Manu Yáñez (Festival de Cannes)
Lo mejor que puede decirse del palmarés de la 70ª edición del Festival de Cannes es que hizo justicia al conjunto de títulos que conformaron la Competición Oficial del certamen francés. Una programación en la que el equilibrio entre misantropía y humanismo se decantó claramente del lado de la hosquedad y de un marcado nihilismo. Dentro de esta corriente de cine lúgubre, Cannes puso el foco sobre películas marcadas por una evidente crítica social (films de tesis) y por una tendencia a mirar a sus personajes por encima del hombro. Una combinación de factores que suele apuntar hacia la agitación de la conciencia del espectador: la idea es poner al público delante de un espejo deformante e interpelarle con violencia, con un dedo acusador. Películas como The Killing of a Sacred Deer del griego Yorgos Lanthimos –una sátira cruel sobre la hipocresía de la mirada burguesa y la vacuidad de los valores familiares–, Loveless del ruso Andrei Zvyagintsev –ácido retrato de la crisis de valores de la Rusia contemporánea– o The Square del sueco Ruben Östlund –otra sátira sobre el mundo burgués aliñada con un caricaturesco retrato del mundo del arte contemporáneo– son perfectos ejemplos de la oscuridad que imperó en una festival diseñado para golpear la conciencia de la crítica y prensa desplazada hasta la Costa Azul. Lanthimos se llevó el premio al Mejor Guión, Zvyagintsev el Premio del Jurado y Östlund la Palma de Oro.
The Square, la mejor película del festival para el jurado presidido por Pedro Almodóvar, utiliza la ironía para expandir el discurso del sueco Ruben Östlund –director de Play y Fuerza mayor– acerca de la frágil capa de civismo que recubre la (según él) hipócrita y patética esencia de la vida en sociedad. Para Östlund, los pilares del proyecto social europeo –valores como la solidaridad, la compasión o la generosidad– no son más que una torpe máscara bajo la que se oculta un torrente de cinismo, corrección política y estupidez. Con su estructura arborescente y su apariencia de comedia negra, The Square dispara en múltiples direcciones: contra el mundo del arte contemporáneo, contra la institución familiar, contra la inmadurez masculina, contra la altivez con la que el “primer mundo” trata a sus inmigrantes, contra la incomunicación urbana… Inabarcable y tediosa, la película se encarga de subrayar sus postulados mientras zigzaguea entre diferentes registros: a ratos parece el resultado de imaginar el cine de Michelangelo Antonioni en clave cómica, en otros momentos luce como un tenso drama interpersonal a la manera del cine de Asghar Farhadi, y también puede verse como la versión nórdica del surrealismo de Buñuel. Un cóctel de referentes de la modernidad disfrazados de ligereza pero afincados en la más honda solemnidad.
La otra cara de la moneda de Cannes 2017 la representó un conjunto de directores y directoras comprometidos con la realidad emocional y existencial de sus personajes. Autores y autoras preocupados por llegar a comprender e incluso abrazar las razones y las acciones de sus personajes. Desde muy diferentes perspectivas, este impulso afectivo estuvo presente en The Meyerowitz Stories de Noah Baumbach, The Day After de Hong Sang-soo, Good Time de los hermanos Safdie, The Beguilded (La seducción) de Sofia Coppola o 120 BPM de Robin Campillo. Coppola se llevó el premio a la Mejor Dirección por su reinterpretación del film homónimo de Don Sieguel, mientras que Campillo se llevó el Gran Premio del Jurado por su (auto)retrato entre didáctico y emotivo de las actividades del grupo ACT UP, comprometido contra la lucha contra el SIDA en el París de principios de los años 90. Baumbach, Hong y los Safdie –autores de las tres mejores películas de la competición para este crítico– se fueron de Cannes de vacío.
El palmarés se completó con algunos premios comprensibles, como los de Mejor Actor y Actriz para dos notables intérpretes en películas menores: el coloso Joaquin Phoenix en la sádica y estilizada Your Were Never Really Here de Lynne Ramsay, y una intensa Diane Kruger en la temeraria In the Fade de Fatih Akin, que utiliza la caída a los infiernos de una persona común para intentar comprender el funcionamiento de los integrismos que asolan nuestro presente. Por último, el premio más desconcertante del palmarés fue el de Mejor Guión para Lynne Ramsay, ex aequo con Yorgos Lanthimos: un premio de escritura para una autora cuya fuerza expresiva surge del trabajo de puesta en escena (siempre atenta a lo siniestro) y de montaje (entre lo heterodoxo y lo efectista). El Premio Especial 70° Aniversario para Nicole Kidman por su labor en The Beguilded y The Killing of a Sacred Deer parece tan justo como intrascendente. Uno tiene la impresión de que los correctos trabajos interpretativos de la Kidman –himnos a la resistencia femenina ante lo patriarcal– no estarán entre los más recordados del año fílmico.