Carlos Reviriego (Festival de Berlín)

Christian Petzold es casi un valor seguro. La presencia en la competición de la Berlinale de su último largometraje, Transit, presagiaba uno de los platos fuertes de la 68 edición. Aunque la película se ha recibido en términos generales con frialdad, o más bien con desconcierto, esta muy libre adaptación de la novela de Anna Segher situada en 1942 en torno a refugiados de la guerra atrapados en la Francia de Vichy es sin duda una de las propuestas más satisfactorias, valientes y desafiantes que probablemente se podrá ver a lo largo de la semana en Berlín.

La más audaz de las decisiones de Petzold pasa por hacer una película de época sin que sea de época, es decir, prescindiendo de toda recreación histórica: la ambientación es contemporánea, no hay nazis ni tanques sino ejércitos y furgonetas policiales, el vestuario es de corte clásico, el lenguaje es literario, se ha omitido cualquier referencia a la tecnología del último medio siglo. El efecto consiguiente es que el relato transcurre en un interesante limbo que pertenece al entonces y también al ahora o, más bien, a un apocalíptico futuro inmediato, de modo que se ofrece como una inteligente, intemporal fábula sobre las migraciones humanas en Europa y la distopía de un continente de refugiados. Nada ha cambiado esencialmente en lo referente al extravío y el exilio de almas sin papeles, acaso solo los conflictos que provocan las migraciones masivas. La invasión nazi de entonces encuentra su provocativa analogía con la actual política migratoria alemana, es decir, europea. De este modo, Transit se ofrece casi como un experimento antihistoricista, sin duda la propuesta más conceptual hasta el momento del autor alemán –que dedica a Harum Farocki–, de ahí probablemente el desconcierto.

Como ocurre en todos sus trabajos, el autor de Barbara (2012) inyecta elegancia, ingenio y lirismo emocional a su film, pero sumando aquí mayor abstracción. La historia se centra en el refugiado alemán Georg (interpretado por Franz Rogowski, cuyo físico es una combinación de Joaquin Phoenix y Robert Pattinson), quien antes de abandonar París toma posesión del manuscrito de un escritor que se ha suicidado, así como de una carta de la embajada mexicana prometiéndole un visado. Decide entonces suplantar al escritor (como ocurre también al principio de otra película a concurso, Eva, la penosa adaptación que ha hecho Benoit Jacquot de una novela que ya adaptara, con mayor inteligencia, Joseph Losey) para aprovechar los privilegios concedidos a Weidel y huir a América. Esperando en Marsella la partida de su barco, traba amistad con la mujer y el hijo de un compañero que murió en el tren desde París, y también con la misteriosa Marie (Paula Beer), que busca desesperadamente a su marido, el escritor Weidel. Mientras ambos se enamoran, él trata de mantener a Marie a salvo sin revelarle el engaño en torno a su identidad.

Petzold transmite un conocimiento y una pasión por el cine clásico que no se atraganta en la nostalgia, sino que reformula sus valores en el contexto de nuestros días. Toda intención histórica, política y social en el film se conjuga, como ya ocurría en la extraordinaria Phoenix (2014), con un melodrama en torno a las mascaradas, duplicidades y fantasmagorías prendado de misterio y de belleza, a pesar de la ausencia de Nina Hoss. Es la primera vez en trece años que la gran intérprete alemana no aparece en un film de Petzold, si bien su aura de misterio y elegancia clásica es reemplazado satisfactoriamente por Beer (quien ya entregó una hermosa interpretación franco-alemana en Franz, de François Ozon), a pesar de que a su personaje le falta recorrido. En conjunto, Transit puede entenderse como una secuela espiritual de Phoenix, con la que formaría un brillante díptico. Petzold pide al espectador no solo que acepte los agujeros en el relato y el juego de anacronismos, sino un arco narrativo puntuado por una voz en off en tercera persona que glosa descriptivamente lo que vemos en pantalla. Semejante decisión no hace sino intelectualizar la metáfora y la emoción resonante en el relato, el sentido de extravío y extrañamiento que se apodera del film.