Toni Junyent (San Sebstián)

Señalan varios compañeros, en el dossier sobre la crítica y los festivales que la ACCEC (Asociación Catalana de Críticos y Escritores Cinematográficos) acaba de publicar, el hecho de que los festivales son un mundo aparte y, como tales, una vez desembarcas en uno de ellos no puedes evitar sucumbir a sus tiempos, atmósferas e idiosincrasias, que innegablemente afectarán la experiencia del visionado o, más bien, de los visionados. Tampoco puedes escapar a tus propias circunstancias, por supuesto, que son siempre cambiantes. Las mías, al llegar a San Sebastián el martes, podían resumirse en un ligero déficit de sueño que sigo sin haber corregido y en las tribulaciones añadidas de no haber pisado nunca hasta ahora ni esta ciudad frecuentemente visitada por la lluvia ni, obviamente, el festival. Quizá no fuera el momento ideal para enfrentarme, en mi primera noche, a High-Rise, con la que el inglés Ben Wheatley se arroja literalmente al universo torcido y retorcido de J.G. Ballard adaptando Rascacielos, su novela de 1975, que no he leído. Y digo que quizá no fuera el momento ideal para verla porque temo no poder secundar las entusiastas sensaciones vertidas en esta misma página hace unos días, desde el festival de Toronto, por Carlos Reviriego.

Hay algo innegable y es que, aun tratándose de un salto de gigante en cuanto a ambiciones, y siendo la primera vez que Wheatley y su coguionista habitual, Amy Jump, trabajan sobre un texto ajeno, la película resulta muy coherente con el carácter del cineasta inglés, cuyas películas rezuman bilis y bajo vientre, y raramente ocultan su intención de zarandear y desconcertar al espectador. Y sí, tampoco negaré que tiene su gracia el asistir a la corrupción desaforada y dionisíaca de un espacio, el rascacielos del título, cuyas formas y pasadizos se nos muestran impolutos y expectantes en los primeros barridos de la película, para ir corrompiéndose de forma progresiva e imparable. Pero el de High-Rise es precisamente un problema de progresión, o de carencia de ella: al menos yo no encontré asidero alguno en esta especie de tren de la bruja de bajezas y celebraciones paganas, que se suceden ante nuestros ojos sin que la opaca verborrea de sus personajes nos diga gran cosa de lo que sucede o deja de suceder. Simplemente ocurre, por inercia, que todo está podrido, y la estrategia de esta fantasía luciferina consiste en mostrarnos postales del averno y esperar que nos conmuevan o asusten por la mera estética y la física de los cuerpos en anárquico movimiento y su encaje en las lustrosas composiciones. No hay nada malo con los caprichos de cada uno, pero eso tampoco me va a impedir decir que encuentro que la de Wheatley es una película tremendamente caprichosa, a la que, incluso habiendo llegado algo cansado, no tengo la sensación de que vaya a necesitar volver a visitar. Pero quizá lea el libro, eso sí. Y quizá lo intente de nuevo alguna vez. Quizá en Sitges, en apenas dos semanas, donde Ben Wheatley siempre es muy bien recibido y probablemente esta no será una excepción.

"La novia" de Paula Ortiz.

“La novia” de Paula Ortiz.

También aterrizará en el Festival catalán La novia, de Paula Ortiz, presentada ayer en la sección Zabaltegi, que tiene en común con la película de Wheatley el acercarse con considerable osadía a una obra literaria, en este caso en unas coordenadas muy distintas: las Bodas de sangre de Federico García Lorca. No pude evitar sentir una simpatía complementada con puntuales estallidos de jolgorio ante una propuesta que no tengo del todo claro donde ubicar en un paisaje de excepciones e insularidades como el del cine español actual (y de siempre). Ortiz se las ve con Lorca sin miedo al ridículo ni a la lírica, más bien con una confianza plena en la fuerza evocadora de sus versos y depositándose en los hombros de su más que acertado reparto, para llevar a buen puerto este polvoriento western de mujeres. Desconozco el proceso de gestación de La novia, si fue un parto feliz, si fue complicado, si fue tan árido como los paisajes de la película o más bien no, pero el caso es que tiene problemas de sobreproducción, no sé si me haré entender: tanto a nivel de fotografía como en lo que respecta al montaje, demasiado rápido y cortante en ocasiones, muy de videoclip, a menudo la película parece empeñada en no querer distanciarse en exceso de ese aspecto y esos colores que a veces parece que sean siempre los mismos en un cierto cine español, digamos, de calidad. Cuando se quiere poner turbia o violenta, a menudo deviene vulgar. Hay pasajes hermosos, contagiosos, como el momento en el que La Novia sale a cantar La Tarara, y otros en el que un arrobamiento excesivo desactiva la intensidad de los versos de Lorca, como ese duelo final punteado por el Pequeño vals vienés. Pese a todo, pese a sus imperfecciones, es una película que te mantiene con los ojos y los oídos abiertos y te recuerda que hay cosas, pasiones, que no mueren con el tiempo. Ojalá sea cierto eso que decía Gil de Biedma en su poema “Pandémica y celeste”, que mueren en paz los que han amado mucho.

"El apóstata" de Federico Veiroj.

“El apóstata” de Federico Veiroj.

Pero, ay, son tantas las cosas que debieran ser ciertas y sin embargo no lo son, como el Sermón de la Montaña, que tampoco no he leído y cuyo contenido, sin embargo, diría que conozco. Dice algo así como que los justos heredarán el reino de los cielos, o la tierra, la verdad es que mejor no sigo por ahí. Gonzalo Tamayo, el protagonista de El apóstata, tiene razones para pensar que muchas cosas fallan ahí fuera y una de ellas es el estar bautizado, por defecto, desde niño. Por eso quiere apostatar, dejar de constar en los registros de la iglesia. También tiene razones para declararle la guerra a la vida, en el sentido de ir a buscarla, aprehenderla aunque sea dando requiebros y preguntándose qué es lo que hay que hacer, y la película de Federico Veiroj tiene algo de requiebro gozoso, de aventura de estar por casa, de realidad que por momentos se torna un sueño raro y divertido y luego resulta que seguimos ahí, en la lucha. Sencilla, humilde, narrada con la simple certeza de tener una pequeña historia que contar, El apóstata pasa en un suspiro y quizá no sea nada perdurable pero me recuerda que cuando vi La vida útil pensé también que Veiroj quería decir un poco eso, que el cine no es tan importante, y al mismo tiempo lo es todo. Todo pasa y todo queda y quizá lo nuestro sea pasar, dejando algunas pistas por el camino, como las cartas que Gonzalo le escribe a su amigo y que nosotros oímos en off, y devienen la expresión más precisa de lo que le pasa por la cabeza a Gonzalo en esta curiosa película.

"Freeheld" de Peter Sollett.

“Freeheld” de Peter Sollett.

Y para ir zanjando este primer asalto desde Donosti, confesaré que me sentí arropado y prácticamente acariciado durante los primeros minutos de Freeheld, de Peter Sollett, en la que una pizpireta Ellen Page le tira la caña, con mucha gracia, a Julianne Moore, que es policía y además, diablos, es Julianne Moore, una actriz que por la que siento franca atracción. No tenía ni idea de que lo que seguía a continuación era uno de esos dramas basados en hechos reales, sobre una pareja de lesbianas y una enfermedad y un litigio, que tienden a hacerme pensar que preferiría estar en otra parte leyendo la misma historia de manos de un periodista, porque la película en sí es plana y de una pieza y sabemos cómo va a acabar. Parece que la gente se ha rasgado bastante las vestiduras con el papel de Steve Carell, que tiene algo mezquino y terrible que le acerca peligrosamente al inolvidable Michael Scott de The Office USA. En defensa de Carell, decir que su personaje es el más incómodo y difícil de ubicar de la película, el que te hace preguntarte un poco si está bien o está mal lo que hace, hay un ligero matiz. No me gustaría ser malinterpretado, porque soy muy consciente de que hay campos en los que el sentido común sigue sin imperar y en los que queda mucho por hacer, y simpatizo, por supuesto, con Laurie (Moore) y Stacie (Page). Pero creo que es mucho más importante su legado real, esa casa que fundaron desde el amor y en la que Stacie sigue viviendo, y esa sentencia favorable, que no esta película.