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NEVER GONNA SNOW AGAIN. Malgorzata Szumowska. 115 minutos. Polonia, Alemania (2020). Con Alec Utgoff, Maja Ostaszewska, Agata Kulesza, Lukasz Simlat. SECCIÓN OFICIAL

La prolífica directora polaca de Elles y The Other Lamb concibió con su habitual coguionista y director de fotografía Michal Englert una extraña y a su manera fascinante historia que flirtea con el surrealismo y el absurdo –por momentos tiene ciertas conexiones con el cine de Roy Andersson– a partir de la historia de Zhenia (notable trabajo de Alec Utgoff, visto en la serie Stranger Things y en varias películas de Hollywood como Código Sombra: Jack Ryan), un inmigrante ucraniano que llega a Polonia; más precisamente a una suerte de barrio privado de casas idénticas en el que viven familias burguesas acomodadas, aunque no tanto en lo afectivo o en lo que a salud (física y mental) respecta. Zhenia es un masajista a domicilio, pero sus artes no se limitan a desatar nudos con las manos. Es también un ilusionista, un hipnotizador, un sanador. Logra que sus clientes se relajen, se duerman, entren en trance y se curen (o al menos atenúen los efectos) de sus dolencias, que van desde simple estrés hasta cáncer terminal, pasando por profundas angustias.

No queda muy claro si sus poderes son del orden de lo místico, lo espiritual o lo mágico, pero el atractivo gentil y servicial Zhenia lo convierten en un ser muy requerido en la comunidad, un bálsamo sobre todo para mujeres dominadas por el vacío existencial, la soledad. Sabremos poco de él, aunque unos flashbacks nos transportan hasta su Chernobyl de origen –nació exactamente siete años antes del desastre nuclear de la planta del lugar, pero no pudo salvar a su madre de los efectos de la radiación– y esa escasez de información es uno de los ejes de esta enigmática y elusiva película que construye una permanente tensión sexual, una mirada política bastante cuestionadora y se arriesga con algunos delirios musicales. Demasiado asordinada y contenida para llegar a ser una comedia satírica, demasiado fría como para conmover desde el dráma, un poco críptica en su propuesta pero siempre deslumbrante desde el diseño de arte y la estilización visual, Never Gonna Snow Again ratifica a Szumowska como una de las referencias ineludibles dentro del hoy tan de moda cine polaco. Diego Batlle

ECHO. Rúnar Rúnarsson. Francia, Suiza, Islandia (2019). Con Sigurmar Albertsson, Bent Kingo Andersen, Sif Arnarsdóttir. SELECCIÓN EFA

El nuevo trabajo de Rúnar Rúnarsson, quien se alzara con la Concha de Oro del Festival de San Sebastián hace cuatro años gracias a Gorriones, supone un evidente cambio de registro en la obra del cineasta islandés. Del coming of age afectado por las circunstancias paisajísticas, pasamos a Echo, una mirada humana mucho más transversal… y a pesar de esto, estática. En otras palabras, la cámara encuentra aquí un cierto reposo mientras el texto amplía el foco de estudio. La quietud se manifiesta como la evidencia de un proceso de maduración autoral, en el que la única filigrana que sobrevive es el juego con el enfoque y el desenfoque entre primer y segundo plano del espacio escénico. Todo lo demás pasa por la meticulosa colocación de los elementos que llenarán la pantalla. En un pasaje revelador, la cámara nos sitúa ante la inquietante pulcritud que preside los preparativos para el funeral de un niño. Al difunto le vemos después de que un hombre haya abierto su pequeño ataúd. Corte. Ahora estamos justo en frente de otro sarcófago: una cabina de rayos de UVA. Corte. Ahora presenciamos el incendio provocado de la casa en la que se crió un anciano que, ante tan abrasadora imagen, se refugia en los dulces recuerdos de su juventud. Apoyándose en claves visuales, Rúnarsson ensambla conceptos, navegando así por una serie de postales de la fauna islandesa: un viaje que nos lleva del interés zoológico al antropológico.

En Echo, los personajes se expresan a través de discusiones o monólogos que derivan en gags brillantes. Perlas humorísticas que siempre nos conducen a nuevas situaciones de apariencia similar pero con distintos protagonistas. La película va tirando del hilo, haciéndose eco del eco, componiendo un cuento navideño coral que podría haber firmado Roy Andersson y que evoca Involuntario, el largometraje que estrenó en 2008 el sueco Ruben Östlund, aunque aquí los niveles de cinismo aparecen rebajados. Luces y alguna que otra sombra para alertarnos de los contrastes y diferencias que, irónicamente, nos conectan los unos a los otros. Víctor Esquirol

LA NUIT DES ROIS. Philippe Lacôte. 93 minutos. Costa de Marfil, Francia, Canadá, Senegal (2020). Con Koné Bakary, Steve Tientcheu, Digbeu Jean Cyrille, Denis Lavant SECCIÓN LAS NUEVAS OLAS

Alguno de los guionistas que pasan por la oficina de Tim Robbins en The Player (el juego de Hollywood) de Robert Altman intentarían vender esta película como una combinación entre Las mil y una noches y El marginal. Claro que la descripción no le haría justicia a La nuit des rois, pero es un punto de partida para empezar a hablar de este film fascinante. El adjetivo poco preciso le cabe a la película de Philippe Lacôte porque desde que el protagonista llega a la MACA, la prisión más grande de Costa de Marfil, el espectador queda enganchado en una narración que lo va sorprendiendo a cada paso. No es solo la trama lo que despierta el interés sino la construcción detallada de un universo particular, poblado de personajes específicos, que viven bajo sus propias reglas y ritos.

La cárcel está custodiada por guardias a los que poco les importa lo que sucede adentro mientras no los moleste y tiene un jefe de facto, Barba Negra, que gobierna desde el interior a los presos. Ese líder, enfermo y a punto de perder su poder, elige a un joven recién llegado llamado Roman (interpretado con inmensa expresividad por Koné Bakary) para que le cuente una historia a todos los reclusos. A pesar de su insistencia en que no es un narrador hábil, Roman comprenderá pronto que para sobrevivir debe lograr un relato que capte la fugaz  atención de los prisioneros durante toda la noche de luna roja. Lacôte cumple con el mismo reto que su protagonista, aunque no esté su vida en juego, al desplegar en paralelo y con distintas estéticas la historia de la lucha de poder dentro de la prisión y el relato de Roman, quien crea una leyenda a partir de la vida de un famoso jefe de una pandilla criminal, uniendo improbablemente las antiguas guerras entre reyes hasta el derrocamiento del presidente Laurent Gbagbo.

Si La nuit des rois no alcanza a describirse como la unión de las historias citadas al principio de esta crítica, tampoco cumple con las expectativas de lo que una película sobre una cárcel suele ser. La violencia y la crueldad omnipresentes y las condiciones paupérrimas en las que viven los presos están presentadas con realismo, pero la relación de los personajes con lo mitológico y lo fantástico, con rituales y costumbres antiguas, le otorgan un tono que lo diferencia de los clásicos retratos de una prisión.  Mientras Roman cuenta su historia, a la que le va agregando detalles y nuevas líneas narrativas para alargarla, algunos de los prisioneros improvisan bailes y cantos que representan escenas de la narración. En la MACA no hay esperanza y esta no es una película de Hollywood con milagros inesperados, pero sí persiste una fe en la fuerza de la creatividad como modo de supervivencia. María Fernanda Mugica

DRUK (ANOTHER ROUND). Thomas Vinterberg. 117 minutos. Dinamarca, Suecia, Países Bajos (2020). Con Mads Mikkelsen, Thomas Bo Larsen, Magnus Millang. SELECCIÓN EFA

Druk arranca con una secuencia que recrea, de forma nerviosa e inmersiva, una costumbre danesa que lleva a grupos de jóvenes hasta un lago para participar en una carrera, aunque la competición es de todo menos deportiva. El ganador es el equipo que consigue beberse una caja de cerveza antes de completar el recorrido. Luego la fiesta continúa por toda la ciudad, con los jóvenes completamente borrachos, liberados de cualquier tipo de conciencia cívica. Algunos de estos jóvenes son alumnos de los cuatro protagonistas de la película, a quienes el cineasta danés Thomas Vintenberg convierte en ‘cobayas’ de un experimento sobre la ebriedad. A partir de un estudio científico que asegura que nacemos con un déficit de alcohol en la sangre, los protagonistas de Druk deciden llevar a cabo su propia investigación, utilizando sus cuerpos y sus vidas como campos de prueba. Guiados por el profesor de música, comienzan a beber hasta el nivel exacto que se requiere para sentir los supuestos efectos beneficiosos. Pero como no tienen suficiente, deciden ir superando etapas, aumentado el nivel de consumo hasta un punto de embriaguez total conocido como “ignición”.

Siguiendo el mismo impulso cientifista que sus personajes, Vinterberg se fija como objetivo la búsqueda de los límites del rígido conjunto de preceptos éticos y sanitarios que componen el orden social. Sin embargo, el suyo no es un acto de rebeldía antisistema, no pretende apelar a la insurrección. Lo que mueve a los personajes de Druk es apenas la necesidad de dar un giro a sus vidas, romper con la monotonía, recuperar los sentimientos y la voluntad de amar, así como desprenderse de la dolorosa sombra de la soledad. Lejos del moralismo habitual de su cine, Vintenberg se posiciona del lado de sus personajes. No hay ironía en la mirada del cineasta, y sí algunos gestos de carácter empático.

El autor de La caza saca todo el partido a la química que se establece en pantalla entre sus cuatro actores principales, que consiguen hacer creíbles sus recurrentes tránsitos entre la sobriedad y la embriaguez. Comentario aparte merece Mads Mikkelsen, que en el papel de Martin, el profesor de Historia, ofrece un recital de economía gestual, invocando toda clase de tempestades anímicas con un simple abrir de ojos o una mirada a la oscuridad circundante. Una realidad cada vez más ilusoria, próxima al éxtasis enajenado que experimentaban los jóvenes participantes en la competición etílica con la que se abría el film. Fernando Bernal

QUO VADIS, AIDA?. Jasmila Žbanić. 103 minutos. B​osnia y Herzegovina, N​oruega,  Países Bajos, Austria, Rumania, Francia, Alemania, Polonia, Turquía (2020). Con Jasna Đuričić, Izudin Bajrović, Boris Ler, Dino Bajrović. SECCIÓN OFICIAL

En julio de 1995 el ejército serbio exterminó a 8.372 civiles bosnios (en su inmensa mayoría hombres) de la ciudad de Srebrenica como parte de la “limpieza étnica”. Esos son los eventos que la directora de Grbavica, On the Path y Love Island reconstruye en este sobrecogedor relato en el que no solo los asesinos salen mal parados (los comandantes serbios son de una crueldad inimaginable), sino también las propias Naciones Unidas que, por acción u omisión, por desidia o falta de iniciativa política, permitieron una masacre de semejantes dimensiones. La película está narrada desde el punto de vista de la Aida del título (Jasna Đuričić), una maestra que se desempeña como traductora en la base de las NU manejada por los holandeses. Allí se han refugiado varios miles de bosnios, mientras mucho más se agolpan tras las rejas. Ella será testigo de las negociaciones, mientras intentará salvar a su familia.

Cine de denuncia, Quo Vadis, Aida? prescinde de toda sutileza (por momentos parece un retrato del exterminio nazi) y allí reside su potencia, pero también sus evidentes limitaciones. Solo recomendada para aquellos interesados en cuestiones de política internacional y en acercarse a unos de los genocidios más desgarradores de la historia reciente (pasaron apenas 25 años) signados por la violencia étnica y religiosa. Diego Batlle

DOWNSTREAM TO KINSHASA. Dieudo Hamadi. 90 minutos. Congo, Francia, Bélgica (2020). SECCIÓN LAS NUEVAS OLAS NO FICCIÓN

Entre el 5 y el 10 de junio de 2000 se desató en la ciudad de Kisangani, en la República Democrática del Congo, una batalla entre los ejércitos de Uganda y Rwanda que dejó como saldo más de 3.000 muertos y 4.000 heridos. Los primeros están en fosas comunes que el documental se encargará de mostrar; los segundos, muchos de ellos mutilados (sin brazos y/o ni piernas), conformaron la Asociación de Víctimas de la Guerra de los Seis Días (así se la conoció) para pedir compensaciones. Durante las dos décadas que pasaron desde aquellos sangrientos acontecimientos nadie les dio una mínima respuesta (Uganda fue declarada culpable de crímenes de guerra pero nunca se hizo cargo) y es así que –aún con sus dificultades para caminar– 12 de ellos emprenden una larga marcha por el río Congo rumbo a la capital Kinshasa. Allí, volverán a ser sometidos por todo tipo de humillaciones por parte de la burocracia política del país e incluso de las Naciones Unidas.

Resulta imposible no empatizar con los protagonistas y no indignarse con una de las tantas injusticias de este mundo. Dieudo Hamadi –el mismo de National Diploma (2014) y la notable Mama Colonel (2017) – pone su cámara al servicio de estos hombres y mujeres invisibilizados y maltratados en un registro íntimo y político a la vez. No es una obra maestra, tampoco pretende serla. Es una película noble y, sí, necesaria. Diego Batlle

EL ARTE DE VOLVER. Pedro Collantes. 91 minutos. España (2020). Con Macarena García, Nacho Sánchez, Ingrid García Jonsson.

Prendada de una ambición encomiable, El arte de volver persigue construir un retrato vívido y poliédrico de un ser humano complejo: una mujer de muchas capas, una heroína imperfecta que podría haber habitado las películas de Jean-Luc Godard o John Cassavetes, una heredera de los personajes que inmortalizaron actrices como Anna Karina y Gena Rowlands. Y lo más interesante del caso es que Pedro Collantes, que se estrena en el largometraje después de dirigir numerosos cortos, apuesta por estructurar El arte de volver a imagen y semejanza de la psicología de su protagonista, dando lugar a una película fragmentaria que navega por diferentes tonos y registros para acabar construyendo un retrato femenino caleidoscópico. El arte de volver, que acompaña a Noemí (Macarena García) a lo largo de 24 horas por escenarios interiores y exteriores de Madrid, arranca como si se tratara de otro de esos films naturalistas y delicados que pueblan el joven cine español. Un intimismo sosegado acompaña a la protagonista –una actriz que acaba de volver de un periplo neoyorquino– en su entrañable visita a su abuelo enfermo, mientras que las alargadas sombras de Eric Rohmer y Antón Chéjov envuelven a Noemí y a un viejo amigo en una prolongado paseo conversacional por un parque madrileño. Las escenas se extienden en el tiempo, cocinadas a fuego lento, a medio camino entre un realismo de tintes líricos y un cierto pulso literario.

Todo parece ir sobre ruedas, siguiendo un rumbo fijo, pero ‘El arte de volver’, igual que su protagonista, tiene más de una cara. Así, la sobria aproximación a la misteriosa figura de Noemí irá abriéndose a lo melodramático, desembocando en el exceso, intimando incluso con el esperpento, lugar en el que la película de Collantes parece entablar puentes con el cine visceral de Xavier Dolan. La montaña rusa emocional que es El arte de volver funciona como un escaparate de los territorios esenciales de la experiencia humana: la amistad, la vida en familia, la sexualidad, la vida sentimental, la lealtad y la traición, la búsqueda de refugio detrás de las máscaras… Temas que conforman una suerte de laberinto tan narrativo como conceptual. Cabe lamentar que El arte de volver no esté a la altura de sus ambiciones: algunos diálogos suenan demasiado artificiosos, no todos los actores y actrices están al nivel de Macarena García, y la virulencia de los cambios de tono puede desconcertar a más de un espectador. Sin embargo, en su arrojo y desmesura, la ópera prima de Collantes permite albergar esperanzas en el futuro de un cineasta interesado en esquivar los lugares comunes de nuestro cine. Manu Yáñez

APPLES. Christos Nikou. 90 minutos. Grecia, Polonia, Eslovenia (2020). Aris Servetalis, Sofia Georgovassili, Anna Kalaitzidou. SECCIÓN LAS NUEVAS OLAS

Asistente de dirección de su compatriota Yorgos Lanthimos en películas como Canino, Christos Nikou debuta como realizador con una película que –si bien está ambientada en un universo analógico de cassettes y Polaroids– resulta muy actual. Estamos en medio de una pandemia, pero no de Coronavirus sino de amnesia. El que pierde por completo la memoria es Aris (Aris Servetalis con un look bastante parecido al de Daniel Day-Lewis), al que encuentran de noche en un colectivo que ha llegado a la terminal, sin saber quién es, qué hace, dónde vive y por qué está allí. En el hospital de Atenas no logran identificarlo y nadie pregunta por él. Su existencia está completamente en blanco. “Es la oportunidad perfecta para iniciar una nueva vida”, le dicen como para darle alguna esperanza y motivación.

Ya de regreso en su casa, el atribulado Aris deberá seguir unas cuantas pautas que los médicos le mandan grabadas: ir a alguna fiesta, bailar, emborracharse, seducir a alguna mujer (u hombre), tener sexo casual, probar manejando una bicicleta, cuidar a algún enfermo terminal y luego concurrir a su funeral. El protagonista irá cumpliendo con esmero las distintas consignas y, en el proceso, conocerá a una Anna (Sofia Georgovassili), una mujer en su misma situación post amnésica. Con una apuesta por ese humor deadpan, entre minimalista y absurdo, que remite al cine de Lanthimos, pero también al de Martín Rejtman y Aki Kaurismäki (y a cierto delirio propio del de Charlie Kaufman), Apples (el título hace referencia a la obsesión de nuestro antihéroe por las manzanas rojas) es una tragicomedia melancólica, no exenta de lirismo y sensibilidad, y con un dejo apocalíptico que Nikou construye con una convicción y una solidez encomiables. Diego Batlle