laconismo del protagonista, Ingimundur (un soberbio Ingvar Sigurðsson, un suerte de Richard Harris islandés), que decide enterrar en lo más hondo de su ser el pesar por el fallecimiento de su esposa en un accidente de coche. Por su parte, lo siniestro recorre la película desde su inquietante primera secuencia, en la que vemos despeñarse el coche de la esposa por un desfiladero cuando intenta sortear las curvas de una carretera tomada por la niebla. Y, por último, el peso del trauma emerge a la superficie cuando el protagonista descubre una posible traición en el pasado de su esposa, una situación que ya abordaron con tacto películas como Los descendientes de Alexander Payne o 45 años de Andrew Haigh. Manu Yáñez

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