Víctor Esquirol (Festival de Berlín)

Para entender la relativa decepción que supuso la presentación de Museo de Alonso Ruizpalacios en el pasado Festival de Berlín resulta necesario constatar las altas expectativas generadas por su ópera prima, Güeros, que descubrimos precisamente en la Berlinale, perdida en la Sección Panorama en el año 2014. Recuerdo que entramos unos pocos a la sesión sin saber bien qué íbamos a ver… y salimos enamorados. Ruizpalacios se fue de aquella Berlinale con el Premio a la Mejor Ópera Prima bajo el brazo, primera gota de un reguero interminable de reconocimientos. Había nacido una estrella, y estaba por ver cuánto iba a durar su brillo.

Así pues, Museo no era “otra” película de la Oficial berlinesa, era una reválida. Una prueba de fuego sobre la que había mucho estrés volcado. Dicho esto, y pese a su condición de film algo fallido, cabe considerar la película como la confirmación del virtuosismo escénico de Ruizpalacios. Su nuevo trabajo se basa, como el anterior, en un suceso grabado en las retinas de sus compatriotas. Si antes fue una huelga universitaria que paralizó a la nación azteca, ahora se trata de refrescar el recuerdo de un célebre robo de patrimonio maya del Museo Nacional de la Ciudad de México.

Empieza la película evocando lo sensorial. Con una clase de niños que llevan a cabo ejercicios de calentamiento para tocar la flauta. Hay tantos chavales en esta aula que la cámara no sabe si fijarse en todos o si, por el contrario, escudriñarlos uno por uno. Opta por lo segundo, priorizando el retrato individual al grupal. El ruido (o música) que oímos de fondo surge del golpe de los dedos contra los agujeros de la flauta, no del soplido en la boquilla. El instrumento de viento se ha convertido en uno de percusión, en lo que supone una muy inteligente carta de presentación de la propuesta. A través de la imagen y el sonido, Ruizpalacios deja claro que lo que vamos a ver a continuación es la versión (o visión) deformada de una persona que va a dejar huella en su comunidad.

El resto de dudas las esclarece primero una voz en off no identificada que reflexiona sobre la imposibilidad de conocer las motivaciones que llevaron a los personajes históricos a eso mismo, a escribir la Historia. Después, queda otra genialidad marca de la casa: cambiar los típicos títulos explicativos de “Basada en hechos reales” por “Esto es una réplica de la original”. Queda claro: no estamos en una sala de cine, sino en un museo, un espacio artificial designado para intentar entender nuestro pasado a través de su exposición… más o menos fraudulenta. Cabe reivindicar aquí F for Fake, brillante documental de Orson Welles sobre el arte de la copia y la mentira. A esto mismo se dedica Ruizpalacios, a comprender lo incomprensible a través del falseamiento de la realidad. En una de las primeras escenas del film, Gael García Bernal tropieza con un Santa Claus por la calle, y con el choque, a este último se le escapa de las manos un globo rojo. La cámara, en vez de quedarse en el posible conflicto entre ambos personajes, decide seguir, embobada, el vuelo errático del globo, como si de alguna manera buscara elevarse y escapar así de esa realidad desagradable.

Algo similar le sucede al protagonista central de esta historia, un joven que busca probar su valía dando el golpe del siglo. Una mente criminal nutrida no por la necesidad de la supervivencia, sino por el peligro de ser absorbido por lo anodino. Así, busca evadirse con cualquier promesa de aventura que le brinde el destino… o que directamente se fabrique él mismo. Cuando todo está a punto para el famoso robo, el chico decide entonarse con la música de Silvestre Revueltas para la película de 1939 La noche de los mayas. El pasado y el arte se presentan así como refugio de la realidad, y también como impulsos para moldearla a nuestra imagen y semejanza. Ruizpalacios vuelve a convertir la road y la buddy movie en cómplices del mismo crimen. Esto es, el de mearse (literalmente) en los tótems de una herencia que, por mucho que nos represente y pida respeto, no tiene por qué condicionar nuestro presente.

Así, pueblos indígenas, colonos y mestizos van de la mano en un cóctel agitadísimo que sólo tiene sentido en la cabeza de quien se lo está imaginando. Ya sea el personaje de Gael García Bernal, ya sea el propio Ruizpalacios. Más allá del protagonista, reina el caos en el enfoque. Todo lo que se aleja de esa persona, parece ser una nebulosa de colores y sonidos a destiempo que esperan ser ordenados (o no, más revueltos aún) por la mente de quien los está observando. Se concreta así un divertido y a ratos brillante ejercicio de impresionismo, pues todo lo que muestra la pantalla da la sensación de que haya pasado antes por el filtro emocional y sensorial de alguien que busca desesperadamente vivir una vida de cine.

Esto es Museo, una película que intenta constantemente copiar a otras películas. No por torpeza, sino para confirmar sus tesis. Cada vez que nos damos cuenta, resulta que los tonos de suite y de sinfonía de Silvestre Revueltas siguen marcando el compás, y que cada vez que el conjunto se descontrola, lo hace a sabiendas de que no puede digerir todas las referencias con las que juega. Emocionante admisión de limitaciones humanas por parte de un autor muy humano, que se niega a caer en la mera réplica, es decir, a ser rehén de su propio éxito.