Carlota Moseguí (Festival de Locarno)

No es la primera vez que los autores brasileños Adirley Queirós, Juliana Rojas y Marco Dutra toman el cine de género para denunciar la crisis social y política de su país. Queirós ya coqueteó (muy tímidamente) con la ciencia ficción en su sensacional debut Branco Sai, Petro Fica. Y, por su parte, Rojas y Dutra han dirigido (juntos y en solitario) cortos sobre criaturas de otros mundos (como, por ejemplo, el extraño caso de una profesora de primaria acosada por su doppelgänger en O Duplo). Sin lugar a dudas, la situación en Brasil ha empeorado desde que dichos cineastas realizaron sus ficciones sci-fi, pero su espíritu crítico sigue siendo el mismo.

En la sección oficial del Festival de Locarno, Rojas y Dutra estrenaron una película de terror sobre la existencia de hombres lobo. Dividida en dos partes, marcadas por una elipsis de siete años, As Boas Maneiras arranca con una entrevista de trabajo a través de la cual se intuye la orientación de la denuncia social que tomará el film; pues, entrevistadora y entrevistada no coinciden en posición social, tendencia sexual, ni color de piel. Tras responder correctamente al interrogatorio, la mujer embarazada que habita en una de las urbanizaciones más pudientes de Sao Paolo decide contratar a una chica de extrarradio como criada y cuidadora de su futuro bebé sin padre. A medida que pasan los meses, el estricto y frío vínculo laboral entre ambas deviene en una amistad desinteresada que, a su vez, desemboca en un affaire lésbico, causado accidentalmente por un brote (más agresivo que pasional) de la embarazada durante una noche de luna llena.

Al igual que en su largometraje anterior, Trabalhar Cansa, Rojas y Dutra exploran la delgada línea que separa al hombre de la bestia a través de sus diferencias de clase. Una dualidad que en su nuevo film se justifica mediante la inclusión del elemento fantástico. Su segunda película, codirigida a cuatro manos –y nuevo título anunciado en la competición del próximo Festival de Sitges–, es, en realidad, dos películas distintas, unidas por esa presencia inexplicable de entes sobrenaturales. Si en la primera parte se nos presenta a una criada dispuesta a averiguar cómo su amante se ha convertido en la portadora del Mal en su vientre, como la Mia Farrow de La semilla del diablo; la segunda se ocupará de la infancia de ese niño al que nadie le han confesado su verdadera identidad monstruosa.

Del Brasil con monstruos sin alma, que devoran a sus seres queridos, pasamos al desolador Brasil distópico de Adirley Queirós. Estrenada en la tercera competición del Festival de Locarno, Signs of Life, Era uma Vez Brasilia acontece en un infierno bajo un régimen dictatorial inhabitable por culpa de la represión policial. El escenario de apariencia pos apocalíptica –a camino entre Blade Runner y Crumbs de Miguel Llansó– está habitado por nativos sin techo y seres de otras galaxias que llegaron a Brasilia por equivocación. Pero no nos dejemos engañar. Pese a su apariencia futurista, Era uma Vez Brasilia no está ambientada en un tiempo futuro, sino en el pasado. Nos hallamos en 1959, en pleno gobierno de Juscelino Kubitschek. El alienígena que protagoniza esta brillante comedia negra ha sido enviado a la tierra con una única misión: matar al presidente de Brasil durante la inauguración de Brasilia que tuvo lugar en esa fecha señalada. Sin embargo, la nave del agente WA4 sufre una avería y el extraterrestre debe realizar un aterrizaje de emergencia en un no-lugar, cerca de la prisión oficial del país. Allí formará un ejercito de mercenarios que le ayudarán a cometer el crimen.

Era uma Vez Brasilia es un film de historias cruzadas. La trama del alienígena llegando a la Tierra en un cohete mugriento se intercala con otras escenas donde los nativos, anímicamente abatidos, relatan episodios de la represión policial; unas anécdotas que concuerdan con sucesos que han ocurrido o podrían ocurrir bajo el mandato de Michel Temer. El pasado y el presente de Brasil se superponen en esta desesperanzadora proyección del no-futuro del país a la que, además, se le suma una sádica polifonía compuesta por dos únicas voces: el discurso de Dilma Rousseff durante su destitución, y el de Temer al tomar su cargo.