Los primeros versos del poema All’Italia de Giacomo Leopardi son el punto de partida de la nueva película de Pietro Marcello, estrenada en la sección oficial del Festival de Locarno de 2015 y luego exhibida en Filmadrid. La imagen alegórica de la patria italiana cual mujer hermosa, desconsolada y desorientada, que llora al no reconocer la gloria de su pasado desde su vergonzoso presente, es la fuente de inspiración de Bella y perdida, una película sobre la desacralización del país transalpino. El director de La boca del lobo inició el rodaje de lo que debía ser una road movie sobre la Italia más bucólica en Campania; concretamente, en los alrededores de Caserta, su pueblo natal. Este primer capítulo iba a ser un homenaje a la figura de Tommaso Cestrone, conocido por hacerse cargo voluntariamente de la Reggia de Carditello, un antiguo palacio monárquico, hoy abandonado. En el film, Cestrone evoca su propia figura interpretando a un pastor que cuida el desatendido patrimonio cultural. No obstante, su muerte, ocurrida de forma súbita durante la Nochebuena de 2013, hizo cambiar el curso de la película: tras este inesperado suceso, la percepción de una Italia bella y perdida se hacía aún más poderosa. Fue entonces cuando el cineasta napolitano modificó la estructura itinerante del film para concentrar la metáfora leopardiana sobre la bella e perduta Napoli.
Este film conmovedor pone en evidencia la miseria, la pobreza y la corrupción de una comarca: tres grandes males que sepultan el fulgor histórico y literario de antaño. Sin embargo, Bella y perdida no habla de pastos envenenados y aguas contaminadas, como sí denunció Mateo Garrone en Gomorra. Como en As Mil e uma Noites de Miguel Gomes, esta película hace uso del imaginario mitológico para documentar la cruda realidad en unas tierras infecundas y subdesarrolladas. Asimismo, el largometraje mezcla su propósito documental –exhibiendo metraje de protestas reales sobre el estado de la Reggia borbónica o las víctimas de la Camorra– con un halo fantasioso, logrado través de la voz en off (a cargo de Elio Germano) de un pequeño búfalo que posee poderes mágicos e ideales puros que no coinciden con la degradada mentalidad contemporánea.
El búfalo, bautizado erróneamente con el nombre de Sarchiapone (‘bobo’ en dialecto napolitano), protagoniza un relato onírico y picaresco en el que cambia tres veces de amo. Tommaso Cestrone es el primero y el mejor de los tres pero, pero tras el fallecimiento de este amante de la belleza que iba a salvar a la bestia del matadero, el animal acaba en manos de Pulcinella. Este bandido ataviado como su homónimo personaje de la commedia dell’arte es, en realidad, una semi-divinidad etrusca que tiene el poder de comunicarse con los muertos. Pulcinella será el causante del inicio del desencanto de los hombres, algo que el búfalo empezará a advertir. El proceso de desacralización del mundo de los mortales se completará con el encuentro con el tercer amo: el poeta Gesuino. A pesar de saberse un salvador de la Humanidad, este literato se comporta con la profana ordinariez de los Reyes Magos o el Quijote y Sancho de las alteradas fábulas de Albert Serra.
Bella y perdida es una relato soñado que manifiesta la eterna rivalidad entre el hombre y la naturaleza a través de otro combate milenario: el de la pureza artística contra la mundanidad. Un contraste que Pietro Marcello enfatiza a partir de la estilización de ciertas imágenes -unos planos subjetivos del búfalo filmados con tonalidades lomográficas- o el uso de dos lenguas melódicamente antagónicas: el italiano de los monólogos de Elio Germano en contraposición al iracundo napolitano que hablan todos los personajes.