Página web del Festival de Sevilla (5-13 de noviembre)

MEMORIA. Apichatpong Weerasethakul | Colombia, Tailandia, Reino Unido, México, Francia, Catar, Alemania | 2021 | 136 min.

En los albores de un nuevo día, en la penumbra de su habitación, una mujer insomne se descubre golpeada por un ruido seco, un estallido absorbente, una explosión interior. Este sonido, que toma por sorpresa los oídos de los espectadores de Memoria, se convertirá en la Estrella del Norte de la nueva película de Apichatpong Weerasethakul, un sonido que guiará a la protagonista del film, llamada Jessica e interpretada por Tilda Swinton, desde Bogotá hasta la región amazónica de Colombia, en el tránsito de lo urbano a lo rural que se ha convertido en uno de los rasgos distintivos del cine del director tailandés. De hecho, Memoriapuede verse como una relectura asordinada, extremadamente sobria, de las obsesiones del ganador de la Palma de Oro de Cannes por Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas.

En Memoria, se especula con la posibilidad de que los animales puedan poseer el alma de los seres humanos, pero aquí no hay tigres espiritualizados o peces reencarnados (como en Tropical Malady o Tío Boonmee…) sino que la comunión entre el animal y el humano se resuelve en una bella subtrama en la que el personaje de Swinton (un trasunto de la protagonista de Yo anduve con un zombie de Jacques Tourneur) cree ser perseguida por un perro callejero que podría haber maldecido a su hermana, quien se recupera de un accidente en un hospital. El relato fantástico se manifiesta como posibilidad, como línea de fuga, siempre bajo un prisma eminentemente realista. En su nuevo trabajo, el director de Blissfully Yours renuncia a los elementos que, en el pasado, han dotado a su cine de una cierta exuberancia y ‘espectacularidad’: los malabarismos coloristas, las figuras monstruosas, la representación gráfica de lo místico y lo folclórico… En Memoria, Apichaptong festeja la dimensión mágica y poética de lo real con la misma audacia con la que Jacquest Tati celebró, desde un espíritu democrático e integrador, la omnipresencia de los humorístico en la experiencia humana. Desnudando su puesta en escena hasta extremos insospechados, el tailandés convierte cada elemento de la representación –cada línea de diálogo, cada gesto, cada atmósfera– en una fuente inagotable de sentidos poéticos, alusiones políticas, fabulaciones surrealistas y vías para la comunicación entre los seres y las cosas.

En Memoria, Apichatpong se distancia de la idea de la transmigración de las almas (entre diferentes cuerpos) y explora la posibilidad de la transmisión de los recuerdos (en el ámbito sonoro); intercambios siempre cargados de una intensa fuerza afectiva. Así, puestos a imaginar, ¿existe una manera más directa de acercarse al sentir íntimo de otro individuo que rememorando, y sintiendo, el primer abrazo que este recibió de su madre al nacer? Sobre este universo de posibilidades fabulísticas y conmovedoras discurre el apoteósico tramo final de Memoria, en el que, de la mano de un hombre capaz de “recordarlo todo” (interpretado por Elkin Días), al personaje de Swinton y al espectador se le abren las puertas de una percepción de corte trascendental. Sumido en la más dulce y vertiginosa epifanía, este crítico se descubrió transportado a un estado originario desde el cual mirar lo real con nuevos ojos, como si fuera la primera vez. Habrá quién lo interprete como una experiencia religiosa, aunque parece más razonable considerarlo como el resultado de la magia cinematográfica del director más importante del cine contemporáneo. Manu Yáñez

AHED’S KNEE. Nadav Lapid | Israel, Francia | 2020 | 103 min.

El título de la nueva película del israelí Nadav Lapid hace referencia al interrogatorio y encarcelamiento, a manos de las fuerzas de seguridad israelíes, de la joven palestina Ahed Tamimi, quien adquirió fama mundial cuando se hizo viral un vídeo en el que aparecía abofeteando a un soldado israelí. El protagonista de Ahed’s Knee es un director de cine llamado “Y” (Avshalom Pollak) que está filmando una película sobre la activista palestina, quién, según expresó en 2018 Bezalel Smotrich, el portavoz del Partido Sionista Religioso, “debería haber recibido un disparo, al menos en la rodilla”. En realidad, el nuevo trabajo del director de La profesora de parvulario y Sinónimos se centra en el viaje que realiza Y a una pequeña localidad del Israel rural para presentar una proyección de su anterior película, “estrenada en Berlín”. Los paralelismos son suficientes para pensar que Y actúa como un alter ego de Lapid, aunque hay detalles que abren distancia entre realidad y ficción: Y afirma que jamás será padre, mientras que Lapid es padre de un niño, llamado Noah Lapid Preis, que aparece en una de las escenas más bellas de Ahed’s Knee.

A la postre, el nuevo drama de Lapid halla su núcleo narrativo en la tensa relación que se establece entre Y, el cineasta inconformista, y Yahalom (Nur Fibak), una joven funcionaria, responsable del sistema de bibliotecas públicas israelí. En un principio, la relación entre ambos parece amigable, y se llega a percibir una cierta tensión sexual entre la pareja, pero las cosas se tuercen cuando Yahalom le pide a Y que firme un documento que le compromete a enmarcar la presentación de su película en una celebración de las políticas ultranacionalistas y reaccionarias del gobierno de Israel. En manos del director de Policía en Israel, esta trama aparentemente elemental se convierte en un verdadero festín audiovisual. Incapaz de filmar una escena sin convertirla en un derroche de creatividad plástica y sensorial, Lapid pasa por su cámara (de rayos X) el descontento de su protagonista poniendo el foco en los cuerpos de sus personajes (que transitan entre la languidez y el fervor atlético) y en un paisaje árido que tiene algo de los eriales del cine de Michelangelo Antonioni: abismos existenciales en toda regla. La inventiva audiovisual del director de Sinónimos alcanza aquí su cénit en unos números musicales, al son de Vanessa Paradis y Bill Withers, cuyo vitalismo funciona como el reverso absoluto de la sombría realidad sociopolítica contra la que se posiciona el cineasta. Manu Yáñez

TRES PISOS (TRE PIANI). Nanni Moretti | Italia, Francia | 2021 | 120 min.

Lejos de los malabarismos autoficcionales de antaño, Nanni Moretti, uno de los grandes maestros del cine italiano de las últimas décadas, ha ido labrando, en sus últimos trabajos, un estilo que cabría definir como neoclásico. Así, su nueva película, Tres pisos (Tres pisos), se presenta como una obra sobria y alérgica a todo artificio, que nos devuelve a los territorios de Mia madre, Habemus papam o la ya más lejana La habitación del hijo. Hablamos de películas abocadas a la discreta observación de las aflicciones cotidianas de sus protagonistas. Un conjunto de pesares que, en Tres pisos, se multiplican debido a la condición coral de una película que tiene como protagonistas a los vecinos de un edificio situado en Roma. Estamos en el corazón de la Italia de clase media alta, donde conviven jueces, arquitectos y técnicos de la construcción, aunque más que la especificidad de las profesiones y situaciones financieras de los personajes, a Moretti parece interesarle sobre todo la universalidad de los dramas que se desatan en su nuevo y melancólico film. A partir de un amplio tapiz de premisas dramáticas, el director de Caro dario construye un relato en el que la (alta) tensión de los conflictos contrasta con una puesta en escena tremendamente asordinada, contenida, ajena a todo alarde estético.

Así, preocupada por la idea del transcurso del tiempo –lo dejan bien claro las dos elipsis de cinco años que agujerean violentamente el relato–, Tres pisos aborda con una humanidad desarmante temáticas tan variadas y universales como los miedos que genera la paternidad, el dolor provocado por la ausencia, la confusión del acceso a la edad adulta o el despertar al horizonte de la mortalidad. Afianzada en el modelo literario del relato coral, esta película puede desorientar al espectador acostumbrado a los gratuitos devaneos y las utilitarias digresiones de gran parte de la ficción serial contemporánea (estirar el relato para optimizar cuentas de gastos). Moretti, a riesgo de poder parecer superficial, prefiere la síntesis de contornos bien definidos a la prolongación desdibujadas de dramas inertes. Viendo Tres pisos, a este crítico le vinieron a la cabeza títulos como La calle (Street Scene), Vidas cruzadas, o Yi Yi. Y, aunque a primera vista podría parecer que la empresa de Moretti es más humilde que las de King Vidor, Robert Altman y Edward Yang, el italiano comparte con todos ellos la voluntad de otear, manifestando un enorme respeto hacia sus personajes, los sinsabores y alegrías de la condición humana. Manu Yáñez

¿QUÉ VEMOS CUANDO MIRAMOS AL CIELO? Alexandre Koberidze | Georgia, Alemania | 2021 | 150 min.

La nueva película de Alexandre Koberidze, joven director georgiano afincado en Alemania, empieza con una serie de tomas que nos trasladan hasta los remotos orígenes del séptimo arte. Apostada sobre un trípode, la cámara aguarda en la calle con suma paciencia. De repente, el cuadro se llena con el alegre caos de la vida. Como sucedía en la Salida de los obreros de la fábrica de los hermanos Lumière, una multitud desfila ante nosotros. Como sucedía con los pioneros de Lyon, un acto tan rutinario, tan mundano, revela en la pantalla una representación de tintes fantásticos, una realidad soñada. Niños aquí, niños allá… hasta que su imagen y sus alaridos se difuminan misteriosamente, desapareciendo en el asfalto; dejando paso a los auténticos protagonistas de esta función.

Ella es farmacéutica; él, futbolista profesional. Tienen poco en común y no se conocen… hasta que sus pasos se cruzan no una, ni dos, sino tres veces. La concatenación de casualidades es tan flagrante que la pareja decide rendirse ante las señales de la providencia. Por su parte, el espectador se descubre expuesto a un sentimiento de extrañeza conjurado desde las profundidades del lenguaje fílmico. Primero vemos planos detalle de los pies de la farmacéutica y el futbolista, después les observamos desde la distancia, en una toma panorámica que revela un paisaje donde lo urbano y lo natural parecen convivir en perfecta armonía. Esto sí, pese a la enorme distancia entre cámara y personajes, sus voces se escuchan con suma nitidez, paradójica proximidad. Así nos habla What Do We See When We Look at the Sky? durante sus dos horas y media de metraje, librándonos a los imprevisibles designios de esa energía misteriosa que inspira a los poetas.

What Do We See When We Look at the Sky? es una oda romántica, un film silente, un cuento de hadas, un documento etnográfico, un dispositivo meta-fílmico, la gran final de un torneo ansiado, el refugio soñado: un lugar en el que quedarse a vivir. Es una celebración constante del milagro de la metamorfosis: un mosaico de formatos, historias y rostros que, juntos, dibujan e iluminan cálidamente las casas de Kutaisi, espléndida urbe de niños asilvestrados y futboleros perros callejeros. Un paraíso terrenal, como lo era la Lombardia de Franco Piavoli, esa arcadia rural en la que reconciliarse con la humanidad. Más de un siglo después, Koberidze sigue reivindicando el cine como ese invento que inventa, y nos muestra una verdad anhelada. Es todo fantasía, pero hay en esta ilusión tanta belleza, bondad y empatía, que a la fuerza debe servirnos como inspiración para instigar un cambio de rumbo. Víctor Esquirol

ESPÍRITU SAGRADO. Chema García Ibarra | España, Francia, Turquía | 2021 | 97 min

En un inquietante pasaje de la hilarante Espíritu sagrado –primer largometraje del ilicitano Chema García Ibarra–, un personaje afirma que “el cuerpo es de usar y tirar”. Un arrebato místico, sostenido sobre una fe ciega en una metafísica ufológica, que alumbra las tensiones internas de una película abocada a un ritualismo pagano, capaz de aunar un cine de gestos locuaces y un manierismo al borde del kitsch. Afianzada en un imposible cruce de caminos, pero inmunizada contra las formas del pastiche posmoderno gracias a su apego a sus escenarios (reales) y sus personajes, Espíritu sagrado imbrica la comedia costumbrista y la crónica negra, y las envuelve en un aura enrarecida, en los límites de la ciencia ficción. Nada nuevo en la obra de García Ibarra, cuyos cortometrajes, de El ataque de los robots de Nebulosa-5 a Leyenda dorada, se perfilaban como la apoteosis de la ensalada mixta fílmica, el plato combinado cinematográfico. En este sentido, Espíritu sagrado se perfila como el salto mortal, y al vacío, de un autor incorruptible, que dirige su mirada irreverente a la realidad la del barrio obrero de Carrús, en su Elche natal. Una realidad que García Ibarra presenta filtrada por un extrañamiento petrificado, en un enclave recóndito entre los universos de Aki Kaurismäki y los hermanos Coen, allí donde la singularidad puede celebrarse sin caer en la idealización o el sentimentalismo. Manu Yáñez