Las películas de Pablo Berger se hacen esperar en el tiempo, pero la espera merece la pena. Tras Torremolinos 73 y Blancanieves, el director vasco estrena su tercer film en casi quince años y lo hace con un nuevo salto en el vacío. Abracadabra es una película inclasificable. Y no es un tópico, sino una alabanza. Porque se podría hablar de comedia sentimental, de drama familiar, de la reinvención del ‘fantástico castizo’ e, incluso, de un esperpento en la mejor tradición literaria del país. Y, sin embargo, la película es todas esas cosas en una y a veces deja de serlo. Berger no elude los riesgos (tampoco desde el punto de vista formal) y consigue un film personal, que desconcierta por sus continuos cambios de tono (algo que se agradece) y por su rica variedad de registros (del humor cotidiano hasta el terror). Tras el éxito de Blancanieves, el director podía haber optado por un film más comercial, y, sin embargo, ha entregado una película tan personal que bajo su apariencia de producto veraniego esconde múltiples lecturas y variedad de intenciones. Fernando Bernal

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