Carlota Moseguí

En tiempos de revueltas políticas, la figura del extranjero funciona como el arquetípico ideal para plasmar la sensación de incertidumbre no verbalizada de los autóctonos. Así, en la lúcida sátira política Green Screen Gringo, dirigida por el cineasta neerlandés Douwe Dijkstra, es justamente un gringo, y no un brasileño, quien se pregunta qué está sucediendo a su alrededor cuando Dilma Rousseff es destituida de su cargo de presidenta de Brasil. Estaríamos en lo cierto al señalar que su condición de no-local le permite detener el tiempo y apreciar los acontecimientos de forma objetiva, pero dicha observación no es un aspecto fundamental a tener en cuenta en la cinta, puesto que Dijkstra no ha dirigido Green Screen Gringo para elogiar la capacidad de análisis de un forastero, sino para denunciar los reflejos, torpes e insuficientes, que caracterizaron a la sociedad brasileña del momento, y también la actual.

A pesar de que el golpe de Estado permanece en un fuera de campo visual, Dijkstra consigue recrear (y sintetizar) el clima de pasividad y desprevención que reinaba meses antes mediante una conversación telefónica de lo más trivial. Así, uno de los momentos históricos de mayor trascendencia de Brasil es inmortalizado a través de un mensaje de voz que el gringo deja en el contestador de un amigo o familiar para contarle sus vacaciones. “Aquí la situación se está poniendo muy seria. Pero lo más extraño de todo es que la gente está actuando normal, como si no pasara nada”, dice el gringo perplejo. La voz en off del protagonista funciona como una suerte de testimonio accidental de lo ocurrido, pero las imágenes que lo acompañan no pertenecen al mismo lapso temporal. En realidad, éstas muestran la vida actual de un Brasil traumatizado por no haber sabido frenar el golpe.

Este trauma compartido es representado mediante otro gringo. Ahora se trata de un director de cine que se pasea por el país con una de esas pantallas verdes que se utilizan para crear escenarios digitalmente en el cine de estudio; es decir, para inventar otras realidades. El cineasta extranjero coloca la pantalla en parques, casas, playas o gimnasios, detrás de transeúntes y vagabundos, para que identifiquemos esas nuevas imágenes que serán imprimidas sobre el artefacto verde como sueños, frustraciones y recuerdos de quienes tenemos delante; todas ellas relacionadas, de algún modo u otro, con el empobrecimiento moral y económico de la sociedad brasileña tras la destitución de su ex presidenta.

Otro video-ensayo que sobresale en la sección oficial del festival Punto de Vista es el mediometraje experimental We Make Couples. Producido a lo largo de seis años, el nuevo prodigio del canadiense Mike Hoolboom se articula sobre la premisa del doble collage. En esta ocasión, el director de Imitations of Life funde fotogramas de películas mayoritariamente protagonizados por mujeres, o metraje encontrado que ilustran cuestiones feministas (desde sufragistas que lucharon por el derecho al voto femenino a las protestas de Pussy Riot) con una recopilación de confesiones, reflexiones y divagaciones poéticas que pronuncian dos voces en off femeninas. En este segundo collage sonoro, las protagonistas de la correspondencia epistolar abarcan una infinita variedad de temas. Por ejemplo, su interminable conversación nos adentra en el ámbito de la política y los movimientos sociales (con un especial interés en el Marxismo), pero también conseguirán que nos perdamos en una narración laberíntica, similar a las de Mark Cousins, sobre un posible recorrido anticronológico por el séptimo arte. Sin embargo, es la obsesión por hallar una definición perfecta para el amor, o lo que sería una pareja ideal –ya sea entre dos personas, o un de ser humano con una máquina–, lo que termina conformando el eje central de esta joya inclasificable.