Caben pocas dudas acerca del talento de Haigh para retratar los vaivenes anímicos de sus personajes, convertir en sonoros los silencios, y modular con delicadeza el trabajo de sus actores. En 45 años, el reto para el director y guionista consiste en desdoblar en diferentes senderos temporales el cataclismo privado de la pareja protagonista. Tom Courtenay regala una interpretación para enmarcar: punteando discretamente la cara más simple del personaje (su ternura y sus aires taciturnos) y subrayando enfáticamente la más compleja (su melancolía, su fragilidad), el actor juega al desequilibrio y encuentra vida en el camino. Por su parte, Charlotte Rampling borda una de esas interpretaciones milimétricas que garantizan reconocimientos. Un pasado en penumbra desde el cual se asoma una Rebeca hitchcockiana ensombrece la vida presente de un matrimonio a las puertas de las bodas de oro –un pasado que Haigh evoca a través de diálogos, fotografías y gestos, pero sin acudir a los flashbacks de baratillo– y nos encontramos un presente tocado por un aura de amargura alimentada por la vejez, por la acumulación de años, ilusiones y sinsabores. Manu Yáñez

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