“El rey Luis XIV no es una figura nueva en la filmografía de Albert Serra”, apunta Jean-Pierre Rehm en el texto de presentación de Roi Soleil en el catálogo de Fidmarseille, el prestigioso certamen de cine de lo real que acogerá la presentación, en Competición Oficial, de la nueva película del cineasta catalán (los días 14 y 15 de julio). Rehm, director artístico de FidMarseille, se refiere, por supuesto, a la aparición del rey galo en La mort de Louis XIV, la película de 2016 que Serra presentó en el Festival de Cannes y con la que ganó el prestigioso Premio Jean Vigo. Sin embargo, Rehm señala que el Rey Sol del nuevo trabajo de Serra presenta unas cuantas diferencias respecto al de La mort…: de partida, “en lugar de Jean-Pierre Léaud, en Roi Soleil encontramos a un actor no-profesional habitual del cine de Serra”, Lluís Serrat, el Sancho de Honor de cavallería y uno de los Reyes Magos de El cant dels ocells.

En realidad, para llegar hasta Roi Soleil hay que remontarse a los orígenes de La mort de Louis XIV, que en un primer momento fue concebida como una performance que debía realizarse en el Museo Pompidou de París. Lo que iba a ser una experiencia museística terminó convirtiéndose en una película, pero la idea de realizar una performance terminó cuajando, a principios de 2017, en la Galeria Graça Brandao de Lisboa, donde Serra escenificó, durante siete días, la muerte lenta y agónica del monarca francés ante los visitantes. A lo largo de toda la semana, con Serrat en la piel de Luís XIV, Serra rodó más de 29 horas de metraje que en Roi Soleil son condensadas en 61 minutos.

Continuando con las diferencias entre La mort… y Roi Soleil, Rehm apunta a una cuestión de atrezo: “Si la primera historia requería de Versalles o una imitación de esta, la segunda reduce el palacio a apenas un halo luminoso”. “Aquí, vemos al rey abandonado a su suerte, gimiendo en el suelo, con un dolor de estómago tan severo como hilarante, con solo algunas baratijas a su alrededor. Entonces, vemos a los espectadores entrando en la imagen para ver las diatribas de Su Majestad, su pelo (como eran llamadas las pelucas por aquel entonces) y las suntuosas ropas características de la época… mientras los espectadores visten anoraks”.

Como es habitual en el trabajo de Serra, la representación aparece tocada por un principio de incertidumbre. “Si la galería de arte enmarca la ‘acción’, lo que encontramos aquí es cálculo, corte, montaje; en resumen: una película, sin malos entendidos”, defiende Rehm. “Y una película cuyas sendas familiares son transitadas de nuevo por Serra: la aristocracia en toda su grandeza, en su estupidez y agonía, la representación del poder, las fuerzas del arte. Entre los sublime y lo grotesco, entre Buñuel y Dalí, una figura real se aboca a la búsqueda de su propia máscara de muerte”.