La película, que según su director tiene en realidad a Rossellini más en mente que a Deray, habla del cuarteto que se forma en una magnífica casa de vacaciones alquilada por el convaleciente personaje de Tilda Swinton, una especie de David Bowie femenino al que le acaban de operar las cuerdas vocales. Swinton, que repite aquí por cuarta vez con Guadagnino, vuelve a ofrecer un personaje antológico con lo mínimo, pero si por algo destaca la película es precisamente por el preciso equilibrio entre cuatro formas de aproximarse a la interpretación casi contrarias: el histrionismo de un Ralph Fiennes en estado de gracia, la contención física de un Matthias Schoenaerts rebosante y la gracilidad de una Dakota Johnson tan femme fatale como encantadora complementan a una Swinton muda pero que no por ello pierde la voz propia. Cegados por el sol abusa de lo esteta del mismo modo que Yo soy el amor, pero, a diferencia de aquella, aquí hay una cierta fragilidad recorriendo todo el filme. Si en la anterior película del director se intuía una cierta obsesión por la consistencia del cerrar círculos, aquí hay una liberación que le permite juguetear más con los vértices del cuadrado. Cegados por el sol es una película que está de vacaciones. Endika Rey

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