Último largometraje hasta el momento del colectivo Los hijos, quienes con su anterior trabajo, Los materiales, no solo ganaron en festivales como Punto de Vista o Marsella, sino que sacudieron la escena cinematográfica nacional con una combinación bastante inédita en nuestro país de cine-ensayo, iconoclastia cinematográfica y lectura crítica de nuestro presente social y político. Los materiales, de 2011, se aproximaba a una de las obras civiles más emblemáticas de la historia reciente del país, el pantano de Riaño, proyectado inicialmente en la Segunda República, pero convertido en uno de los emblemas de la dictadura franquista, y rematado por el primer gobierno socialista: un único espacio capaz de concentrar tres periodos históricos muy distintos, como tres capas superpuestas y entremezcladas, que no consecutivas, un lugar atemporal y al mismo tiempo profundamente connotado, en el que las intervenciones políticas crearon una nueva realidad, con un pueblo sumergido entre las aguas y uno nuevo creado a escasos metros, como testigo de su propio funeral y su propia tumba.
Los materiales no era sin embargo una película obvia, sino que la propia película se asumía como un objeto, una lectura superpuesta a un lugar cargado de significados simbólicos, y ponía en escena de forma muy clara el trabajo de construcción-manipulación de las imágenes, despojadas de su audio original, y subrayadas siempre por los comentarios en off –o más específicamente, en subtítulos– de los realizadores, que introducían una distancia a la vez irónica, autorreferencial y profundamente política sobre la realidad que tenían enfrente y su propia manera de rodarlas. Así, la película no era solo una película sobre un espacio, sino la película sobre la creación de una película sobre un espacio, una capa histórica más, una creación más, sobre un espacio a la vez vacío y profundamente cargado de significados.
Realizada dos años después, Árboles continúa con el proyecto de revisión-relectura crítica de la historia de nuestro país, y de la forma en la que el cine español se ha relacionado (generalmente para silenciarlas) con determinadas partes de nuestra historia. En este caso, la película se centra en el pasado colonial de España en Guinea Ecuatorial, y en las consecuencias de la crisis económica (y política y social) que en el momento de rodaje de la película estaban en pleno apogeo (y que siguen, pese a la insistencia machacona de la propaganda gubernamental). La coherencia con sus anteriores trabajos es total, porque no se trata solo de un acercamiento político, sino de una práctica política a través de herramientas audiovisuales, una revisión crítica de la historia a través de la revisión crítica de las herramientas con las que nos relacionamos con ella: las cinematográficas, pero también las dialécticas, las documentales, las textuales, las documentales.
Como si esta vez la película fuera el propio pantano de Riaño, Árboles se construye sumando capas de historia y representación, la memoria de la colonia, su presente, sus rastros, y la manera en la que España, sin haber asumido su propio pasado, habiéndolo relegado al olvido, se enfrenta a una profunda crisis que hunde sus raíces en su relación con su memoria y su construcción histórica. Dividida en dos grandes segmentos, el dedicado a Guinea, en color, y el dedicado a España (o más precisamente, el filmado en Guinea y el filmado en España), en blanco y negro, la película emplea diversos recursos para poner en escena esa variedad de acercamientos que se entrecruzan: textos históricos insertos como citas en pantalla, imágenes rodadas en la actual Guinea Ecuatorial, voces de guineanos, un repaso en blanco y negro por un barrio de nueva construcción en España, y una conversación entre tres jóvenes acerca del momento político, las sacudidas producidas por el 15M y sus diversos ecos.
Como ocurría en Los materiales, la película no discurre de forma frontal al espectador, sino que toma la forma de una conversación, de una película ensayo, que, justamente, ensaya un diálogo entre palabras e imágenes, memoria y representación, presente y futuro, cambio e inmovilismo: una conversación que vuelve una y otra vez sobre las imágenes de casas, calles, construcciones, como símbolos de un proyecto de construcción social ejemplificado en esos espacios públicos, habitados o deshabitados, sobre los que se tejen las relaciones sociales, y se entrecruzan los tiempos históricos.
Como todo ensayo (o como todo buen ensayo) Árboles no ofrece un diagnóstico sobre nuestro pasado como potencia colonial, ni sobre nuestro presente como sociedad rota, desgajada y construida sobre silenciosos barrios de ladrillo visto, pero sí pone en relieve, al menos, la necesidad de repensar y enfrentarnos a un pasado negado (como aquel embalse de Riaño) si queremos ser capaces de construir en el futuro algo más que plazas desérticas o películas vacías.