Página web del Festival de Cine Europeo de Sevilla (9-17 de noviembre).

TOUCH ME NOT. Adina Pintilie. Sección Oficial

En su texto El cuerpo utópico, Michael Foucault escribe acerca del cuerpo: “No puedo moverme sin él. No puedo dejarlo donde está. Puedo ir al fin del mundo, puedo esconderme bajo las sábanas, puedo hacerme tan pequeño como sea posible… Siempre estará ahí”. El cuerpo es nuestro límite y frontera, lugar de encuentro y campo de batalla, donde el yo se encuentra con los demás. La nueva película de la rumana Adina Pintilie, Touch Me Not, se edifica sobre el conflicto de ese “cuerpo utópico” del que hablaba Foucault: sobre la imposibilidad, o la dificultad, de encontrar cobijo en nuestras propias carnes. Trabajando sobre un esquema documental al que Pintilie superpone capas de representación, Touch Me Not está protagonizado por una actriz que encarna (nunca mejor dicho) a una mujer en la cincuentena que al enfrentarse al abismo de la muerte decide explorar sus propios límites corporales para tratar de encontrarse a sí misma. Junto a ella, la película despliega el retrato de un grupo de terapia con discapacitados físicos. La terapia de roce y exploración física, pensada para “rehabitlitar” a quienes no tienen control de su propio cuerpo, se da la vuelta y supone una exploración de la incapacidad de reconociliarnos con nuestra propia intimidad. 

Sin aclarar nunca qué es ficción, qué es documental, o si todo está en esa zona gris en la que todo se confunde, Touch me Not enfrenta al espectador a su propio cuerpo enfrentándolo a la intimidad de los otros, enfrentándolo a las máscaras conscientes e inconscientes con las que vamos tapando nuestras heridas. Que la propia directora se ponga en escena, no solo como un rostro entrevistador en una pantalla (dentro de otra pantalla, cuerpos encerrados bajo máscaras y reflejos) sino como una protagonista más de esa búsqueda hacia la intimidad, no es sino una capa más de una película que despliega un aparato cinematográfico de gran complejidad para encontrar el camino hacia lo más sencillo: la desnudez. Gonzalo de Pedro

BUSCANDO LA PERFECCIÓN. Julien Faraut (Francia). Las nuevas olas – No ficción.

En la sección Forum del pasado Festival de Berlín se mostró L’empire de la perfection, de Julien Faraut, una de las joyas de la sección, un documento deportivo espectacular y una reflexión fílmica igualmente impresionante. Si David Foster Wallace llegó a comparar al deportista suizo con una revelación religiosa, cabría hacer lo propio con John McEnroe y la experiencia cinematográfica total. Echando mano del material que grabó Gil de Kermadec para dejar constancia del astro estadounidense, y teniendo siempre en mente aquella famosa sentencia de Jean-Luc Godard (“Las películas mienten, el deporte no”), Faraut invoca la voz de Mathieu Amalric y el espíritu de Serge Daney y se encomienda a los dioses del deporte más bello del mundo. Lo demuestra la cámara ultra-lenta, el montaje obsesivo y la transición de los 16mm al 4K, infalibles herramientas para descubrir (y entender) los secretos detrás de los saques, voleas, liftados y cortados más imprevisibles del circuito profesional.

Hay en este ensayo de Julien Faraut mucha fascinación por la plasticidad corporal, también por lo bien que se preserva la emoción de aquellos grandes partidos (como aquella final de 1984 en París, contra Ivan Lendl). Pero la película no se conforma con el estatus de cápsula del tiempo. Tiene claro que no es una retransmisión, sino una reflexión sobre el propio medio en el que se apoya. El mismo que hizo grande a McEnroe, un hombre que en sus picos de inspiración pasaba del Deuce a la Ventaja, pasando antes por todos los géneros conocidos por el séptimo arte: drama, comedia, terror, suspense… todo cabía; todo valía. Todo queda inmortalizado y perturbado por la fuerza invasiva de la cámara, testigo y condicionante de un juego noble, sincero… pero sujeto al juicio de muchos ojos. La bola tocó línea dependiendo de la actitud con la que revisamos la jugada. Normal que en la acción y la reflexión de L’empire de la perfection luzcan los tonos marronosos de la arcilla de Roland Garros, no en vano, Meca de la única superficie a la cual aún no ha llegado la tecnología del “ojo de halcón”, esa verdad cinematográfica que debe imponerse a la mentira de la opinión humana. Terreno, este último, que todavía es propiedad de los genios. Aquellos que por técnica y, sobre todo, por carácter, se han ganado el derecho a aspirar a la perfección. McEnroe, en el mejor curso de su carrera se quedó en un insuperable 96,5% de victorias. Faraut no se quedó muy lejos. Víctor Esquirol

INFINITE FOOTBALL. Corneliu Porumboiu (Rumanía). Las nuevas olas – No ficción.

El director rumano Corneliu Porumboiu revela su mirada crítica y estupefacta hacia los sistemas sociales de su país, y sus secuelas poscomunistas, a través de la estricta ironía. Como ha mostrado en sus memorables largometrajes de ficción –Politist, Adjectiv (2009), El tesoro (2015), etc.–, mantiene una prudente distancia respecto a lo que cuenta y los personajes que retrata, haciéndolo en apariencia con mirada de entomólogo, aunque en el fondo haya un cómico detrás de la cámara que extrae la vertiente metafórica de la realidad con un algo de ternura y otro algo de burla. El interés de Infinite Football procede precisamente de la tensión con la que Porumboiu trata de trasladar esa misma mirada al registro documental.

La película es el retrato-entrevista de un personaje realmente extraordinario: Laurentiu Ginghina, un sociólogo (detalle no menor) y burócrata local que durante años, a partir de una lesión que tuvo de joven y le obligó a abandonar su deporte favorito, ha desarrollado un nuevo reglamento para el fútbol –con el propósito de “darle mayor velocidad al balón”– desde la admirable pasión y el delirante convencimiento de que es posible implementarlo a nivel mundial. La tenacidad frente al absurdo es tanto un acto de fe como de resistencia por parte de Ginghina, y entendemos que también por parte de Porumboiu. Cuando el film registra inesperadamente una reclamación popular que revela el anquilosamiento de la maquinaria burocrática, nuestra percepción de Ginghina entra en la dimensión compasiva. En su discurso, que siempre nace y termina en el fútbol para en medio dar rodeos por diversos asuntos (de superhéroes con dobles vidas a naranjales en Florida), yace el magnetismo del personaje. Finalmente el propio cineasta hace explícita la trastienda metafórica del hilarante y surreal propósito de Ginghina, quien, dice el cineasta, concibe el deporte como una “utopía política”. Carlos Reviriego

AT WAR. Stéphane Brizé. Sección Oficial Fuera de Concurso

Brizé y su actor-fetiche Vincent Lindon regresan tras Une affaire d’amour, Algunas horas de primavera y El precio de un hombre con una película que describe con espíritu documentalista y cámara en mano (a-la-cinéma verité) la lucha de los sindicalistas que representan a 1.100 operarios despedidos tras el cierre de una fábrica alemana de automoción ubicada en Francia. Las medidas de protesta, los violentos choques con la policía, las arduas y discontinuas negociaciones con el gobierno y con los patrones conforman el núcleo de la primera mitad del film, mientras que en la segunda se abre la posibilidad de encontrar un comprador y empiezan a surgir las grietas, las diferencias entre los distintos sectores gremiales: los más duros que no quieren ceder un centímetro y los que empiezan a ver con buenos ojos las compensaciones económicas extraordinarias que ofrece la empresa además de las indemnizaciones legales. Lindon se luce, como de costumbre, en el papel del íntegro líder obrero que carga con la responsabilidad de encabezar la lucha y sus consecuencias.

El film –que remite por momentos al Laurent Cantet de Recursos humanos y al cine combativo de Ken Loach– es valioso, urgente, necesario, pero también bastante arduo porque no da respiro (solo hay una subtrama íntima en la que el Laurent Amédéo de Lindon sigue el embarazo de su hija) y las asambleas y ruedas de negociaciones se hacen demasiado largas. Cine político sin concesiones en un año muy político de Cannes. Diego Batlle

MEKTOUB, MY LOVE: CANTO UNO. Abdellatif Kechiche. Sección Oficial Fuera de Competición.

En varios sentidos, Mektoub, My Love: Canto Uno, la nueva película del cineasta franco-tunecino Abdellatif Kechiche, puede verse como la declinación radical de algunos de los preceptos que hicieron de La vida de Adèle una auténtica sensación en el marco del Planeta Autor. Reincidiendo en la construcción de prolongadísimas escenas que combinan, en primer plano, lo verborreico y lo física, Kechiche propone en esta primera entrega de Mektoub, My Love… (que promete acabar siendo un díptico o una trilogía) una foto fija de la juventud en su vertiente más festiva y hedonista. Protagonizada por un numeroso grupo de chicos apolíneos y chicas exuberantes, la película propone un tratado sobre la feminidad como objeto de deseo. Lejos queda la odisea existencialista de La vida de Adèle, donde la sensualidad y la sexualidad, siempre ancladas a la experiencia sentimental, devenían procesos de aprendizaje y maduración. En Mektoub, My Love…, los personajes funcionan como arquetipos estáticos, cuerpos de gran belleza que Kechiche vampiriza con el objetivo de sublimar una tensión sexual de vocación tántrica.

Abonada a un cine estival, sonriente y táctil, Mektoub, My Love… explicita en sus 180 minutos de duración lo que intentaba disimular La vida de Adèle: su condición de fantasía masculina, condimentada con unas pinceladas de romanticismo. En su aproximación a una realidad mestiza y utópica –una comunidad del sureste de Francia en la que no parece haber lugar para el racismo–, Kechiche adopta como principal punto de vista la mirada de Amin, un joven sensible y enamoradizo que deambula por un universo de flirteos interminables, pasiones efímeras y férreos vínculos familiares: un laberinto de afectos y frustraciones que pretende abrazar la luminosidad vitalista, libertaria y al mismo tiempo melancólica del cine de Eric Rohmer, pero que se estanca en una visión unidimensional de la exaltación hormonal. Adaptación muy libre de la novela La Blessure, la vraie de François Bégaudeau (autor de Entre les murs, cuya adaptación fílmica le valió a Laurent Cantet una Palma de Oro), Mektoub, My Love…, cuya acción transcurre en 1994, debe ser estudiada con cierta cautela: se intuye que la (esperada) continuación del film puede abrir la historia de Amin hacia nuevas parcelas de la experiencia humana. Manu Yáñez