Prosigue nuestra previa del D’A – Festival Internacional de Cinema D’Autor de Barcelona. En esta ocasión, analizamos cinco recomendaciones repartidas por las secciones Transicions, Talents (la sección competitiva del D’A), y retrospectiva Sharunas Bartas.
Enlace a la venta de abonos del D’A (descuentos hasta el 4 de abril).
DEAD SLOW AHEAD. Mauro Herce. 74 minutos. España/Francia (2015). Sección Transicions.
Después de trabajar como director de fotografía en películas como Arraianos o El quinto evangelio de Gaspar Hauser, el barcelonés Mauro Herce da el salto a la dirección con esta lacónica y crepuscular odisea oceánica que somete los viejos relatos de marinos –con el Moby Dick de Herman Melville como referente ineludible– a un proceso de depuración dramática en el que la épica y la psicología son sustituidas por una misteriosa sinfonía de rituales herméticos. En este sentido, la puesta en escena de Dead Slow Ahead parece responder a un esquivo principio de extrañamiento. Sin apenas planos de situación, el monumental carguero en el que transcurre el film nunca deja de resultar un escenario desconocido, hostil, varado en una suerte de no-tiempo. Las perspectivas parciales del buque y los planos picados dibujan un intrigante rompecabezas de difícil solución. Un asombroso zoom de alejamiento sobre un gigantesco tanque donde trabaja un operario obliga al espectador a redefinir mentalmente las coordenadas espaciales del film. Y algo parecido ocurre en la filmación de una fiesta-karaoke: los flashes lumínicos, la oscuridad y las perspectivas tangenciales convierten los rostros hieráticos y las bromas sexuales de los operarios en gestos inextricables.
Una auténtica aventura para los sentidos, Dead Slow Ahead propone un vertiginoso juego de proporciones. ¿Cuántos operarios cabrían en el interior de uno de los gigantescos ganchos que llenan los depósitos del carguero? ¿Qué equivalencia podemos establecer entre la exuberante inmensidad del océano, capturada en pictóricos planos generales, y el rostro concentrado de un marino, magnificado en primer plano? Y, a la postre, ¿cuál es el lugar del ser humano en este desafío mecánico a la naturaleza? En este film donde lo digital/virtual no parece tener lugar, la relación entre los hombres y la maquinaria adquiere una cualidad fantasmagórica, arcaica. En una secuencia memorable, las voces de unos marinos que hablan por teléfono con sus familias se superponen al laberinto de tubos y engranajes del interior del buque (estampas que remiten a Syndromes and a Century, de Apichatpong Weerasethakul). El viejo conflicto entre el ser humano y el mundo industrializado –que ya fascinó al Charles Chaplin de Tiempos Modernos o al Robert Flaherty de Louisiana Story– todavía resuena en un confín inhóspito del planeta. Manu Yáñez
KAILI BLUES. Bi Gan. 110 minutos. China (2015). Con Luo Feiyang, Xie Lixun, Yongzhong Chen, Zeng Shuai. Sección Talents.
Esta ópera prima de un director de apenas 26 años como el chino Bi Gan fue el gran descubrimiento de la edición de 2015 del prestigioso Festival de Locarno. Lírica, virtuosa, sensible, ambiciosa, esta combinación entre melodrama y road movie se ubica a mitad de camino entre el cine del primer Jia Zhang-ke y Café Lumière, de Hou Hsiao-hsien. Trenes y motos. Viajes en el tiempo (no lineales). Familias escindidas. Amores perdidos. Tradiciones. Poemas. Música. Narración en off… Con todo eso está construida Kaili Blues. Y, también, con algunos de los planos secuencia más imponentes del cine asiático de los últimos años (hay uno de casi 40 minutos). La historia no es tan importante: Chen Sheng es uno de los dos doctores que trabajan en una pequeña clínica de la ciudad de Kaili, en la provincia sureña de Guizhou. Harto de la rutina, el protagonista decide emprender un largo periplo para buscar al hijo abandonado de su hermano. Su compañera en el centro médico, una veterana y solitaria mujer, le da una vieja foto, un cassette y una camiseta para un viejo amor que ha enfermado. Chen llegará a Dangmai, un pueblo perdido en medio de las montañas, donde experimentará el pasado, el presente y el futuro. Imperfecta, hecha con mínimos recursos, Kaili Blues es un film hipnótico y sensorial, bello y fascinante. De esos que devuelven la fe en que el cine todavía es capaz de sorprender y de generar en el espectador sensaciones profundas y perdurables. Diego Batlle
EL NOME DE LOS ÁRBOLES. Ramón Lluís Bande. 104 minutos. España (2015). Sección Transicions.
Tras muchos años de trabajo constante en una práctica artística cercana a la militancia política, en campos tan diversos como la poesía o el cine, la obra del asturiano Ramon Lluis Bande parece que alcanza un cierto nivel de reconocimiento. Tras el triunfo de su anterior película, Equí y n’otru tiempu en el Festival de Sevilla de 2014, el cineasta asturiano presenta ahora una obra que continua la estela de la anterior, y que aborda el rodaje de aquella para plantear una reflexión sobre la manera en que nos relacionamos con la memoria a través de herramientas tan imprecisas, pero tan imprescindibles, como el cine. El nome de los árboles cuenta la historia de un pequeño equipo de rodaje –capitaneado por Bande– que recorre Asturies recogiendo testimonios y buscando los lugares donde se desarrollaron las principales emboscadas contra la guerrilla que plantó cara a la dictadura franquicia entre 1937 y 1952, años en los que se sucedieron las luchas, las persecuciones y los asesinatos. Gonzalo de Pedro Amatria
Declaraciones de Ramón Lluís Bande a Otros Cines Europa:
Mientras rodábamos Equí y n’otru tiempo, pensé que podía ser interesante filmar los encuentros que estábamos teniendo con la gente que nos guiaba hasta los lugares que queríamos filmar y que nos descubría las historias que allí habían ocurrido. Era como un cuaderno de apuntes que podía convertirse en una especie de making of. Pero cuando empecé a trabajar con las imágenes, percibí que aquello podía ser una película con vida propia. El nome de los árboles reclamaba romper las ligaduras con la anterior película. Así, los casos concretos fueron perdiendo peso en favor de una reivindicación del relato oral, de la construcción de la memoria. Me fue interesando menos el camino hacia los lugares y más el coro de voces, hasta llegar a un equilibrio entre el “qué” y el “cómo” de aquellos testimonios. El otro tema que me interesó y que encajaba bien en el proyecto general fue la idea de representar la memoria colectiva en estado puro: observar cómo los recuerdos individuales de personas que, mayoritariamente, no tienen filiación política generan una imagen global, no adulterada por filtros institucionales u oficiales. El resultado es un coro de voces que cantan a un exterminio planificado que, a día de hoy, todavía es negado políticamente.
TE PROMETO ANARQUÍA. Julio Hernández Cordón. 88 minutos. México-Alemania (2015). Diego Calva Hernández, Eduardo Eliseo Martinez, Shvasti Calderón. Sección Transicions.
El quinto y sobresaliente largometraje del director de Las marimbas del infierno dividió a la crítica en su presentación en el Concorso Internationale del pasado Festival de Locarno. El autor guatemalteco nacido en Estados Unidos, que en 2012 ya compitió en Locarno con Polvo, propone en su nuevo film un cruce entre una cierta pulsión documental (reflejada en el uso de actores no profesionales), las formas del neo-noir y la herencia del cine neorrealista. La trama de Te prometo anarquía recuerda a la de The Smell of Us de Larry Clark: el film muestra el testimonio en primera persona de un joven homosexual enamorado de su mejor amigo, que se dedica a ganar dinero fácil para subsistir en la gran ciudad. Así, los protagonistas son una extraña pareja de jóvenes skaters –Miguel (Diego Calva Hernández) y Johnny (Eduardo Eliseo Martínez)– que sobreviven en el salvaje y corrupto México DF vendiendo su propia sangre. Definida por su autor como “una historia de vampiros diurnos”, Te prometo anarquía difumina su sustrato fantástico en favor de un estudio del terror que las mafias ilegales siembran en las poblaciones donde operan. Carlota Moseguí
PEACE TO US IN OUR DREAMS. Sharunas Bartas. 107 minutos. Lituania/Francia/Rusia (2015). Con Ina Marija Bartaité, Sharunas Bartas, Edvinas Goldstein. Retrospectiva Sharunas Bartas.
Capaz de filmar los ritmos de la naturaleza y sus efectos sobre los hombres como pocos, el cineasta lituano Sharunas Bartas es capaz de transformar un elemento como el agua en expresión artística en movimiento. En Peace to Us in Our Dreams, Bartas regresa, cinco años después de Indigène d’Eurasie, delante y detrás de cámara. Como intérprete, desarrolla un papel en el que parece ser un sobreviviente de una depresión. Su novia, que bien podría ser su hija, en pleno concierto deja de tocar el violín, instrumento que domina enteramente, y desaparece. Ella también está en crisis. Por otra parte, la hija del personaje de Bartas, una adolescente, está dolida por la muerte de su madre. Un pie de página: la aparición fantasmal de la fallecida Yekaterina Goluveba, alguna vez pareja del director, a través de algunas películas domésticas en el papel de la madre, es un plus extradiegético que resulta imposible no procesar como una elegía tardía. Y es que no es otra cosa que el ominoso y poético regreso de un muerto, decisión misteriosa y orgánica en la propia lógica del film.
No pasan muchas cosas en Peace to Us in Our Dreams, más allá de unos cazadores que irrumpen en el área en donde el padre, su mujer y su hija van a descansar unos días. La naturaleza es sublime: un lago de aguas tranquilas, un bosque frondoso. La interacción con algunos vecinos oscila entre lo ridículo y lo edificante. El tema de fondo filosófico es la relación que todo sujeto establece con el deseo, cifrado aquí en el concepto de sueño. Hay una conversación hermosa entre el padre y la hija al respecto, un pasaje verdaderamente inspirado. Luego, en una escena similar, se repetirá una conversación con su pareja, momento que parece un remake innecesario de la escena anterior, aunque no deja de transmitir alguna cuestión edípica en el vínculo. Peace to Us in Our Dreams es un buen regreso de Bartas, a pesar de algunos apuntes de sordidez innecesarios. Está lejos de sus películas sobresalientes como Koridorius y Freedom, pero es una señal de que se pueden seguir esperando buenas noticias cuando se oye el nombre del lituano. Roger Koza (crítica completa en el blog Con los ojos abiertos).