Carlota Moseguí (Muestra de Lanzarote)

Unos molestos rayos de Sol matutinos alumbran los rostros de dos adolescentes sintecho que han pasado la noche en el interior del coche de un desconocido. La primera en despertarse es Milla (Séverine Jonckeere), quien se empeña en increpar a su novio –y futuro padre del hijo que lleva en su vientre– para que abra los ojos de una vez. Leo (Luc Chessel) está destinado a perder ante el ataque letal que Milla ha planeado: una tierna oleada de besos, carcajadas y cosquillas traicioneras está a punto de desvelarlo. Dos horas y ocho minutos después, la segunda película de Valérie Massadian, que lleva el nombre de su cándida protagonista, finaliza con una escena tan bondadosa como su larga toma inicial: un maravilloso plano secuencia en el que la protagonista intenta, por todos los medios, que su hijo –en la vida real, y en la ficción– coma una cena austera de patatas fritas sin distraerse. Todas las escenas que la directora franco-armenia ha situado entre estos dos episodios de amor incondicional corresponden a la representación más pura de una suerte de cine de la beatitud, que se caracteriza por enaltecer cualquier acción llevada a cabo por sus personajes desvalidos. En otras palabras, el nuevo film de la directora de Nana es un ejercicio épico que dignifica el día a día de los menos favorecidos.

Desde los orígenes del idilio romántico entre Milla y Leo hasta la cena de las patatas fritas transcurre una serie interminable de tragedias no dramatizadas. Y es que uno de los mayores logros de la película ganadora de la séptima edición de la Muestra de Cine de Lanzarote es la depuración del drama. Massadian no necesita excesos lacrimógenos para poner en escena un embarazo hipotéticamente no deseado, el desempleo de los jóvenes, la vida de okupa, y otras desdichas aún más terribles que no revelaremos. Al fin y al cabo, Milla es una película sobre la aceptación natural del paso del tiempo, concretamente un coming of age sobre una chica que asume los reveses de la vida mientras aprende en qué consisten las responsabilidades de la edad adulta.

Esta película ganadora de una mención especial en la competición Cineastas del Presente del pasado Festival de Locarno reproduce el día a día de Milla a partir de la presencia o ausencia de su pareja. En este sentido, la existencia del personaje masculino en esta historia de amor es un pretexto para ahondar en la psicología de la única heroína de la ficción. A priori, acceder a la psique interior de Milla puede parecer imposible dado que la directora, guionista y montadora del film prescinde prácticamente de los diálogos, y apuesta por el cuerpo como indicador total de los sentimientos y emociones espontáneas de los personajes. De este modo, sus miradas, caricias, besos, o gestos bruscos, registrados en planos secuencia sosegados (siempre medios o generales, y con la cámara fija), son nuestro único aliado para entender la acción y a sus enigmáticos protagonistas. Milla reclama una atención absoluta al espectador. Sin embargo, la recompensa merece el esfuerzo puesto que se trata de uno de los mayores regalos que nos ha deparado el séptimo arte en este año.