Página web del D’A – Festival Internacional de Cinema D’Autor de Barcelona (21 de abril – 1 de mayo).
CEGADOS POR EL SOL. Luca Guadagnino. 120 minutos. Italia / Francia (2015). Con Ralph Fiennes, Dakota Johnson, Tilda Swinton, Matthias Schoenaerts. Inauguración.
En el pasado Festival de Venecia –un certamen inundado de graves dramas basados en hechos reales–, Cegados por el sol aterrizó como un ovni lleno de vitalismo; eso sí, puntuado por un trasfondo melancólico. Una sombreada joie de vivre que encarna con ferocidad un Ralph Fiennes en el momento más dulce de su carrera. Atrás parecen haber quedado los afectados pacientes ingleses y los enfáticos personajes de Shakespeare. Después de brillar en El gran hotel Budapest, Fiennes encarna en The Bigger Splash a un charlatán encantador y expansivo que huye de la soledad abonándose, en plan kamikaze, al hedonismo y la euforia. De hecho, en la escena más memorable del film, Fiennes –que interpreta a un volátil y nostálgico productor musical– imita las sacudidas de cadera y los andares de gallito de Mick Jagger al son del Emotional Rescue de los Rolling Stones. Poco importa la dimensión simbólica del momento –un grito de auxilio y atención–; como en los arrebatos de Denis Lavant en Mala sangre y Beau Travail, lo relevante es la exaltación del cuerpo, la fuerza arrolladora de un actor capaz de transmitir la felicidad sin intermediaciones dramatúrgicas.
En su conjunto, The Bigger Splash –nueva película de Luca Guadagnino (Yo soy el amor)– es un irregular pero meritorio remake de La piscina, el film de 1969 de Jacques Deray protagonizado por Alain Delon. Con una narrativa que serpentea entre la fidelidad al film de Deray y una inventiva imprevisible, la película despliega un sugerente abanico emocional que conecta a los cuatro protagonistas de la función: el gigante Fiennes; un notable Matthias Schoenaerts en la piel de un documentalista marcado por un intento de suicidio; una interesante Tilda Swinton como una estrella de rock convaleciente de una operación de cuerdas vocales; y una plúmbea Dakota Johnson como la malcarada hija de Fiennes. Por suerte, la película sabe sacar partido de los imponentes escenarios naturales de Pantelaria, al oeste de Sicilia, e introduce apropiadamente (como un comentario colateral que resuena sin chirriar) la figura de los inmigrantes africanos que llegan ilegalmente al lugar. Sin grandes alardes esteticistas, ni mayores piruetas narrativas, A Bigger Splash termina funcionando como un divertimento intermitente que exprime con gracia el talento de sus intérpretes. Manu Yáñez
THE EVENT. Sergei Loznitsa. 72 minutos. Holanda/Bélgica (2015). Sección Direccions.
Un cuarto de siglo después de la desintegración de la URSS, el cineasta ucraniano Sergei Loznitsa revisa un episodio histórico que posiblemente cambió el curso de la historia. The Event (Sobytie) es una recopilación de imágenes de archivo sobre los tres días que sucedieron al golpe de estado fallido de agosto de 1991, que pretendía devolver el orden y la firmeza comunista al nuevo gobierno de Boris Yeltsin. Curiosamente, Loznitsa descarta documentar el intento de la toma de poder en Moscú y se centra en las protestas que provocó este suceso lejano en San Petersburgo. Tal como ocurría con los manifestantes ucranianos de Maidan, la anterior película de Loznitsa, los inconformistas ciudadanos de San Petersburgo trastocaron el curso de los acontecimientos. En este sentido, Loznitsa fuerza al espectador a preguntarse por el verdadero “evento” que alteró el destino de los habitantes de la URSS. ¿Fue el fracaso de aquel golpe de estado el detonante del colapso de la Unión Soviética? ¿O quizá los fueron las concentraciones multitudinarias donde el gentío habló, por primera vez, tras veinte años de silencio?
Loznitsa sugiere una nueva lectura de los acontecimientos, siempre con la distancia apropiada, sin manipulación. La única intrusión que se permite (más allá del trabajo de ensamblaje de las imágenes) es la inclusión de El canto de los cisnes, que musicaliza unas imágenes que, a la manera de la vieja escuela soviética, están filmadas con una impecable cámara en mano. La elección de la pieza de Tchaikovski no debe interpretarse como un mero añadido decorativo. Mientras las imágenes de archivo representan la memoria visual, la música escogida es también una reminiscencia: durante aquellos tres días de huelga, las televisiones sólo emitía reposiciones de El canto de los cisnes para mantener desinformada a la población. Carlota Moseguí
THE TREASURE. Corneliu Porumboiu. 89 minutos. Rumanía-Francia (2015). Con Toma Cuzin, Adrian Purcarescu, Corneliu Cozmei. Sección Direccions.
El procedimiento es lo que le interesa, fundamentalmente, a Corneliu Porumboiu, el director rumano de 12:08 al este de Bucarest y Politist, adjectiv. Pero no el procedimiento en el sentido hollywoodense, en el cual una serie de peripecias tienden a conducir la narración hacia un destino más o menos definido. Su forma se acerca más a la hitchcockiana: en todo momento resulta evidente que el objetivo es secundario en relación al presente, a lo que sucede alrededor de ese procedimiento que es menos hilo conductor que ventana al mundo. Pero Porumboiu va aún más lejos. En sus mejores películas, el “procedimiento” en cuestión es materia de análisis, como si la película de principio a fin se discutiera a sí misma, se preguntara –y nos preguntara– por lo que está contando y las implicancias que eso tiene.
Politist… es el ejemplo más claro de ese formato, que se repite de una forma para mí más arty en When Evening Falls on Bucharest or Metabolism. En cambio, The Treasure es un paso hacia la liviandad después de ese ejercicio algo afrancesado de estilización dramática. Aquí las peripecias entran en el habitual territorio del detalle excesivo, esa manera de ir y venir sobre situaciones que el cine americano habitualmente resuelve mediante bruscas elipsis pero que en las películas del rumano son el corazón del asunto. En esa reiteración aparece el absurdo, el humor y, más claramente, la realidad que circunda la trama del film, centrada en la búsqueda de un tesoro por parte de tres disímiles personajes. Porumboiu sabe sacarle el jugo al absurdo de las situaciones, en una manera que hace recordar por momentos a esas comedias ligeras de Hitchcock y otros directores de los años 50, serias e irónicas al mismo tiempo. Pero la película no apuesta por la comedia de forma evidente: son las complicaciones e idas y vueltas de la situación las que acercan a los personajes por momentos al absurdo, si bien lo que se esconde detrás de ese “tesoro” evoca una zona oscura de la historia de Rumanía. Diego Lerer
SUNSET SONG. Terence Davies. 135 minutos. Reino Unido-Luxemburgo (2015). Con Peter Mullan, Agyness Deyn, Kevin Guthrie. Sección Direccions.
En Sunset Song –una de las obras menos estimables del autor de Voces distantes– son perfectamente identificables los temas predilectos del gran Terence Davies: la brutalidad de un padre que propina palizas a su esposa y sus hijos (la propia, devastadora experiencia infantil de Davies), el elogio de la fuerza femenina y el amor maternal, o la sublimación romántica de la llama amorosa. Sunset Song traslada al cine la novela homónima del autor escocés Lewis Grassic Gibbon, publicada en 1932, y que narra la crónica de supervivencia y la batalla por la dignidad de Chris Guthrie (interpretada por la modelo Agyness Deyn), una joven mujer que crece bajo la tiranía y la brutalidad paterna. En conjunto, la película se revela extrañamente irregular. La prodigiosa secuencia de una boda en la que los invitados cantan y desaparecen de la pantalla como si fueran espectros difícilmente puede convivir con escenas sobreactuadas dramáticamente o con unas figuras humanas que no terminan de integrarse en el paisajismo pictórico del filme. Intuimos en todo momento las verdades profundas sobre el corazón humano volcadas en la tragedia, intuimos también los sentimientos y las emociones vinculadas al paso del tiempo que pretende evocar Davies desde la belleza visual y las elipsis narrativas, pero simplemente no las sentimos.
La suma de las partes de Sunset Song se resiente de la escalada épica del relato, que devora el pulso poético y el carácter esencialmente íntimo del cine de Davies. Más que devorarlo, impide que florezca con naturalidad, y allí donde la emoción era tremendamente orgánica en sus obras más memorables, aquí –en su película de corte más clásico– parece condenada a imponerse desde fuera, sin el sustrato poético de su inimitable talento para hallar la transición precisa y significativa entre planos, las inclinaciones de luz más expresivas, el ritmo o el tono adecuados a cada secuencia, la inventiva formal con la que ha convocado tantas emociones perdurables y devastadoras. Carlos Reviriego
COSMOS. Andrzej Zulawski. 103 minutos. Francia-Portugal (2015). Con Sabine Azéma, Jean-François Balmer, Jonathan Genet. Sección Direccions.
Para cierta cinefilia, 2015 fue un año feliz gracias al regreso a la dirección (con bastante gloria) de Andrzej Zulawski, autor de films como La posesión o La mujer pública, quien terminó con una larga sequía artística con Cosmos, audaz transposición del último libro de un autor “imposible” para el cine: Witold Gombrowicz. Por desgracia, la alegría se tornó profunda aflicción el 17 de febrero de este año, fecha de la muerte de Zulawski. Nacido en Ucrania, criado en la ex Checoslovaquia, radicado en Polonia y formado en Francia, Zulawski será homenajeado en el D’A con la proyección de Cosmos (estrenada en el pasado Festival de Locarno), una película rodada en Portugal con actores de varios países.
Quince años después del estreno de La fidelidad, Zulawski perpetró con Cosmos una tragicomedia coral absolutamente delirante y conscientemente demodé para narrar una historia de amor imposible entre un joven estudiante hospedado por una exótica familia y una muchacha casada, cuyo marido arquitecto está siempre presente. Película de enredos que va desde situaciones superficiales y banales hasta misteriosos eventos (como las sucesivas apariciones de animales ahorcados en los jardines), Cosmos es una propuesta que intenta y en varios pasajes logra trasladar a la pantalla los complejos y fascinantes juegos de palabras del autor polaco que vivió durante más de dos décadas en la Argentina. Un fascinante trabajo de adaptación que se alimenta del buen hacer de sus intérpretes más veteranos, una Sabine Azéma y un Jean-François Balmer que hallan la nota justa en la antípodas del naturalismo. Diego Batlle