Carlota Moseguí (Festival de Locarno)

La proyección de cualquier película de Hélène Cattet y Bruno Forzani en la gran pantalla es el equivalente a asistir a un espectáculo pirotécnico. Su filmografía se compone de orgías de luces y colores, donde la sangre (siempre presente en sus neo-giallos) deja de ser roja, y los primerísimos planos de labios, ojos y cabellos se convierten en bombas que estallan en nuestra retina al tintarse de azul, verde, morado o dorado. Ayer, a medianoche, la pareja de directores belgas, que ya compitieron en la sección oficial del Festival de Locarno con su segundo largometraje, L’étrange couleur des larmes de ton corps, regresaron al certamen suizo para estrenar su tercera obra. Como decíamos, si ver sus películas en el cine es un deleite para todos los sentidos, la proyección de Laissez bronzer les cadavres! sobre la pantalla gigante de la Piazza Grande, bajo la luz de una luna casi llena, será, probablemente, uno de los acontecimientos más memorables de la presente edición. Sin embargo, aunque el show fue inolvidable, su nueva película es, en realidad, su obra más menor.

En esta ocasión los cineastas han adaptado la novela de culto homónima de Jean-Patrick Manchette. Tras haber dado un golpe maestro, llevándose un botín de una veintena de lingotes de oro, una banda de ladrones se instala en un fuerte regido por una especie de sacerdotisa maléfica que les somete a toda clase de ritos sexuales. Sin embargo, la vida paradisíaca en la ciudadela devendrá la peor de sus pesadillas cuando una serie de intrusos (desde esposas abandonadas hasta policías que les siguen la pista) penetren en el lugar mágico. Los cacos, siempre en alerta, desenfundarán sus armas y abrirán fuego durante hora y media de metraje. Así, el primer neo-western de los directores de Amer es una especie de duelo de pistoleros de Sergio Leone que jamás termina. Los vaqueros de Cattet y Forzani son incapaces de eliminar a sus combatientes puesto que todos son los más rápidos del Oeste.

Los belgas han substituido los cuchillos y las tijeras con los que se defendían o atacaban los personajes de sus anteriores films por otro instrumento igualmente fálico: las pistolas. Pero, advertimos, la representación de la sexualidad reprimida –el fascinante epicentro de sus giallos– ha desaparecido en Laissez bronzer les cadavres! Su nueva película funciona como una ostentación de sus fuegos de artificio sensoriales mucho más accesible que laberíntica. En este sentido, se trata de la primera película que los cineastas han narrado en estricto orden cronológico, e incluso han incluido un reloj digital que marca la hora y los minutos en todo momento. Sin ser una película mediocre, Laissez bronzer les cadavres! revela otra faceta domesticada y cautelosa de su obra. Ya no se nos permite perdernos en el laberinto, tan sólo podemos disfrutar del espectáculo.