Página web del Americana Film Fest – Festival de Cine Independiente Norteamericano de Barcelona.

PROPHET’S PRAY. Amy Berg. 90 minutos. Estados Unidos (2015). AMERICANA DOCS.

Con el documental de 2006 Deliver Us From Evil, Amy Berg propuso al espectador una bajada a los infiernos de la perversión humana al retratar de manera cruda y directa un flagrante caso de pederastia encubierto por la Iglesia Católica estadounidense. Un reino de terror disfrazado de edén religioso que reencontramos en la perturbadora Prophet’s Pray. De espíritu didáctico, estructurado cronológicamente como si de una investigación policial se tratara, el film arranca con la voz en off de Nick Cave relatando los turbios orígenes de la Iglesia Fundamentalista de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (FLDS): una suerte de spin off de la Iglesia Mormona en el que, todavía hoy, se sigue practicando la poligamia. Una crónica histórica que termina centrándose en la tétrica y mesiánica figura de Warren Jeffs, el último profeta de la FLDS, hoy entre rejas, acusado de abuso de menores, tras figurar durante años en la lista de los 10 Hombres Más Buscados del FBI.

Con su habilidad para encontrar testimonios directamente implicados en sus casos de estudio, Berg consigue entrevistar a familiares y víctimas directas de Jeffs, aunque el peso del relato recae sobre dos de los más intrépidos analistas del funcionamiento de la impenetrable FLDS: el periodista Jon Krakauer y el investigador Sam Brower, autor del libro que da título al film. La película –enturbiada por la atmosférica banda sonora de Cave y Warren Ellis– da cuenta del poder de manipulación y mezquindad del líder de la secta, a quien escuchamos dictar nuevos testamentos en unas grabaciones tocadas por una suerte de espeluznante aura satánica. Sin embargo, más allá de la denuncia de los escabrosos mecanismos de corrupción de la “Iglesia”, Prophet’s Prey alcanza sus mejores momentos cuando disecciona con gran precisión el modo en que la FLDS utiliza su férreo y cruel sistema de creencias para engrasar una perfecta maquinaria financiera. Puede que este documental de corte tradicional no marque ningún punto y aparte en la historia del cine de lo real, pero hay pocas películas que hayan retratado de una manera más precisa y verídica el horror de la fantasía capitalista definitiva: una empresa (disfrazada de iglesia) en la que los trabajadores asumen el éxito profesional como una necesaria vía para la salvación religiosa. Manu Yáñez

wildlike

WILDLIKE. Frank Hall Green. 104 minutos. Estados Unidos (2014). Con Bruce Greenwood, Ella Purnell, Brian Geraghty. Sección AMERICANA TOPS.

Wildlike tiene la virtud de no dejar nunca del todo claro cuál es el corazón de su propuesta: ¿estamos ante el retrato intimista de una protagonista (Ella Purnell) tocada por el clásico angst adolescente o ante una huida de proporciones épicas a la búsqueda de la propia identidad? ¿Estamos ante una fábula macabra, con aires de thriller, sobre el abuso o ante la historia de un encuentro entre dos almas heridas por la pérdida de un ser querido (Purnell y Bruce Greenwood)? Esta ambigüedad respecto al núcleo narrativo del film –que podría generar un cierto desequilibrio en el relato– esta jugada con habilidad por el director Frank Hall Green, que consigue que nos interesemos por un personaje que conocemos a la perfección: la hemos visto interpretada en multitud de ocasiones por Kristen Stewart o Michelle Williams. Por su parte, la joven Purnell sale airosa de su encarnación de un personaje más bien antipático, con el que no resulta fácil empatizar y que, en ocasiones, en su profunda confusión, sobre todo respecto a su propia sexualidad, resulta un tanto ridículo.

En esta película de criaturas solitarias, extraviadas –este parece ser el sino de la mayoría de personajes del AMERICANA–, sobresale el trabajo de uno de esos maestros de la discreción actoral que alumbran los rincones menos llamativos del cine norteamericano. Me refiero, por supuesto, a Bruce Greenwood, hermano de sangre de actores como William H. Macy o David Strathairn. Eterno secundario de lujo, rescatador de blockbusters (de Yo, Robot a Star Trek: En la oscuridad), los cinéfilos siempre le recordaremos por su conflictiva pero siempre digna presencia en películas como El dulce porvenir o I’m Not There. En Wildlike –película producida por Christine Vachon, socia habitual de Todd Haynes–, Greenwood da vida al inesperado y nada complaciente cómplice de la protagonista, un personaje que mantiene vivo el film cuando algunas metáforas demasiado evidentes (unas cometas que conectan a sus propietarios con el mundo real) amenazan con hacer naufragar la película. Manu Yáñez

CARTEL LAND. Matthew Heineman. 100 minutos. Estados Unidos (2015). Con José Manuel ‘El Doctor’ Mireles. AMERICANA DOCS.

Candidato al Oscar al Mejor Largometraje Documental, ganador de los premios a Mejor Dirección y Mejor Fotografía en el Festival de Sundance de 2015, Cartel Land se presenta como un film descarnado y urgente, hasta el punto de que varias de sus imágenes extremas son difíciles de tolerar. La película arranca con unos “cocineros” y traficantes de metanfetamina (parece una escena sacada de Breaking Bad, sólo que aquí no hay nada de ficción) que explican el crecimiento exponencial de su negocio. Luego, la narración se dividirá entre lo que ocurre al norte y al sur del Río Bravo/Grande. Así, por un lado, Matthew Heineman sigue al veterano de guerra Tim “Nailer” Foley, líder del Arizona Border Recon, un grupo extremista y paramilitar que se dedica a prevenir la inmigración ilegal y a combatir a los narcos mexicanos que ingresan droga a su país. Por otro (en el segmento claramente más interesante del documental), se muestra la cotidianeidad de José Manuel ‘El Doctor’ Mireles, cabeza visible del movimiento armado conocido como Autodefensas que funciona al margen del gobierno para combatir al sanguinario cartel de los Caballeros Templarios en el estado de Michoacán.

Heineman tuvo un acceso privilegiado a la intimidad de Mireles y, con él, se va describiendo la compleja madeja de una trama sociopolítica y económica que lo llevó de ser un líder de inmensa popularidad a convertirse en enemigo público número uno y actual preso, ya que la mayoría de sus compañeros de lucha aceptaron sumarse a las fuerzas policiales y él se convirtió en un renegado que se negó a entregar las armas. Fascinante y brutal a la vez, notablemente filmada y editada, Cartel Land resultará difícil de soportar para los espíritus más impresionables, pero insoslayable para aquellos que quieran conocer en toda su dimensión el caos social, la crisis del Estado como garante de la paz y el orden, y la sensación de guerra civil que se vive en un país dominado por la violencia como México. Diego Batlle

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PEOPLE PLACES THINGS. James C. Strouse. 95 minutos. Estados Unidos (2015). Con Jemaine Clement, Regina Hall, Jessica Williams. AMERICANA NEXT.

La nueva película de James C. Strouse (Grace Is Gone) parece navegar entre dos aguas. Por una parte, se apropia de la visión ácida del universo cotidiano que encontramos en un buen número de grandes autores del cómic norteamericano (de Daniel Clowes a Chris Ware, pasando por la mirada más humanista de Alison Bechdel). Sin ir más lejos, el protagonista de People Places Things es un dibujante de viñetas autobiográficas que arrastra su desconcierto existencial por su convulsa vida familiar y sentimental. Por otra parte, la película tiende puentes con la mirada satírica de los monologuistas yanquis, sobre todo a partir de la evidente proximidad entre el mundo del protagonista y el del Louie. Como la memorable sitcom de Louis C.K., People Places Things aspira a derribar la frontera que separa la ternura del cinismo, algo que consigue, en gran medida, gracias a la contenida interpretación de Jemaine Clement (Flight of the Concords), que logra rebajar unas décimas su nivel habitual de histrionismo. Aquí, Clement vuelve a encarnar a uno de sus excéntricos perdedores, aunque el envoltorio romántico de la película le permite exhibir su cara más humana, más real.

El mayor problema de People Places Things reside en el academicismo tanto de su puesta en escena como de su vertiente narrativa. Para tratarse del retrato de unas vidas al límite, todo resulta demasiado equilibrado, controlado. Solo hace falta imaginar lo que podrían haber hecho con esta historia John Cassavetes o, por no ir tan lejos, los hermanos Safdie –que ya hicieron algo parecido en Go Get Some Rosemary– para distinguir el poco interés que pone Strouse en conectar la forma del film (perfectamente organizada) con la realidad de los protagonistas (eminentemente caótica). En un momento de esta película simpática, animada por la melancólica banda sonora pop de Mark Orton, el protagonista alecciona a sus alumnos de escritura de cómic acerca del poder de la elipsis: la fuerza expresiva que emerge cuando dos viñetas se relacionan de forma ambigua, enigmática. Por desgracia, Strouse no parece demasiado dispuesto a seguir las enseñanzas de su protagonista, y sacrifica el potencial misterioso de People Places Things en nombre de una claridad que favorece la obviedad. Manu Yáñez

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THE OVERNIGHT. Patrick Brice. 79 minutos. Estados Unidos (2015). Con Adam Scott, Taylor Schilling, Jason Schwartzman. AMERICANA NEXT.

¿Qué puede aportar una película como The Overnight a la comedia sexual de parejas en crisis? El Hollywood clásico convirtió el subgénero en un juego insospechado de alusiones y eufemismos. En los agridulces años sesenta del siglo pasado, el sueño hippie abrió la puerta al libertinaje (Bob & Carol & Ted & Alice). Y, por último, en el siglo XXI, la comedia matrimonial ha navegado entre el mainstream más descafeinado (Todo incluido) y el indie más autocomplaciente (Mientras seamos jóvenes). The Overnight se sitúa cerca de esta segunda opción, aunque en lugar de explotar la variable generacional, como hizo Noah Baumbach, saca punta a las diferencias sociales, con una pareja de clase media (Adam Scott y Taylor Shilling) que cae encandilada ante los encantos de una pareja adinerada (Jason Schartzman y Judith Godrèche).

La película alcanza solo puntualmente los niveles de locura e hilaridad a los que aspira: la aparición de unas pinturas muy escatológicas funciona mejor que la ristra de chistes sexuales, sobre todo fálicos. The Overnight comienza jugando al costumbrismo y la sofisticación, y acaba entregada al humor más grueso, como si buscara un vínculo con la cara más salvaje de la Nueva Comedia Americana (Sandler, Stiller y compañía), de la que también toma prestado el arquetipo del niño grande. Por último, cabe destacar el partido que saca la película a su localización, una California que exhibe sin tapujos sus tópicos: los aires estivales, la permisividad sexual, la utopía suburbial… Representando una versión domesticada de Jo, ¡qué noche!, la gran película de Martin Scorsese, los protagonistas de The Overnight parecen la versión californiana de los neoyorquinos neuróticos del grueso de la comedia indie. Manu Yáñez