Manu Yáñez

Las películas comentadas pueden verse en el Atlántida Film Fest de Filmin.

FISH & CAT. Shahram Mokri. 134 min. Irán (2014). Con Babak Karimi, Saeed Ebrahimifar, Abed Abest, Mona Ahmadi.

Filmado en un único plano secuencia, este híbrido de drama intimista y terror fantasmagórico tiene en su naturaleza esquiva su principal atractivo. La negativa a utilizar cortes de montaje conecta el film con la tradición del cine realista baziniano (también con experimentos de género como la saga de REC). Los travellings prolongados y las largas charlas en plano fijo expresan un apego a lo real, que también aflora en las puntuales referencias a la realidad social de Irán: gente que prefiere tener a sus hijos fuera del país o los “problemas políticos” que afectan a los periodistas. Sin embargo, más que en el retrato social, Shahram Mokri concentra sus esfuerzos en la conjunción de un cierto exhibicionismo formal y un interés por los experimentos narrativos. En varios momentos de la película, el espectador se descubre atrapado en unos extraños bucles y cambios de perspectiva que doblegan la trama y provocan la repetición de escenas. Unas espirales narrativas casi esotéricas que Mokri utiliza para introducir el elemento fantástico en el relato: historias mitológicas, presencias espectrales, crímenes salvajes cometidos fuera de campo.

Este vaivén entre realidad y fantasía (Lumière y Méliès) es el punto álgido de una película que sufre de un problema de languidez narrativa. La trama está protagonizada por unos cocineros con pinta de asesinos psicópatas que merodean a un grupo de jóvenes campistas reunidos para un festival de cometas gigantes. Un escenario propio del slasher que no consigue desatar el horror en las imágenes del film: las pinceladas de terror gótico –un cierto halo a La matanza de Texas– son neutralizadas por unos villanos de poco potencial amenazador y unos efectos sonoros más bien ridículos. En ocasiones, cuesta entender el empeño de Mokri por radicalizar su uso del plano secuencia (a la película le vendrían muy bien algunas elipsis); sin embargo, es gracias al juego coreográfico que propone el film que surgen algunos placeres inesperados, como cuando la aparición de voces en off vuelve más compleja y misteriosa la cartografía (móvil) de este film-laberinto.

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TRAFFIC DEPARTMENT. Wojtek Smarzowski. 118 min. Polonia (2013). Con Bartlomiej Topa, Arkadiusz Jakubik, Eryk Lubos, Julia Kijowska.

En el hervidero de amoralidad que presenta Traffic Department, hasta los curas intentan sobornar a los policías de tráfico para no ser multados. En la película de Wojtek Smarzowski, Varsovia es un pozo de corrupción donde las patrullas de policía se comportan como bandas de adolescentes con las hormonas descontroladas. En este sentido, la cara más trash de la película parece un cruce del euro-noir contemporáneo más primitivo (a lo Dom Hemingway) y la Nueva Comedia Americana más cafre. Un festín de incivismo que Smarzowski delinea mediante un agresivo torrente audiovisual que combina diferentes formatos digitales (alta y baja resolución, cine y home movie), un montaje entrecortado y una cámara nerviosa, hipersensible a los habituales estallidos de violencia. Sin embargo, no es todo nihilismo en Traffic Department. En este erial público sin valores, un policía tocado por la infidelidad de su mujer atravesará un traumático despertar de la conciencia.

La figura del policía corrupto que se ve abocado a un tortuoso proceso de redención remite aquí a los “tenientes corruptos” de Abel Ferrara y Werner Herzog, aunque el referente más útil para caracterizar Traffic Department es la trilogía de Pusher de Nicolas Winding Refn. Como en los films del cineasta de culto danés, Smarzowski disfruta situando a su protagonista al borde del abismo, en imposibles encrucijadas, solo ante el peligro. No estamos ante uno de los mejores neo-noir de los últimos años. A Traffic Department le sobre algún que otro efectismo y un cierto afán por epatar al espectador; sin embargo, el film se sostiene gracias a una rabia genuina, una urgencia por denunciar la hipocresía y podredumbre moral de una sociedad golpeada por la idea seminal de la sociedad de consumo: ese “todo está en venta” que corroe todas las esferas de nuestra realidad más cercana.

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BLIND DATES. Levan Koguashvili. 99 min. Georgia, Ucrania (2013). Con Andro Sakvarelidze, Ia Sukhitashvili, Archil Kikodze, Vakho Chachanidze.

Entre un formalismo distanciado y un naturalismo sentimental, Blind Dates navega por la cruda realidad de sus personajes amplificando delicada e irónicamente su amarga soledad. Con una Tiflis desolada, de edificios envejecidos, como escenario central, esta película de Levan Koguashvili formula un singular cóctel de tonos y puntos de vista. Por una parte, la puesta en escena de planos generales y estáticos –que permite distinguir la relación de los personajes con su deprimido entorno– define una perspectiva distanciada, un tono meditativo en el que la melancolía imperante y algunas pinceladas de humor negro proponen una versión tragicómica de la existencia. Y luego, en otros pasajes, sobre todo los más abiertamente románticos, la película se desentumece para abrazar, cercana y móvil, los anhelos de los protagonistas.

Blind dates nos presenta las desventuras de un hombre soltero, aparentemente indolente, que se enamora súbitamente de la esposa de un presidiario. Con la salida del marido de prisión, se establece un clásico triángulo amoroso que se aliña con toques de cine negro. La trama puede parecer más o menos convencional, pero el cruce de perspectivas formales enrarece el film y a la postre le beneficia. Sin terminar de despuntar en ninguna de sus vertientes –la más excéntrica, que podría hacer pensar en Aki Karusmaki, y la más costumbrista y ortodoxa, que recuerda al cine de Asghar Farhadi–, Blind Dates consigue esquivar, gracias a las pinceladas de ternura, el torrente de crueldad que impregna gran parte del cine contemporáneo.