Vivimos en una época en la que la historia, incluso la más reciente, se construye en torno al relato. Hay una tendencia a articular los recuerdos sobre la narración, a fijar una secuencia de los hechos y obtener siempre unas conclusiones que queden fuera de cualquier cuestionamiento. Este proceder se complica cuando los protagonistas de la historia están deseando hablar, y sobre esta premisa de partida ha trabajado Nicolás Combarro en su documental Alberto García-Alix. La línea de sombra, presentado dentro de la sección Nuevos Realizadores en el pasado Festival de San Sebastián.

En el caso del fotógrafo madrileño protagonista de este documental, la narración se presenta especialmente abierta. Él sigue siendo dueño de sus propios recuerdos y lo que hace el director (también artista y fotógrafo) es concederle coherencia narrativa, ordenar y aportar cronología. García-Alix ha hablado muchas veces de sus adicciones (“la primera vez que me chute heroína fue en un laboratorio fotográfico. Y así empezó todo”), de los seres queridos que se quedaron en el camino por las drogas, de su pasión por la velocidad y las motos, de su necesidad de mirar continuamente a través del objetivo de su cámara, de su fascinación por el retrato como género fotográfico… En definitiva, las memorias de fotógrafo están muy vivas, pero parece que necesitaban alguien que las compilara.

El trabajo de García-Alix es el testimonio de la España no oficial, la que no habita en los libros de historia reformulados con urgencia por las reformas educativas: el underground de finales de los 70, la Movida, el Madrid socialista visto desde el extrarradio, los moteros, las prostitutas, los yonquis, los camellos, los artistas, los músicos o los personajes anónimos con muchas historias (otra vez la cuestión del relato). Todo esto lo retrató mientras vivía su propio Calvario vital, y siempre con el anhelo y la imposibilidad de la perfección como desafío: “Aprendí algo y con dolor. Siempre hay algo que no puedo atrapar y siempre hay algo que no quiere salir”. Y eso queda bien plasmado en esta película.

Nicolás Combarro es consciente del peso narrativo de su trabajo y por eso se acerca al universo del retratado con un blanco y negro que remite a la estética de la obra de García-Alix. Unos encuadres que recuerdan a esa forma tan particular que el artista tiene de enmarcar a las personas que retrata con su cámara. Es decir, se acerca al universo de su protagonista y se funde, quizá demasiado, con él. Mientras, registra la amplia conversación e intercala imágenes cotidianas donde vemos al entrevistado durante su proceso de creación, en la sala de revelado, enfrente de la cámara y con su moto en la naturaleza. Al final, el documental acaba acercándose demasiado al género de la entrevista periodística, distanciándose del universo cinematográfico. Pero quizá eso es lo que estaba demandando el relato de García-Alix con su voz rota. Una artista siempre camino del Gólgota que ahora queda bien retratado en pantalla.