Hace tres años, L’Osservatore Romano, uno de los órganos de comunicación oficiales del Vaticano, anunció que esta película era “la mejor obra cinematográfica sobre Jesús”. Algo que sorprende de una obra firmada por un ateo, que en su momento fue acusada de blasfema cuando se presentó en el Festival de Venecia, a pesar de que obtuvo el Premio del Jurado. Y a la que desde luego no se lo suponía “la humanidad febril y primitiva que el cineasta lleva a la pantalla y que confiere un nuevo vigor al verbo cristiano que aparece en este contexto aún más actual, concreto y revolucionario”. Estas cosas son las que ahora le acreditan desde la Santa Sede romana. Sin embargo, este Evangelio ‘pasoliniano’ surge de la crisis personal de su propio autor y se convierte en un intento de acercamiento hacia una Iglesia que prima la protección de los pobres frente al enriquecimiento de los poderosos, y que se muestra solidaria y activa. ¿Una utopía? Quizá. El caso es que el cineasta italiano entregó su versión de las Escrituras manteniéndose fiel a su estilo despojado de alardes y contando con actores no profesionales para interpretar a Jesús y María (su propia madre). Cine mayúsculo, que va más allá de los valores religiosos que se le otorgan más de cincuenta años después. Fernando Bernal

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