Planteada como una elegía sobre las oportunidades perdidas y el sentimiento de orfandad, A estación violenta explora a través de una emocionante colección de gestos (abrazos, miradas cómplices, paseos sin destino, lloros) todo aquello que un grupo de amigos/amantes no se atreven a decir pero que denota la profundidad de sus heridas existenciales. Un cine de cicatrices interiores, heredero de Jean Eustache y Philippe Garrel, que la joven directora gallega Anxos Fazáns aborda con una valentía extraordinaria. Una audacia que le permite combinar momentos de gran delicadeza con otros de una veracidad salvaje, como cuando una pareja desnuda se sacude mutuamente en una especie de performance romántica sobre la desesperación. Haciendo justicia al referente de Scott Fitzgerald, Fazáns describe el reencuentro, ocho años después, de tres amigos que no han sabido encontrar en la vida bohemia y en un contexto de crisis social una vía de realización y bienestar. Abocados al precipicio de la autodestrucción y perseguidos por la muerte, los miembros de esta familia adoptiva protagonizan un film que adapta libremente a Manuel Jabois y que suena como el último verso de The Needle and the Damaged Done de Neil Young: “Cada yonqui es como una puesta de sol”. Manu Yáñez

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