En Ana, la segunda película que Reis y Cordeiro filmaron en Trás-os-Montes, los abuelos custodian las casas y los niños juegan, asombrados al descubrir cada nueva sustancia —el mercurio, un prisma—, evitando toda cronología o conflicto. Los lugares, los gestos y las tradiciones permanecen en visiones inmediatas y suficientes, sin psicología ni simbolismo. Canto a una tierra, dos mujeres, un nombre, una lengua; sueños precisos y pesadillas transpuestas durante el día. Ana se realizó durante tres estaciones y cinco años. La exigencia con la que los cineastas trabajaron la dialéctica entre las imágenes y los sonidos los llevó a encontrar una gran proximidad sonora, primitiva (fuego, viento, torrente), a oponer las materias (lana, seda, leche, luz) y a concebir los planos como unidades autónomas, vinculados por medio de correspondencias entre formas, materias o tejidos en un montaje que relaciona las dimensiones temporales, espaciales, cromáticas, afectivas.

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