Dario Argento, Mario Bava, Lucio Fulci, Pupi Avati son algunos de los directores que convirtieron el amarillo (eso es lo que significa ‘giallo’) de las portadas de las novelas baratas de detectives y terror en un género cinematográfico. Hace ya cuarenta años firmaron una serie de películas, algunas de ellas de muy bajo presupuesto, que alumbraron una forma de concebir el terror que hay que reconocer que marcó un antes y un después y alumbró subgeneros tan estimulantes y satisfactorios desde el punto de vista comercial como el ‘slasher’. Hacia esa época, hacia mediados de lo sesenta, vuelve su mirada Peter Strickland en este film protagonizado por un supervisor de efectos de sonido (soberbio, como siempre, Tobey Jones), que se encuentra ante el reto de ambientar un ‘giallo’ con sus técnicas analógicas, que le obligan a estar encerrado en un estudio frente a imágenes de crímenes, brujas y otra serie de criaturas llegadas del mismo infierno. La audacia de Strickland es que ese terror de la pantalla que proyecta el 35 mm se convierte en realidad. Un viaje que comienza en el citado Argento y termina muy cerca, pero mucho, de Lynch, pasando cerca de Poe. Palabras mayores que resuenan como un efecto terrorífico creado con un verdura golpeando sobre el metal. Fernando Bernal

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