Página web del Festival de Sitges (5-15 octubre).

CANIBA. Verena Paravel & Lucien Castaing-Taylor. 90 minutos. Francia (2017).

Del Sensory Ethnography Laboratory de la Universidad de Harvard han surgido decenas de películas (Foreign Parts, Yumen, The Iron Ministry) que han sido consagradas en los festivales más audaces y radicales. Quizás la más conocida sea Leviathan, y Caniba supone el reencuentro entre el inglés Lucien Castaing-Taylor y la suiza Véréna Paravel para reconstruir la historia del tristemente célebre “Vampiro de Japón”, tal como lo definió la prensa sensacionalista de su época. En efecto, en 1981, Issei Sagawa conmocionó al mundo cuando se descubrió que había asesinado y luego devorado parte del cadáver de una compañera holandesa que también estudiaba Literatura Comparada en la Sorbonne de París. Sagawa fue encarcelado por el crimen, pero dos años después fue declarado trastornado y enviado a un psiquiátrico. Un fallo de la Corte de Casación le permitió regresar a Japón un año después y desde entonces vive en libertad en los suburbios de Tokio con su hermano Jun.

Antropólogos y cineastas, Paravel y Castaing-Taylor filman a un postrado Issei y a Jun con cámara en mano, primerísimos planos y mucho fuera de foco. Los Sagawa cuentan con total desparpajo sus filias y su visión del mundo. Por momentos asoma un atisbo de culpa, pero finalmente se toman todo bastante a la ligera. Ninguno parece estar en su sano juicio, aunque tienen algunas justificaciones respecto de la locura y el deseo bastante atendibles. Los directores –que en un cartel al comienzo aseguran que no quieren “justificar” al personaje por sus crímenes– incluyen imágenes de home movies familiares con ellos dos de pequeños, un manga del propio protagonista en el que dibuja y expone con detalles los hechos infames de 1981 y hasta escenas de películas pornográficas en las que participó el propio Issei. Película sobre el horror, la monstruosidad y la locura que reside en el alma humana, Caniba es una experiencia extrema y una propuesta decididamente polémica, pero no por eso cuestionable ni manipuladora. Para ver, pensar y discutir. Diego Batlle

BEFORE WE VANISH. Kiyoshi Kurosawa. 129 minutos. Japón (2017). Con Masami Nagasawa, Ryûhei Matsuda, Hiroki Hasegawa.

Tras su glorioso 2016 –en el que estrenó la notable Le secret de la chambre noire y la excepcional Creepy–, Kiyoshi Kurosawa adapta en Before We Vanish una obra de teatro de Tomohiro Maekawa para recoger una de las situaciones comunes en la ciencia-ficción: la invasión de “ultracuerpos” alienígenas. En la película, que no pone ningún énfasis en su constante vapuleo de registros, la suplantación de identidades por parte de los extraterrestres es física, pero debe completarse con un aprendizaje socio-cultural que pasa por extraer, literalmente, a las personas el significado de ideas como “trabajo” o “familia”.

Tras su impactante inicio –en el que un alien que habita el cuerpo de una colegiala liquida a la familia de esta, y luego vuelca un camión en marcha con un simple gesto telequinético–, Before We Vanish se unifica a través de una iluminación que apaga los tonos, proyectando una luz láctea sobre el manto de su apocalipsis calmo y conceptual. Dicho de otro modo, esta es la clase de película en la que cabe tanto una candorosa discusión sobre la naturaleza del amor en una iglesia católica (con su sacerdote y su coro infantil) como multitud de tiroteos y explosiones ensordecedoras. Mezclas antitéticas que, en manos de Kurosawa, respiran de manera uniforme, siempre más próximas a la médula del fluir del relato que a su superficie. Gerard Casau

DHOGS. Andrés Goteira. 85 minutos. España (2017). Con Carlos Blanco, Alejandro Carro, María Costas.

Para aquellos que creían que el cine gallego se limitaba a películas autorales, contemplativas o intelectuales, aquí está esta virtuosa y arrasadora ópera prima de Andrés Goteira para demostrar que allí también se cultivan los géneros. Y Dhogs (mezcla de dogs y hogs, perros y cerdos) incursiona en casi todos: del thriller al erotismo, pasando por el drama, el terror con elementos gore, el exploitation y hasta cierta estética del western. Dividida en tres partes que a sus vez narran diferentes episodios –unos relatos salvajísimos para hacer una analogía con el éxitoso film argentino– en los que abundan la creatividad, los riesgos y la capacidad de sorpresa, aunque también surgen a veces el sadismo gratuito y la arbitrariedad.

Inevitablemente desequilibrada, con ciertas tomas que se extienden en demasía y algunas decisiones cuestionables en el terreno de la musicalización y los efectos de sonido, Dhogs es, ante todo, un ejercicio estilístico y narrativo pletórico de inventiva y audacia, hasta el punto que, por momentos, las escenas parecen estar siendo representadas ante la platea de un teatro. Del realismo sucio al artificio puro. Trainspotting, el primer Tarantino y el amor por el cine de serie B se conjugan en una película financiada en parte vía crowdfunding. Es probable que los cinéfilos que aportaron al proyecto se sientan satisfechos con su “inversión”. Diego Batlle

LA VILLANA. Jung Byung-Gil. 129 minutos. Corea de Sur. Con Byeong-sik Jung, Byung-gil Jung.

Las más de dos horas de La villana (The Villainess) empiezan in medias res, con una violenta secuencia de acción en primera persona (à la Hardcore Henry) en la que la protagonista –Sook-hee, una asesina profesional de pasado confuso y presente caótico– liquida toda una horda de maleantes (en un momento determinado casi permite imaginarnos lo que veía Choi Min-sik durante el célebre plano secuencia de OldBoy de la batalla campal en un pasillo). Luego, la cámara adopta una apariencia flotante para acompañar a Sook-hee en su intento de fuga, donde la instruirán para convertirse en peligrosa célula durmiente. Luego, más acción, y un interludio de comedia romántica. Y melodrama, y otra set-piece de acción… Así, la película, que se presenta como una ambiciosa epopeya, va sumando capas e identidades que complican su etiquetaje sin por ello dejar huella verdadera en un título que, en el fondo, busca el caudal de coolness salvaje de Kill Bill (a la que cita de manera más o menos evidente en diversas ocasiones) sin conseguir del todo una iconicidad duradera.

Quizá eso sea debido al entusiasmo con que Jung Byung-gil se entrega a estéticas-tendencias (véase el citado momento subjetivo, que va hallando distintas réplicas a lo largo del metraje) sin reflexionar si es lo que más le conviene para exhibir la acción, y que probablemente acaben datando al filme como un producto de su tiempo. Un peaje que The Villainess compensa con su retrato de un submundo en el que las mujeres prácticamente ostentan el monopolio de la violencia y la venganza, siendo entrenadas en tópicos sexistas –cocina, maquillaje, etc.– que actúan como disfraz de su condición de células rupturistas. Gerard Casau

LAISSEZ BRONZER LES CADAVRES. Hélène Cattet & Bruno Forzani. 90 minutos. Francia-Bélgica (2017). Con Marc Barbé, Bernie Bonvoisin, Dorylia Calmel.

La proyección de cualquier película de Hélène Cattet y Bruno Forzani en la gran pantalla es el equivalente a asistir a un espectáculo pirotécnico. Su filmografía se compone de orgías de luces y colores, donde la sangre (siempre presente en sus neo-giallos) deja de ser roja, y los primerísimos planos de labios, ojos y cabellos se convierten en bombas que estallan en nuestra retina al tintarse de azul, verde, morado o dorado. En su tercera película, estrenada en el Festival de Locarno, los directores de Amer, adaptan una novela de culto de Jean-Patrick Manchette. Tras haber dado un golpe maestro, llevándose un botín de una veintena de lingotes de oro, una banda de ladrones se instala en un fuerte regido por una especie de sacerdotisa maléfica que les somete a toda clase de ritos sexuales. Sin embargo, la vida paradisíaca en la ciudadela devendrá la peor de sus pesadillas por culpa de unos intrusos. Los cacos, siempre en alerta, abrirán fuego durante hora y media de metraje. Así, el primer neo-western de Cattet y Forzani funciona como una especie de duelo de pistoleros à la Sergio Leone que jamás termina.

Los cineastas belgas han substituido los cuchillos y las tijeras con los que se defendían o atacaban los personajes de sus anteriores films por otro instrumento igualmente fálico: las pistolas. Pero, advertimos, la representación de la sexualidad reprimida –el fascinante epicentro de sus giallos– ha desaparecido en Laissez bronzer les cadavres! Su nueva película funciona como una ostentación de sus fuegos de artificio sensoriales mucho más accesible que laberíntica. En este sentido, se trata de la primera película que los cineastas han narrado en estricto orden cronológico, e incluso han incluido un reloj digital que marca la hora y los minutos en todo momento. Sin ser una película olvidable, Laissez bronzer les cadavres! revela otra faceta domesticada y cautelosa de su obra. Ya no se nos permite perdernos en el laberinto, tan sólo podemos disfrutar del espectáculo. Carlota Moseguí