Página web de Documenta Madrid (9-20 de diciembre)

Las proyecciones de la Competición Nacional de Documenta Madrid se llevarán a cabo en las salas de Cineteca Madrid.

THOSE THAT, AT A DISTANCE, RESEMBLE ANOTHER. Jessica Sarah Rinland. 67 minutos. España, Argentina (2019).

En su nuevo trabajo de orfebrería fílmica, Jessica Sarah Rinland prolonga su metódica exploración del concepto de utopía cultural, algo de lo que ya dio buena cuenta en la extraordinaria Black Pond. En Those That, at a Distance, Resemble Antoher, la cineasta británico-argentina sustituye al grupo de investigadores naturalistas de su anterior film por un heterodoxo equipo de arqueólogos y conservadores que ponen todo su conocimiento acerca de la preservación al servicio de museos de todo el mundo, de Sao Paulo a Londres. Con una vocación marcadamente ensayística, Rinland plantea un merodeo conceptual (abierto y zigzagueante) en torno a la conservación del pasado y la realización de copias. La preservación, en una reserva natural, de una raza de “monos aulladores” sirve para contextualizar la interpretación de la Teoría de la Evolución como una larga cadena de copias de un mismo ADN, una lectura darwiniana inspirada por la película Copia certificada, el monumento metalingüístico de Abbas Kiarostami. Luego, las imágenes del humilde taller de un ceramista se emparejan con el sofisticado trabajo de un grupo de conservadores museísticos: la empresa científica hermanada con el trabajo artesanal. Y, en la cumbre del elogio al conocimiento, Rinland observa la realización de copias de viejas tablas de escritura antigua. La copia como forma de perpetuación del saber.

En un momento crucial del film, la trabajadora de un museo –a la que nunca vemos el rostro; una estrategia habitual con la que Rinland subraya el carácter universal de su discurso– afirma lo siguiente: “La copia es perfecta e inalterable, mientras que el original es víctima del tiempo y de la realidad”. Lo transitorio y lo constante, lo efímero y lo perdurable, lo perecedero y lo inmortal. Dialécticas con las que Those That, at a Distance… articula una reflexión de orden ontológico acerca de lo fílmico –el interés de Rinland por el estudio del dispositivo cinematográfico se hace evidente cuando filma, con su cámara de 16mm, el visor de una cámara fotográfica digital, como si se tratara de un palimpsesto invertido–. ¿Qué es el cine?, se pregunta esta cineasta realista mientras sus “personajes” hablan de lombrices que participan en la conservación de restos arqueológicos, o mientras un láser pule la superficie de un viejo hueso de elefante. ¿Qué es el cine? ¿Un arte embalsamador, capaz de detener el tiempo mediante su dispositivo de “reproductibilidad técnica”? ¿O se trata más bien de un arte inclinado a la invocación del transcurso del tiempo, una herramienta privilegiada para el retrato de los procesos evolutivos, naturales, históricos? ¿Podría ser una mezcla de ambas cosas? Igual de minuciosa que los protagonistas del film, Rinland envuelve su atorreflexivo estudio sobre la naturaleza del cine con un conmovedor homenaje al esmero y delicadeza de los arqueólogos y conservadores. Unos científicos cuya infatigable actividad manual toma, en las imágenes de Those That, at a Distance…, la forma de un ritual sagrado, un cometido trascendental que nos devuelve la fe en lo que queda de civilizado en el espíritu humano. Manu Yáñez

DE LOS NOMBRES DE LAS CABRAS. Sílvia Navarro Martín y Miguel G. Morales. 63 minutos. España (2019).

Una de las primeras voces que escuchamos en De los nombres de las cabras es la del investigador Luis Diego Cuscoy, quién rehúsa ser considerado un arqueólogo y prefiere definirse como un “aprovechado de la arqueología”. Cuscoy argumenta su condición parasitaria añadiendo que la ciencia social nunca fue para él una finalidad, sino un medio para explorar el pasado prehispánico de las Islas Canarias, cuestión que ocupó gran parte de su labor antropológica a mediados del siglo pasado. En este sentido, cabría considerar a Sílvia Navarro Martín y Miguel G. Morales, los directores de De los nombres de las cabras, como sendos “aprovechadores de imágenes”, en particular, del legado fílmico que dejó tras de sí Cuscoy relacionado con la vida de los guanches, los aborígenes de Tenerife que, a finales del siglo XV, en pleno estallido colonizador español, fueron forzados a abandonar su hogar. Los vestigios que los guanches dejaron en el interior de cuevas de roca volcánica sobrevivieron en el imaginario tinerfeño en forma de leyenda, como un estrato enterrado en lo hondo de una mitología propia.

Al revisar las grabaciones del antropólogo y escritor gerundense, Navarro Martín y G. Morales hacen hablar tanto el pasado precolonial de la isla como la propia realidad contemporánea de Cuscoy. Escuchar las declaraciones de los habitantes de los pueblos del Tenerife de mediados del siglo XX deviene un descubrimiento arqueológico en sí mismo. Sin embargo, alejándose de toda sistematización cientifista, renegando del didactismo, De los nombres de las cabras apuesta por la abstracción visual. Un trabajo de sugestión atmosférica que trae a la memoria el cortometraje De una isla, en el que José Luis Guerin construyó un onírico homenaje fílmico a Lanzarote. Ambas piezas comparten esa aura misteriosa que tienen los álbumes de fotografías antiguas. Uno de los pastores entrevistados por Cuscoy recita, en lo que parece una lista interminable, las distintas formas de referirse a los chivos (de ahí el título de esta hipnótica película). En lo que podría parecer una curiosidad, una anecdótica, resuena una cuestión fundamental: ¿quedarán olvidados por la Historia, así como ocurrió con los santos y dioses guanches, los nombres de las cabras? Júlia Gaitano

GORRIA. Maddi Barber. 22 minutos. España (2020).

Una producción enmarcada en el proyecto X Films del Festival Punto de Vista, Gorria de Maddi Barber propone un acercamiento a la vida en el Pirineo navarro. Filmada en 16mm –gesto que expresa un compromiso ético con una determinada forma de vida–, Gorria remite al documental Le Cochon de Jean Eustache en su modo límpido y directo de capturar la relación entre el ser humano y el animal en un ámbito rural. Enhebrando una colección de imágenes que entrecruzan una antropología de los medios de producción (del aprovechamiento de las vísceras de los animales a la producción de productos lácteos), un atavismo salvaje (ecos de La sangre de las bestias de Franju) y una etnografía de tintes edénicos, Gorria se afianza en lo real pero no da la espalda a lo imaginario. Este cortometraje contiene más planos de manos que algunos de los largometrajes de Robert Bresson. Y apenas hay dos imágenes sostenidos de rostros. La primera muestra a una mujer que se alimenta de la carne de las bestias. La segunda es de una niña que mira hacia el fuera de campo y que, como la Ana Torrent de El espíritu de la colmena, impulsa la película hacia un territorio fantástico en el que el fuego y el cielo nocturno harán de testigos de tradiciones folclóricas en las que vibra un halo esotérico. Puede que la película no sepa muy bien qué hacer con los planos de unas flores que crecen en este paraíso crepuscular, pero sí sabe cómo formular oportunos interrogantes, como por ejemplo: ¿cuánto hay de convivencia harmónica y cuánto de agresión en el modo en que el ser humano ocupa el espacio natural? Las respuestas aguardan en las magnéticas imágenes de Gorria, en la curiosidad del espectador. Manu Yáñez

A MEDIA VOZ. Heidi Hassan y Patricia Pérez Fernández. España, Francia, Suiza, Cuba (2019).

“Busco el tono, busco una imagen que te hable de mí”, son las primeras palabras del documental A media voz, dirigido por Heidi Hassan y Patricia Pérez Fernández, a través de las cuales una mujer, cuya identidad aún no conocemos, lanza un mensaje misterioso que reclama la atención urgente de su interlocutora. La misiva, que parece ser lanzada a través del océano (imágenes del mar y las olas así lo sugieren, aunque quizá este es un océano más mental que físico), comienza titubeante pero termina siendo contundente: “Necesito que vuelvas a ser parte de mi vida”. Otra voz femenina responde, y en su respuesta se intuye la culpa. Es así como Heidi Hassan y Patricia Pérez, las propias directoras del documental, inician una serie de correspondencias audiovisuales mediante las cuales el espectador reconstruye las vidas y experiencias de estas dos mujeres cuya amistad se remonta décadas atrás, en Cuba.

A media voz articula su discurso a través de dos voces, dos mitades que se hacen una, pero también son dos puntos de vista puramente audiovisuales, que acaban confluyendo en una mirada común. Así, este diálogo utiliza el cauce de la amistad para que fluyan dentro de él otros temas. El exilio, la maternidad, la vocación profesional o la búsqueda de la propia identidad estarán siempre bañados por el fuerte vínculo que mantienen Hassan y Pérez. Tanto es así, que incluso en el inicio es posible preguntarse si acaso estas dos amigas mantuvieron o mantienen una relación amorosa, dada la expresión tan sincera de los sentimientos. Este juego –no se sabe si intencionado o quizá sean percepciones de quien escribe– eleva la amistad a un nivel reservado tradicionalmente al amor romántico. Y recuerda la importancia y el peso que puede llegar a alcanzar uno de los vínculos más misteriosos y desinteresados que pueden surgir entre dos seres humanos. Laura Carneros

LA SANGRE ES BLANCA. Oscar Vincentelli. 18 minutos. España (2020).

En la magnífica La sangre es blanca, Oscar Vincentelli invita al espectador a sumergirse en un viaje sensorial a un cine del blanco sobre negro. Recalibrando las propiedades esenciales del cine, sustituyendo la noción de luz por la de calor (corporal), Vincentelli transforma las imágenes de su película en una fantasmagoría en la que los cuerpos resplandecientes de unos toros y unos toreros –cuyas facciones quedan desdibujadas por el exceso de temperatura de la carne– danzan sobre un todo, o una nada, azabache. El resultado trastoca los sentidos del espectador, que asiste anonadado a esta captura profundamente extrañada de la bárbara liturgia taurina, ese espantoso espectáculo de crueldad y muerte. Sí, la sangre es blanca, pero lo más penetrante es la poética del vacío que construye Vincentelli, una vacío visual pero también auditivo, en el que cada pequeño sonido producido por los cuerpos del torero y el toro irrumpen en una banda sonora que actúa como caja de resonancia, mecida únicamente por la calmada respiración del viento. Tras la muerte del toro, los asistentes de la corrida quitan los objetos que han quedado por suelo y rastrillan la arena, eliminando las impurezas blancas del encuadre negro. El ritual debe volver a empezar, como el cine, que no deja de buscar nuevos comienzos para su singladura audiovisual. Manu Yáñez