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AMOR Y AMISTAD (LOVE & FRIENDSHIP). Whit Stillman. 92 minutos. Irlanda, Francia, Holanda (2016). Con Kate Beckinsale, Chloë Sevigny, Xavier Samuel, Morfydd Clark.

Da la sensación que Whit Stillman ha nacido para adaptar a Jane Austen. Así lo demuestra Amor y amistad (Love and Friendship), la traslación a la gran pantalla del texto de Austen Lady Susan, que narra las peripecias de una mujer desesperada por encontrar un marido tanto para ella como para su hija. El texto de Austen se construía sobre un cruce de epístolas. Stillman es esencialmente un director de la palabra, que en Metropolitan, por ejemplo, empleaba el walk and talk que tanto popularizaría una serie como El ala oeste de la casa blanca. En Love and Friendship, el director norteamericano hace de la palabra el eje central de la acción. Las cartas que leen los personajes se imprimen en la pantalla. Una mujer llega a corregir a su marido el modo que tiene de leerlas (“no tienes que decir la puntuación”, le reprende). Y los distintos protagonistas son presentados con un texto que les define, con sorna, como si se tratase de una obra teatral. Aquí, la acción es puramente hablada, mientras que algunos acontecimientos determinantes quedan sepultados bajo las elipsis. Importan las palabras, la mentira (una acción esencialmente vinculada con el habla), las consecuencias de lo dicho.

En Metropolitan, los personajes caminaban y hablaban sobre literatura, sobre autores antiguos. En Damiselas en apuros, la protagonista, interpretada por Greta Gerwig, quería bailar ritmos del pasado, como el charleston. Incluso The Last Days of Disco ofrecía una mirada nostálgica al pasado. Aquí, sin embargo, esta inmersión en otra época carece del componente nostálgico que tan bien define el cine de Stillman. Love and Friendship es una película gozosa, en la que el diálogo vuela. “Is marriage for the whole life?” (“¿Es el matrimonio para toda la vida?”), pregunta la ingenua hija de Susan a su madre; “Not in my opinion” (“No en mi opinión”), es la respuesta pragmática y descarnada. Love and Friendship gira en torno a un personaje que manipula, que conspira; y, sin embargo, esta es una película feliz, con una criatura, el necio Sir James Martin, que debería convertirse desde ya, gracias a su (casi) monólogo en torno a los diez mandamientos, en un referente de la comedia. Violeta Kovacsics

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MALGRÉ LA NUIT. Philippe Grandrieux. 156 minutos. Francia (2015). Con Kristian Marr, Ariane Labed, Roxane Mesquida.

Contextualizada en un “Paris en constante mutación, un Paris expuesto a un cielo expandido”, como ha señalado el propio Grandrieux, Malgré la nuit funciona como un psico-thriller que rastrea, de manera antipornográfica pero a través de flagelantes escenas de violencia, una sexualidad enfermiza, confundida. Las extrañas criaturas que protagonizan esta ficción macabra rara vez verán la luz del Sol brillando sobre ese cielo “expandido”, puesto que son unos vampiros del sexo que sólo interactúan cuando cae la noche, haciendo honor a su alma oscura y decadente. El director de La vie nouvelle altera nuestra visión de la capital francesa a través de la absorbente e hipnótica carga erótica de la ciudad, aunque a diferencia de lo que ocurría en Mercuriales de Virgil Vernier, el París de Grandieux no es un escenario deslocalizado entregado a la sensualidad, sino un territorio muy concreto y marcado por una sexualidad insaciable y amoral.

La trama circular de Malgré la nuit se desarrolla en torno al retorno de un inglés a su amada Paris. Después de que Pete Doherty abandonara el rodaje, el rol protagonista pasó a ser interpretado por un sublime Kristian Marr, cuyo debut actoral dará mucho de que hablar. El regreso del protagonista a París responde a la búsqueda a una chica llamada Madeleine. Sin embargo, nada de eso será narrado de forma explícita, sino que lo adivinaremos a través de breves diálogos que darán paso a escenas de sexo o de extrema violencia con otras dos mujeres: Lena (Roxanne Mesquida) y Helena (Ariane Labed). Manteniendo un interés permanente por la reflexión filosófica en torno al mal –una meditación de tintes Sadianos–, Grandrieux trabaja la ambientación y el fuera de campo de un modo que remite a los primeros trabajos de Gaspar Noé –Solo contra todos e Irreversible–, mientras que la puesta en escena de la barbarie humana hace pensar en Anticristo de Lars von Trier. En el pasado Festival de Rotterdam, la película fue calificada de “lynchiana”. Más allá del juego de referentes, el autor de Un lac lleva aquí su inclasificable estilo hasta la cúspide. Carlota Moseguí

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PERSONAL SHOPPER. Olivier Assayas. 105 minutos. Francia (2016). Con Kristen Stewart, Lars Eidinger, Sigrid Bouaziz.

Al principio de Personal Shopper, Maureen (Kristen Stewart) llega a un gran caserón vacío, donde pasará la noche tratando de entablar contacto con la presencia fantasmagórica que puede estar habitando el lugar; al cabo de poco, se nos informará de que este espectro sería el de su hermano, fallecido unas semanas antes. Pero la auténtica sorpresa será descubrir que, además de médium, Maureen trabaja como compradora personal para una VIP. El plano espiritual queda así unido a la que quizá sea la manifestación más extrema del delirio materialista, creando una fricción que afectará a todas las capas de la película. Personal Shopper está hecha de temas que no deberían coexistir, pero Olivier Assayas no trabaja esta mezcolanza postmoderna con ironía, sino igualando el tono de la propuesta, y tratando con la misma seriedad todas sus partes: las secuencias sobrenaturales son genuinamente inquietantes, y en ellas el director mide los tiempos, el sonido y el espacio como si llevara toda la vida dirigiéndolas.

En su afán por plantear lo fantástico en un entorno estrictamente contemporáneo, Assayas da con una forma hasta ahora inédita de contacto paranormal, haciendo que Maureen sea contactada por una persona o ente desconocido a través de la app de mensajería de su móvil; de este modo, se crea una conversación textual que pasa a guiar (o, casi, a dirigir) las acciones de la protagonista, actualizando por la vía del software las llamadas de teléfono que hacía el Hombre Misterioso de Carretera perdida. Lo que propone Assayas en Personal Shopper es un camino para acercarse lateralmente al fantástico, encontrándolo en lugares improbables. De ahí, seguramente, que el cineasta quiera introducir en el relato los cuadros de la artista y seguidora del ocultismo Hilma af Klint, que se desplazó de lo figurativo a lo abstracto para tratar de alcanzar una dimensión más allá de lo tangible; y también recordar las sesiones de espiritismo que presenció Víctor Hugo, y ficcionadas a través de un falso telefilm que proporciona un curioso cameo de Benjamin Biolay encarnando hieráticamente al escritor. Gerard Casau

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MISTER UNIVERSO. Tizza Covi y Rainer Frimmel. 90 minutos. Austria, Italia (2016). Con Tairo Caroli, Wendy Weber, Arthur Robin.

Los directores de La Pivellina y Shine of Day retratan en esta nueva película la cotidianeidad de Tairo Caroli, un joven domador de leones de un decadente circo ambulante. La primera parte del film muestra su rutina con los felinos (que van muriendo de viejos o tienen pocas ganas de “actuar”), y la amistad con Wendy, una contorsionista bastante más entusiasta y su creciente descontento. Cuando a Tairo le roban su amuleto de la suerte –un pedazo de hierro doblado a la fuerza–, el protagonista sale en busca de Arthur Robin, un físicoculturista negro que fue Mister Universo y que le había regalado y moldeado ese objeto.

Rodada en 35mm (en los títulos finales aparece el texto “dedicada a todos los que perdieron su trabajo por la digitalización del cine”) con la paciencia, el rigor y la sensibilidad habituales en el cine de Covi y Frimmel, Mister Universo se sigue con interés y, por momentos, con fascinación, aunque esta vez su “apropiación” cinematográfica del mundo del circo resulta un poco más forzada y menos encantadora que en La Pivellina: los protagonistas de aquel film aparecen brevemente ahora y Tairo, que antes era un personaje secundario, ahora es el eje del relato. Más allá de ese u otros reparos (nunca se ve al público, por ejemplo), se trata de una valiosa continuación de la propuesta híbrida, entre el documental y la ficción, de esta pareja de directores tan consecuentes como personales. Diego Batlle

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RESTER VERTICAL. Alain Guiraudie. 98 minutos. Francia (2016). Con Damien Bonnard, India Hair, Raphaël Thiéry.

Las imágenes que crea Alain Guiraudie se suelen caracterizar por su precisa limpieza, y por su aversión a la sobrecarga y a la afectación, pero en este caso, la historia que cuenta parece dirigirse, en cierto modo, a un territorio mítico, puntuado por símbolos a medio hacer. Encontramos paisajes inmensos, lobos que son a la vez objeto de fascinación y amenaza, e incluso cabañas perdidas en lo más profundo del bosque, donde se realizan peculiares terapias curativas con plantas. El protagonista es Leo, un cineasta que vaga por el sur de Francia en busca de inspiración para su nuevo guion. Lo primero que le vemos hacer es entrarle a un joven, apenas disimulando sus intenciones envolviéndolas como si fueran una oferta laboral. Al cabo de unos minutos, ya encontramos a Leo acostándose con una joven pastora a la que acaba de conocer, y a la que dejará embarazada. Ella no tardará en rechazar al bebé, dejándolo al cuidado de Leo, convertido de la noche a la mañana en padre soltero y sin rumbo fijo. El itinerario de Leo es circular, volviendo una y otra vez a los mismos escenarios para encontrarse con una serie de personajes que acaban conformando una suerte de familia trapezoidal, de lazos afectivos intermitentes e inesperadas posibilidades combinatorias/amatorias, que varían en función de lo que pida el cuerpo (y el deseo) en cada momento.

La repetición de paisajes niega la aparente difuminación del film, y lo coloca más cerca de lo que podría pensarse la constancia que marcaba la anterior El desconocido del lago. Y, como en aquella, Rester vertical muestra el florecimiento de una amistad entre dos personajes que no parecían ser afines: Leo y un anciano aficionado a escuchar a Pink Floyd a volumen ensordecedor. El punto climático de su relación se convierte también en la quintaesencia de la masculinidad que retrata el film: abandonada y condenada a morir en cuanto la flacidez se apodera del cuerpo, aniquilando esa verticalidad que el título del film convierte en juguetona polisemia. Gerard Casau