Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF).

SCARRED HEARTS. Radu Jude. 141 minutos. Rumanía, Alemania (2016). Con Serban Pavlu, Gabriel Spahiu, Sofia Nicolaescu. Sección Oficial Fuera de Competición.

Corre el año 1937 y Emmanuel, un joven de veinte años, es diagnosticado de tuberculosis. Su padre, un rico comerciante judío, ingresa al hijo en un sanatorio de lujo cerca del Mar Negro a petición de los médicos. Allí, Emmanuel conoce a otros huéspedes que también sufren su dolencia. Los días pasan lentamente, algunos pacientes se curan, otros mueren y otros pierden sus extremidades en su batalla contra la muerte. Pese a la incertidumbre vital que los deprime, ninguno abandona el ansía de escribir poesía, o de pasar las noches debatiendo sobre política y el sentido de la vida. Estamos en la notable Scarred Hearts del rumano Radu Jude, que aunque podría parecer una relectura de La montaña mágica es en realidad una adaptación libre de la novela homónima (y autobiográfica) de Max Blecher, en la que el director de Aferim! recrea, en unos inmaculados 35mm, la Lamentación sobre Cristo muerto de Andrea Mantegna, La lección de anatomía de Rembrandt y ciertos paisajes pintados por Caspar David Friedrich.

Así, mientras Aferim! se apropiaba de los códigos del western y la road movie para diseccionar el exterminio de la etnia gitana en el siglo XIX, Scarred Hearts utiliza un texto ajeno para retratar el antisemitismo en la Rumania de los años treinta y cuarenta del siglo XX. El film presenta dos lecturas: la primera –más literal– apunta a la puesta en escena de la muerte del alter ego de Max Blecher en la ficción; la segunda –más metafórica– medita en torno a la figura del judío que desea morir para no presenciar el ascenso del nazismo. Esta última lectura se atisba tímidamente en las conversaciones nocturnas sobre antisemitismo que Emanuel mantiene con sus compañeros: mientras el protagonista defiende su religión, sus interlocutores se burlan del judío respaldándose en artículos periodísticos escritos por Mircea Eliade, Emil Cioran o Eugene Ionesco. Carlota Moseguí

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MA LOUTE. Bruno Dumont. 122 minutos. Alemania, Francia (2016). Con Fabrice Luchini, Juliette Binoche, Valeria Bruni Tedeschi. Sección Oficial Competición.

La reconversión de Bruno Dumont, ex-director de oscuros dramas morales, en un autor de comedias surrealistas –primero la sensacional El pequeño Quinquin, ahora la correcta Ma Loute– es sin duda una de las mutaciones más singulares acontecidas en el Planeta Autor en los últimos años. ¿Quién podría haber pronosticado que Dumont devendría un sátiro con espíritu de caricaturista, dispuesto a facturar una farsa sobre la lucha de clases disfrazada de comedia histórica (de enredo)? Lo interesante del asunto es que, pese al cambio de registro, el cine de Dumont sigue cuestionándose cuál es el lugar del ser humano en la compleja encrucijada que forman la vida sentimental, los instintos (en su versión más primitiva), la moral (en su cara más ambigua) y las estructuras sociales. En las primeras películas de Dumont, el estudio de lo espiritual y lo social se canalizaba a través de un acercamiento a la religiosidad. En sus últimas dos obras, la atención se concentra en las pintorescas costumbres de un improbable grupo de bichos raros.

La troupe de personajes reunidos en Ma loute funciona como toda una oda a la excentricidad. El patriarca de los Van Peteghem –un Fabrice Luchini maniatado por el histrionismo– se mueve como uno de los Wild and Crazy Guys que encarnaron Steve Martin y Dan Aykroyd en el Saturday Night Live, mientras que Juliette Binoche, muy pasada de vueltas, deviene toda una Castafiore. Hay una familia de pescadores parece salida de La matanza de Texas, mientras que un grupo de burgueses pasea por una playa felliniana. A la postre, estos referentes se integran con naturalidad en el lenguaje de Dumont: planos generales, un interés por lo paisajístico y por la fisicidad de los personajes. El problema no es tanto estético como narrativo. Viendo Ma loute, uno echa de menos la intriga que florecía en El pequeño Quinquin, la pulsión enigmática que recorría el relato. Aquí Dumont se muestra demasiado impaciente por dejar bien claro el rol que ocupará en la función cada personaje. Solo la joven y andrógina Billie Van Peteghem (Raph) ofrecerá suficientes dosis de misterio y magnetismo: su cuerpo, de espaldas, medio sumergido en el agua, se erige en la imagen más poderosa de la película, una poética aparición de lo humano en este circo de freaks. Manu Yáñez

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LA PRUNELLE DE MES YEUX. Axelle Ropert. 90 minutos. Francia (2016). Con Mélanie Bernier, Bastien Bouillon, Swann Arlaud. Sección Oficial Fuera de Competición.

La directora de La Famille Wolberg y Tirez la langue, Mademoiselle apuesta a la comedia excéntrica y políticamente incorrecta con una historia de amor-odio entre una joven no vidente (Mélanie Bernier) y un músico de origen griego (Bastien Bouillon) que, todo provocación, se hace pasar por ciego. Entre enredos afectivos, equívocos constantes, la relación entre dos hermanos, canciones populares (el rebético sobre todo) y una mirada sin pintoresquismo a la comunidad griega en París, Ropert, ex crítica de cine, construye un film clásico –George Cukor es uno de sus modelos– y moderno a la vez –con alguna conexión lejana con el cine de Martín Rejtman)–, que bajo su apariencia ligera sintoniza con el descontento, la incomodidad y el desconcierto de la sociedad francesa actual. Diego Batlle

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LE PARC. Damien Manivel. 71 minutos. Francia (2016). Con Maxime Bachellerie, Sobéré Sessouma, Naomie Vogt-Roby. Sección Las Nuevas Olas.

Esta pequeña película francesa que se presentó en la paralela sección ACID (dedicada al cine independiente francés) pasa de lo encantador a lo misterioso de una manera fluida e intrigante. Es una película pequeñísima que transcurre en un parque y tiene solo tres personajes. En lo que se podría llamar su “primer acto”, conocemos a dos adolescentes que tienen una de sus primeras citas en ese parque y hablan de las cosas banales y preguntas que se hacen en este tipo de citas mientras caminan por el lugar. Después de unas horas él se va y ella se queda en el lugar.

Las cosas empiezan a cambiar cuando recibe un inesperado mensaje de texto de él que conduce a una larga sesión de mensajes que Manivel filma solo con un plano fijo de la cara de ella y los textos en pantalla. Tras el intercambio empieza otra película, una en la que la protagonista se va internando en el parque por la noche tratando, literalmente, de deshacer lo andado mientras un guardia de seguridad la vigila y/o persigue. Con poquísimos elementos, un gran manejo de los tiempos, yendo del romance al suspenso y de regreso al humor (y a empezar todo otra vez), en apenas 70 minutos Manivel construye una película delicada y sorpresiva, luminosa y oscura a la vez, y sin temer jamás al ridículo. Diego Lerer

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THE DREAMED PATH (DER TRAUMHAFTE WEG), de Angela Schanelec. 86 minutos. Alemania (2016). Con Thorbjörn Björnsson, Esther Buss, Stefan Butzmühlen. Sección Las Nuevas Olas.

Sies años después del estreno de Orly había bastante expectativa por este regreso de la directora alemana, pero ha sido una de las decepciones de esta edición. La directora de Marseille narra dos historias independientes y separadas por 30 años, aunque con un elemento que las conectará cerca del final: la primera, ambientada en Grecia durante la década 1980; la segunda, en la Berlín de estos tiempos. Son historias de amor y luego de crisis de parejas, con sus idas y vueltas, marchas y contramarchas. Pero la película –que el programador Mark Peranson ha definido como “bressoniana”– resulta demasiado críptica y pretenciosa hasta lo inaccesible y lo irritante, con sus encuadres cerrados (el formato de pantalla es casi cuadrado y hay predilección por el plano detalle, por cuerpos con la cabeza cortada). El problema no es tanto el artificio de la puesta y los diálogos o la frialdad emocional sino la sensación de que, detrás de esa estructura tan estudiada, tan calculada no hay demasiado cine. Diego Batlle