Página web del Festival Internacional de Cine de Gijón (17-25 noviembre).

JEANNETTE, L’ENFANCE DE JEANNE D’ARC. Bruno Dumont. 105 minutos. Francia (2017). Con Lise Leplat Prudhomme, Jeanne Voisin, Lucile Gauthier.

Avasallado por películas que repiten fórmulas y prolongan sagas, el espectador contemporáneo tiene pocas oportunidades de experimentar el descubrimiento de un film salvajemente innovador, genuinamente radical. Este crítico estuvo a punto de sufrir su primer ataque provocado por el síndrome de Stendhal durante la proyección, en el pasado Festival de Cannes, de Jeannette, l’enfance de Jeanne D’Arc, del francés Bruno Dumont. Y es que, ¿quién podría haber previsto que un musical sobre la infancia de Juana de Arco protagonizado por actores no profesionales, poco diestros en el arte del canto y la danza, podría invocar emociones tan profundas? Los adeptos a la obra de Dumont estábamos avisados: el director de El pequeño Quinquin es conocido por su interés por la religiosidad –en un registro entre ascético y sensual– y por su capacidad para convertir en prodigiosa expresividad el quietismo de sus actores no profesionales. Sin embargo, Jeannette va más allá de lo imaginable en el modo iconoclasta en colisionar la irreverencia y la solemnidad, lo sacro y lo profano, la elegancia de los encuadres y la aparatosidad gestual de los intérpretes.

Imaginen una fusión imposible entre la religión terrenal de Pier Paolo Pasolini, el ascetismo de Robert Bresson y la hilaridad indomable de los Monty Python; imaginen el más desaforado fervor religioso encarnado y sublimado en los poderosos movimientos de una niña (Lise Leplat Prudhomme) que parece estar protagonizando la mejor función escolar de la Historia. Un milagro fílmico perpetrado por el director de Camille Claudel 1915 tomando como referente literario la poesía de Charles Péguy, como fuente sonora la música de Igorrr –entre el death metal y el trip hop– y como guía psicomotriz las coreografías experimentales de Philippe Decouflé, entre el ballet y las embestidas rock. Ver para creer. Manu Yáñez

SCARY MOTHER (SASHISHI DEDA). Ana Urushadze. 107 minutos. Georgia, Estonia (2017). Con Nato Murvanidze, Dimitri Tatishvili, Ramaz Ioseliani.

Manana es una ama de casa cincuentona con un marido posesivo y machista y dos hijos adolescentes. Más allá de los mandatos, ella ha desarrollado una fuerte pasión por la escritura. Nadie en su familia le presta demasiada atención (lo consideran apenas un hobby efímero o un capricho), pero un pequeño editor del barrio considera su novela casi terminada una obra maestra y está dispuesta incluso a publicarla. Urushadze dota a su relato de un grado de intimidad inusitado, de múltiples capas y niveles de lectura (por momentos en el terreno del surrealismo) sin jamás forzar las situaciones ni caer en la denuncia subrayada. Sutil e impiadosa a la vez, se trata de una ópera prima de una potencia, un poder de seducción y un riesgo poco habituales. El principal descubrimiento del pasado Festival de Locarno. Diego Batlle

PATTI CAKE$. Geremy Jasper. 109 minutos. Estados Unidos. Con Danielle Macdonald, Bridget Everett, Siddharth Dhananjay.

El universo de Nueva Jersey, la otra orilla, la contracara de la glamorosa Manhattan, es el enclave perfecto para este nuevo regreso al clásico mito americano de la salvación a través del espectáculo, el show, el arte. Patti es una chica inteligente, que sobrelleva con bastante elegancia su sobrepeso (más allá de tener que soportar los típicos chistes y discriminaciones, como la que transforma su apellido, Dombrowski, en Dumbo). La ilusión, el escape, estará en la música y la intención de triunfar –con un amigo musulmán, a quien luego se une un afroamericano– en el mundo del rap. Claro que da para desconfiar ese escenario “united colours of rap”, pero, por suerte, por ahí no viene la cosa. Se trata de una película amable, que se hace fuerte en su protagonista (muy simpática y empática la australiana Danielle Macdonald) y la relación de amor-odio con su también poderosa madre, que alguna vez supo grabar un disco y sigue añorando los dorados ochentas. Historia de amistad, crecimiento y superación, pequeña y cariñosa, se disfrutó especialmente como clausura de la Quincena de los Realizadores de Cannes 2017, frente a una Competición Oficial tomada por el cine de la crueldad. Fernando E. Juan Lima

NADIE NOS MIRA. Julia Solomonoff. 102 minutos. Argentina, Estados Unidos, España, Brasil, Colombia (2017). Con Guillermo Pfening, Elena Roger, Rafael Ferro.

Después de dirigir Hermanas y El último verano de la Boyita, Julia Solomonoff rodó casi íntegramente en Nueva York Nadie nos mira, una película que, si bien presenta como protagonista a un hombre, tiene bastante que ver con la propia historia de la directora: ella se radicó hace ya casi dos décadas en la Gran Manzana aunque nunca dejó de estar en contacto con (e incluso filmar en) la Argentina. Nico (Guillermo Pfening) es un actor treintañero de cierto éxito gracias a una telenovela, pero la crisis que le genera una relación patológica con Martín (Rafael Ferro), un hombre casado que es su amante y además productor del ciclo televisivo, lo lleva a radicarse en Nueva York para buscar también nuevos rumbos profesionales. Las cosas, por supuesto, no son nada fáciles allí, más aún porque Nico no tiene el típico look latino (es demasiado rubio para los directores de casting) y su inglés tampoco es del todo convincente. Mientras intenta desarrollar una película largamente demorada, se gana la vida cuidando el bebé de su amiga Andrea (Elena Roger), una profesora de yoga argentina casada con un rígido estadounidense, mientras comete pequeños robos en supermercados y estafas con las devoluciones de productos en distintos negocios.

El temor a reconocer el fracaso, el orgullo y la vergüenza hacen que Nico manipule a los demás o construya una falsa realidad. Hay algo conmovedor y patético a la vez en sus continuos esfuerzos por convecer(se) de que está haciendo lo correcto, que el triunfo en la meca es inminente, que no necesita la ayuda de nadie. La película, narrada con elegancia y prolijidad, habla de la crisis de la masculinidad, con personajes que, más allá de sus elecciones sexuales, se sienten incómodos y presionados con ciertos mandatos y convenciones sociales. Y si bien Nadie nos mira se vuelve un poco indecisa y derivativa en su segunda mitad, el resultado final no deja de ser convincente y por momentos fascinante, en gran medida por el trabajo del actor Guillermo Pfening, consagrado como el mejor actor del reciente Festival de Tribeca por una interpretación llena de matices y sutilezas a la hora de transmitir las angustias, la soledad, las humillaciones, las búsquedas íntimas de redención y las vulnerabilidades de su atribulado personaje. Diego Batlle

POSOKI (DIRECTIONS). Stephan Komandrev. 103 minutos. Bulgaria (2017). Con  Vasil Banov, Ivan Barnev, Assen Blatechki.

Taxi drivers. Los taxistas son los protagonistas de este film búlgaro estructurado en muy diversos episodios que se van ligando ya sea de manera directa o con delicadas ligazones que pueden llegar a ser un plano que los entrecruza. En estas historias breves hay de todo: humor negro, melodrama, thriller… Pequeños “relatos salvajes” que, en su conjunto, ofrecen una mirada demoledora y desoladora sobre el estado de las cosas en una ciudad como Sofía, dominada por la violencia, la corrupción, la estafa y la degradación. Hay un hombre que tiene que someterse a un trasplante de corazón, pero también veremos en otros momentos al cirujano que hará la operación (la última antes de radicarse en Alemania) y a su hija adolescente, que huye del colegio y se cambia dentro del auto para tener una aventura antes de acompañar a su padre al hospital. La película fluye con un ritmo vertiginoso y mucho plano secuencia aunque la carga moral y ciertos subrayados conspiran un poco contra el resultado final. Diego Batlle