¿Cómo filmar el diario de un escritor? Esta pregunta, que el propio Andrés di Tella plantea en un momento de la película, a través de su propia voz, que va interrogando el proceso, las imágenes, los recuerdos con los que construye la película, parece el tema central de una película que no es exclusivamente el retrato de un escritor, y mucho menos un acercamiento al trabajo autobiográfico, ni tampoco una película sobre el proceso de hacer una película, pero que tiene algo de todo ello, y que poco a poco, va desvelando las sucesivas capas de construcciones, máscaras y ficciones sobre las que trabaja, y que nunca terminan por desvelar el sujeto final, por más que lo filmen, cada vez más entre sombras. 327 cuadernos hace referencia en su título al número de cuadernos, casi todos idénticos, de tapas negras, en los que el escritor Ricardo Piglia fue escribiendo, de forma constante y desde los 16 años, un diario íntimo, y que en el momento de su vuelta a Argentina, tras muchos años viviendo en Estados Unidos, decide releer y ordenar, bajo la mirada de la cámara de su amigo y cineasta, Andrés di Tella.

La película se estructura como una suerte de monólogo doble, dos voces que se alternan, sin llegar a encontrarse más que en pocas ocasiones: la del escritor y la del cineasta. El primero se interroga sobre qué sentido tiene la escritura de un diario íntimo, una suerte de memoria congelada que no coincide con la memoria viva, y que termina por construir un personaje distinto al del propio escritor, un alter-ego, una versión de él mismo en la que, pasados los años, es casi incapaz de reconocerse. El segundo, el cineasta, se interroga a su vez sobre cómo filmar a alguien que escribe y repasa su propia vida, sus propias memorias, cómo convertir en imágenes esas imágenes mentales que son imposibles de ilustrar, y que pasado el tiempo, ni el propio escritor reconoce como propias: “Tengo la sensación de haber vivido dos vidas. La que está fija en mi memoria y la que está escrita en los cuadernos”, dice Piglia, mientras pasa las páginas de una vida que no reconoce. Esos dos personajes, pues, cineasta y escritor, terminan desdoblándose a su vez en otros, en un juego de espejos casi infinito: Piglia se enfrenta a su yo registrado en el papel, al tiempo que ve desaparecerse, fruto de una enfermedad diagnosticada en medio del rodaje, y Di Tella se enfrenta a sí mismo como cineasta, en su proceso de pensar sobre el proceso de filmación, sobre su decisión de ilustrar-acompañar los recuerdos de Piglia con las imágenes sacadas de un archivo anónimo y privado. Vidas ajenas para ilustrar una vida quizás también inventada, o que ha terminado por convertirse también en un elemento de ficción.

Forzada por la enfermedad, que nunca se desvela, pero se intuye, la película se va tornando cada vez más sombría, y el escritor aparece cada vez sumergido en la oscuridad, al tiempo que continua su proceso de relectura de su propia vida (o al menos, de la versión de aquella que quedó registrada en sus cuadernos) con la ayuda de alguien a quien dicta esa ficción, esa recreación sobre un personaje real. Los cuatro protagonistas de la película, los dos escritores, y los dos cineastas, terminan por encontrarse hacia el final en la proyección íntima de unas imágenes que corresponden al momento que Piglia determina como esencial en su proceso de escritura: cuando su familia tuvo que huir del suburbio de Buenos Aires en el que vivían rumbo a Mar del Plata, por el apoyo del padre de Piglia a Juan Domingo Perón. “En esos días, en medio de la desbandada, de una de las habitaciones desmanteladas de la casa, empecé a escribir un diario. Así empecé. Y todavía hoy sigo escribiendo ese diario. Muchas cosas cambiaron desde entonces, pero me mantuve fiel a esa manía. Por supuesto, no hay nada más ridículo que la pretensión de registrar la propia vida. Uno se convierte automáticamente en un clown. sin embargo, estoy convencido de que si no hubiera empezado esa tarde a escribirlo, nunca habría escrito otra cosa”, afirma Piglia. El escritor se enfrenta a las imágenes de archivo que Di Tella le ofrece, y sobre ellas vuelca su propia memoria, al igual que hace la película, para construir una posible lectura de la historia, de su historia. Ese momento de cruce entre la biografía y la posterior ficción, de encuentro entre dos amigos, cineasta y escritor, contiene de alguna forma las ideas que la película apunta: esa construcción de historias sobre un poso de verdad, esas biografías atravesadas por la Historia, esa Historia encarnada en las vidas y las memorias, en una amalgama de cuadernos cargados de recuerdos que se olvidan.

Proyecciones de 327 cuadernos en Cineteca (Madrid).