Página web del Festival de Sitges (7-16 de octubre).

THE NEON DEMON. Nicolas Winding Refn. 118 minutos. Francia, Dinamarca, Estados Unidos (2016). Con Elle Fanning, Jena Malone, Christina Hendricks, Keanu Reeves.

The Neon Demon resulta windingrefnesiana desde su mismo título, que explicita el material del que están hechas sus decorativas imágenes: el neón, ese gas que envolvemos en cristal y electricidad para deleitarnos con su tono rojizo. Y hay que reconocer que, en manos de Natasha Braier (directora de fotografía de, entre otras, En la ciudad de Sylvia), las ideas de Winding Refn adquieren un fulgor más magnético que nunca; al menos hasta que se ven obligadas a abandonar su inicial pose estatuaria para ir al compás del simulacro de historia que las engarza. La sinopsis de la película es particularmente breve: Jesse (Elle Fanning) llega a Los Ángeles con la ilusión de ser modelo. Su belleza y encanto natural la convierten en objeto de fascinación y celos por parte de compañeras y rivales. Creemos presenciar el oscurecimiento en que se va sumiendo la inocencia de Jesse, tragada poco a poco por los oropeles de la moda; sin embargo, esta transformación ocurre exclusivamente en el guion, sin que nuestros ojos puedan dar fe de ella. Basta recordar la escena del casting de Mulholland Drive (con la que The Neon Demon ha sido apresuradamente comparada) para constatar el fracaso de Winding Refn a la hora de dar un aura a su actriz (Elle Fanning) y personaje principal.

The Neon Demon adolece del mismo mal que ha perseguido casi siempre al autor de Bronson, que nunca ha estado particularmente interesado en la narración, pero tampoco acaba de abrazar el sinsentido. Uno casi lamenta que su trayectoria no pueda vivir exclusivamente de tráilers, ese formato que permite al director de Valhalla Rising soltar un puñado de imágenes potentes sin tener que preocuparse de otra cosa que del efecto epatante. Por todo ello, resulta profundamente irónico que The Neon Demon dedique buena parte de su tiempo a confrontar la belleza innata que (nos dicen) irradia Jesse con la guapura “artificial” que la rodea, pues la apariencia del film está tan construida como la de esas modelos convencidas de que el encanto es algo que puede ser poseído, robado y comido. No obstante, hay momentos en que la película nos sorprende con algún plano hermoso y sugerente, como aquel de una Jesse asustada y a la vez excitada, escuchando con la oreja pegada a la pared en medio de un vacío negro, que podría ser un fotograma perdido de Suspiria. Teniendo en cuenta la clase de película que quiere ser The Neon Demon, no se me ocurre mejor piropo. Gerard Casau

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TENEMOS LA CARNE. Emiliano Rocha Minter. 79 minutos. México, Francia (2016). Con María Cid, María Evoli, Diego Gamaliel.

Apadrinada por Alejandro González Iñárritu y producida por Carlos Reygadas, el osado debut de Emiliano Rocha Minter lleva escrita la palabra ‘violencia’ desde el inicio hasta su delirante final. La película no esconde sus cartas, declara su sadismo desde el comienzo, demostrando una honestidad que a veces se echa de menos en el cine de la joven generación de cineastas griegos –Tenemos la carne podría verse como una versión mexicana de Canino de Yorgos Lanthimos–. Aquí, la ciudad –un México D.F. menos post-apocalíptico de lo que parece– se ha convertido en un vórtice de perversión y lujuria que arrastra a dos hermanos, Lucio (Diego Gamaliel) y Fauna (María Evoli), hacia el epicentro de dicho espiral. Asimismo, el foco de la maldad es una casa donde vive un hombre (Noé Hernández) obsesionado por convertir su sótano en una cueva. Tentados por una suerte de encarnación de Lucifer, estos nuevos Adán y Eva se iniciarán en el mundo del pecado.

Para certificar la creciente presencia de la violencia en México, Rocha Minter idea una representación estilizada de un universo donde el incesto, la necrofilia, el canibalismo o los asesinatos son celebrados. Y cabe decir que los dos hermanos no son los únicos que quedan atrapados en el relato macabro, vampírico e hipersexual que plantea el film: el espectador, seducido por la inigualable fotografía de Yollótl Alvarado, también les acompaña en su descenso a las tinieblas. Se trata, pues, de un infierno idéntico al de Post Tenebras Lux, tanto por su dimensión simbólica como por la belleza de sus espacios alterados –ora lúgubres y oscuros, ora iluminados con luces de neón–, dignos de ser comparados con el brillante trabajo de Alexis Zabe en el largometraje de Reygadas. Carlota Moseguí

GRAVE

GRAVE (RAW). Julia Ducournau. 95 minutos. Francia, Bélgica (2016). Con Garance Marillier, Ella Rumpf, Rabah Nait Oufella.

Afín a las maneras del reciente terror francófono, la ópera prima de Julia Ducournau presenta las fases del traumático proceso de autoconocimiento de Justine, una joven vegetariana que acaba de entrar en la escuela de Veterinaria, y que se ve obligada a comer carne por primera vez para no quedar marginada de la comunidad de estudiantes y de las cafres inocentadas que los veteranos (entre ellos, la hermana mayor de la protagonista) gastan a los novatos. Al probar la carne, algo se despierta en Justine, causándole erupciones en la piel, vómitos espectaculares y un hambre carnívora cada vez más incontrolable. Ducournau no pretende ocultar que su horror físico y transformador es heredero directo del primer Cronenberg. Pero donde el canadiense planteaba una estética magra, que resaltaba lo descarnado de sus propuestas, la directora francesa opta por un tratamiento estético algo más suntuoso, perceptible en esos planos en que la luz ilumina exactamente las zonas del cuerpo que es necesario mostrar. Dejando más o menos velada la naturaleza exacta de la antropofagia que mueve a la protagonista, Ducourneau explota su mitología con más gusto por los momentos de impacto que por la lógica interna, pero se trata de un pecado mínimo en un debut robusto, consecuente con la alienada perspectiva de su personaje principal, y punteado por mínimos gags negruzcos y por decisiones musicales agradablemente sorprendentes, como la de anunciar el crepúsculo de la historia mediante el clásico de Nada Ma che freddo fa. Gerard Casau

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DOG EAT DOG. Paul Schrader. 93 minutos. Estados Unidos (2016). Con Nicolas Cage, Willem Dafoe, Magi Avila.

Troy (Nicolas Cage), Mad Dog (Willem Dafoe) y Diesel (Christopher Matthew Cook) son tres ex convictos contratados por un mafioso de Cleveland (interpretado por el propio Paul Schrader) para un secuestro, pero el botín es tan suculento que estos patéticos protagonistas –todos con vidas familiares y delictivas más bien pensosas– deciden escapar y terminarán siendo perseguidos por gángsteres y policías. La película podría haber sido un buen exponente de film de serie B desaforado: una obra de culto instantánea (Cage, Dafoe y Schrader no pasan por los mejores momentos de sus carreras y buscan su redención desde el trash), pero el resultado es más penoso que glorioso: todo es demasiado torpe y cutre como para merecer la celebración. La experiencia se asemeja a la de ver a unos futbolistas ya demasiado viejos y lesionados que quieren seguir jugando en Primera cuando ya están para el torneo de veteranos. Más allá de algunos diálogos hilarantes, un par de momentos de acción dignos y ciertos delirios visuales, lo de Dog Eat Dog es… para tirarlo a los perros. Diego Batlle

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THE WAILING. Na Hong-jin. 156 minutos. Corea del Sur (2016). Con Jun Kunimura, Jung-min Hwang, Woo-hee Chun.

Asesinatos seriales. Baños de sangre. Policías torpes y desconcertados. Un hombre que trata de salvar a su hija. Paranoia creciente en un pueblo rural. Fenómenos paranormales. Presencias diabólicas. Estos son algunos de los elementos que maneja el genial director de The Chaser (2008) y The Yellow Sea (2010) en la no tan genial The Wailing, una película que se pierde en su propia desmesura (esos innecesarios 156 minutos), en la acumulación de capas y de referencias genéricas. Con elementos que remiten a Memories of Murder, Fargo y El exorcista, Na Hong-Jin construye un thriller virtuoso y vistoso, con una gran puesta en escena y algunos momentos notables, pero la sensación de grandilocuencia y desborde juegan aquí a la contra. Así, lo que podría haber sido otra obra maestra del cine de género coreano es sólo una aceptable propuesta que se disfruta de a ratos. Diego Batlle

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THE HANDMAIDEN. Park Chan-wook. 144 minutos. Corea del Sur (2016). Con Min-hee Kim, Kim Tae-ri, Jung-woo Ha.

El celebrado director de Sympathy for Mr. Vengeance u Old Boy regresó este año a la Competición Oficial de Cannes con The Handmaiden, película ambientada en la década de 1930, durante la ocupación japonesa de Corea. Una atractiva muchacha llega a una mansión de una heredera nipona para trabajar como criada. En principio, ella está asociada con un embaucador que se hace pasar por conde, pero la narración –dividida en tres partes– esconde más de una vuelta de tuerca. Película sobre la locura, el erotismo, la pasión (hay muchas escenas sexuales entre las dos mujeres) y las traiciones cruzadas, The Handmaiden se presenta como un lustroso escaparate de los rasgos característicos del cine de Park Chan-wook: el preciosismo y virtuosismo en la puesta en escena, el encuadre y la iluminación; los excesos de violencia sádica. El problema es que la película deja la sensación de extenderse bastante más de lo conveniente (dura dos horas y media que se sienten) y de cierto regodeo y estilización que conspiran contra la solidez y potencia del relato. Diego Batlle