Manu Yáñez
Las evocadoras imágenes de apertura del cortometraje El adiós –un paisaje con niebla seguido del rugir vaporoso de una plancha que se desliza sobre un vestido rojo– dan cuenta de la sensibilidad narrativa y estética de Clara Roquet, guionista y directora de uno de los cortometrajes más celebrados de la temporada. Estrenado en el Festival de Toronto y ganador de la Espiga de Oro al Cortometraje en la SEMINCI de Valladolid, El adiós continúa su “viaje” como candidato a los Premis Gaudí de la Acadèmia del Cinema Català y como integrante de la Sección Oficial del Festival de Clermont-Ferrand, el certamen más importante del mundo en el ámbito del cortometraje.
Coguionista del largometraje 10.000 Km, que la valió un Premi Gaudí al Mejor Guión, Roquet ha debutado en la dirección con su particular aproximación a los esfuerzos de una criada boliviana que intenta honrar los últimos deseos de la difunta señora de la casa. Planteado como un mosaico de silencios locuaces y gestos reveladores, El adiós esboza un incisivo retrato de los afectos y rencillas que surgen en un rígido y jerarquizado universo social. Nacida en Malla, Vic (Barcelona), hace 26 años, Roquet contesta a nuestras preguntas vía e-mail desde su Nueva York adoptivo y nos apunta varias de las claves narrativas, formales, vivenciales y referenciales de El adiós. En paralelo, sus respuesta perfilan una apasionante cadena de aprendizajes: de la Universitat Pompeu Fabra a la Universidad de Columbia, de la escritura de guión a la dirección cinematográfica, de un presente ferviente a un futuro ilusionante.
¿Cómo has vivido el viaje de El adiós hasta el momento actual: la selección en Toronto, los premios en Valladolid, la nominación a los Premios Gaudí?
Suena a cliché, pero la verdad es que no lo esperaba para nada. Estoy muy feliz, sobretodo porque esto significa que mucha más gente va a ver el corto, que es fruto del trabajo y el esfuerzo de todo un equipo increíble… y porque nos va a ayudar a seguir trabajando en esto del cine.
A través de la protagonista, una asistenta del hogar llamada Rosana, El adiós aborda ciertas tensiones de clase muy presentes en la realidad. Sin embargo, el cine español y catalán contemporáneo parecen haber descuidado bastante esta cuestión, si lo comparamos por ejemplo con el cine latinoamericano reciente, donde encontramos películas como La nana, La segunda madre o el cine de Lucrecia Martel, o con las películas de Carlos Saura de los 70. ¿Cómo llegaste hasta la temática de El adiós y por qué crees que ha sido tan descuidada por el cine español contemporáneo?
Curiosamente, escribí la primera versión de El Adiós hace muchos años, inspirándome en situaciones que viví en primera persona y que me afectaron de alguna forma. Entonces no era un cortometraje, sino un relato corto… En ese momento, no había descubierto muchos de los autores latinoamericanos que ahora me encantan. Más tarde, empecé a ver más cine latinoamericano e incluso acabé siendo ayudante del profesor Richard Peña en la asignatura “Cine latinoamericano” de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Richard Peña se centraba mucho en el carácter marcadamente político del cine latinoamericano, relacionándolo con el contexto histórico de cada país en el momento en el que se realizó cada película. E inevitablemente, se establecía una relación clara entre momentos de fractura social y la eclosión de regímenes autoritarios y crisis económicas, que muchos países de Latinoamérica han sufrido durante el siglo XX –y siguen sufriendo–. De alguna forma, pues, parece que el cine más político o “social” surge como respuesta a situaciones de emergencia social que crean una cierta urgencia, un cine de reacción. Por supuesto, el cine de Carlos Saura estaba reaccionando a la dictadura franquista. Pero antes de esta crisis actual, España llevaba años de crecimiento económico y democracia (más o menos real, más o menos directa, pero democracia), con lo cual puede ser que esta urgencia se haya perdido durante un tiempo. Pero creo que esta crisis que tanto daño ha hecho a la industria por otro lado ha despertado un cierto espíritu crítico, una necesidad de hablar de temas sociales que no existía y que me parece muy importante.
¿Hasta qué punto era importante para ti mantener un equilibrio entre el retrato social y el viaje emocional de Rosana? A la hora de escribir, ¿mantienes una perspectiva “exterior” respecto a los temas de la película o tu mirada se concentra únicamente en los personajes?
Para mí lo más importante de todo era el viaje emocional de Rosana. Creo que el retrato social estaba implícito en la historia desde el principio, y no quería subrayarlo demasiado: el imaginario de la lucha de clases, de las criadas y las señoras, está tan presente en el imaginario colectivo que creo que es relativamente fácil caer en lo obvio y superficial si no se trata con sutileza.
Otro de los temas subterráneos de la película –expresado a través del tic-tac de un reloj, de las campanas de la iglesia– es la idea del transcurso del tiempo, del fluir de la vida y la muerte. ¿Hasta qué punto era importante para ti abordar este tema sin hacerlo explícito a través de los diálogos?
Muy importante. Esto seguramente sonará un poco raro o pretencioso (espero que no), pero me interesa mucho el tema de la muerte. Creo que a todos nos fascina de un modo u otro, quizás es mi manera de lidiar con ello. Me interesa la ausencia, la traza que dejan las personas que se van en la vida de los que se quedan… y dentro de esto tan etéreo del fluir de la vida, también me interesa la idea del relevo generacional, de qué traumas y valores heredamos y de qué transmitimos, sobretodo entre generaciones de mujeres.
Uno de los aspectos que más me ha interesado de El adiós es la dimensión sensorial (sobre todo táctil) del relato: cómo evocas la amistad que unía a Rosana y su “señora” a través del modo en que la criada manipula el cuerpo sin vida de la difunta. Tras tus experiencias como guionista, ¿cómo fue para ti trabajar este aspecto, el de los sensorial, tan relacionado con el trabajo de dirección?
Coral Cruz (script editor, profesora y guionista) tiene un libro maravilloso titulado “Imágenes Narradas”, donde defiende el rol del guionista como cineasta o creador de imágenes. Estoy muy de acuerdo. Creo que escribir guiones implica pensar en las capacidades poéticas y simbólicas de la imagen cinematográfica. Me parece muy interesante la capacidad que tiene el cine de contar cosas sin palabras: con detalles, gestos y silencios. Ver el amor de Rosana por la difunta en sus gestos cuando la viste me parece más interesante que expresarlo a través de un diálogo. Por otro lado, los objetos tienen un gran poder para evocar o simbolizar la ausencia de un personaje y muchas cosas más. En El Adiós intentamos evocar esa relación perdida entre Rosana y Ángela (la difunta) a través de los objetos que Ángela ha dejado atrás y que forman parte del imaginario de Rosana. Estos objetos tienen un valor afectivo para ella porque ha interactuado con ellos cada día, aunque no le pertenecen, y su opulencia puede chocar con su clase social.
El adiós encuentra desde bien al principio, a través de la niebla del paisaje y el vapor de una plancha, uno de sus rasgos estéticos distintivos: esa bruma que parece viciar el aire de la casa señorial en la que transcurre la acción, y que parece salida del cine de Carlos Saura. La casa antigua evoca un mundo de tradiciones muy asociadas a un cierto estrato social. ¿Cómo fue la búsqueda de la casa en la que transcurre la película y cómo encontraste la manera de filmarla?
¡Eso son palabras mayores! Me encanta el cine de Carlos Saura, muchísimo. En la SEMINCI le conocí y me pasé media hora hablándole de Cría cuervos, pobre… creo que le dí un poco la lata. En realidad, la niebla es una parte tan importante del paisaje de la plana de Vic, y de mi infancia, y del invierno, que tenía que estar. La niebla de Vic es muy densa y un tanto opresiva y he llegado a relacionarla con el carácter de la gente de provincias del norte de Cataluña. Para el interior de la casa, la directora de fotografía, Gris Jordana, trabajó mucho con humo para darle densidad y pesantez al ambiente, de modo que es verdad de alguna forma: la niebla se cuela dentro de la casa.
En El Adiós encontramos una combinación muy interesante de registros actorales, de la experiencia de Mercè Pons al deje no profesional de los niños, pasando por la templanza interiorizada de Jenny Ríos. ¿Cómo fue el proceso de casting y el trabajo con el grupo?
Desde el principio tuvimos claro que teníamos que encontrar a una actriz no profesional para interpretar a Rosana. Queríamos a alguien que hubiese trabajado cuidando a gente mayor, alguien que pudiese aportar al personaje. Tuvimos mucha suerte de encontrar a Jenny Ríos. Jenny no interpreta a Rosana, Jenny “es” Rosana. Y creo que esto fue muy importante para dar verdad al personaje. Por otro lado, queríamos buscar un deje de espontaneidad en los niños en ese mundo tan rígido. Y Mercè Pons es una actriz increíble, capaz de una gran sutileza dramática muy necesaria a la hora de trabajar con actrices no profesionales.
¿Cuáles fueron tus referente cinematográficos principales a la hora de escribir y dirigir El adiós?
Es curioso, porque a la hora de escribir no pienso demasiado en referentes, creo que los llevo ya tan incorporados, o los tengo tan asimilados, que intento despegarme de ellos. Pero a nivel de dirección nos movíamos entre referencias de cine español, cine latinoamericano y cine nórdico, por su estética de la contención. Teníamos muy presente la atmósfera de El espíritu de la colmena o El sur de Victor Erice, la textura de La ciénaga de Lucrecia Martel o Luz silenciosa de Carlos Reygadas, y los encuadres y las coreografías dentro del plano de Fanny y Alexander de Bergman u Ordet de Dreyer. Por otro lado, Gris me introdujo en la pintura de Vilhelm Hammershoi, que también fue un gran referente estético.
Me gustaría preguntarte por tu experiencia como estudiante en la Universidad de Columbia. ¿Qué diferencias existen en el modo en que se enseña cine en España y en Estados Unidos?
La verdad es que nunca he estudiado en una Escuela de Cine en España, así que me cuesta comparar. Estudié Comunicación Audiovisual en la Universidad Pompeu Fabra y aunque es una carrera muy orientada hacia el cine, nunca tuvimos mucha experiencia práctica. En Columbia todo es absolutamente práctico. Rodamos muchísimo y escribimos muchísimo. Y eso, quieras o no, te enseña. Pero creo que mis amigos que fueron a la ESCAC también rodaban muchísimo… Lo que más me gusta del enfoque de Columbia, es la importancia que le dan a eso que llaman “story”, al guión. Columbia no es una escuela muy técnica, pero tenemos grandes profesores de guión y grandes profesores de historia y teoría del cine, como James Schamus, Annete Insdorf o Richard Peña. Esta combinación crea una mezcla de teoría y práctica muy interesante, que creo que hace que los estudiantes allí sean especialmente reflexivos y conscientes de una cierta tradición a la hora de escribir.
¿Qué proyectos presentes y futuros tienes entre manos?
Ahora mismo estoy trabajando con Jaime Rosales como guionista, que es algo que me hace muchísima ilusión, porque siempre le he admirado mucho. Por otro lado, estamos preparando otro cortometraje, que será producido por Lastor Media también, que rodaremos en verano. Y mientras, estoy dándole vueltas a un proyecto de largo que queremos empezar a desarrollar. Estoy muy contenta, hace unos años –con el miedo que nos entró a todos los jóvenes con esto de la crisis– estaba totalmente convencida de que estaría trabajando de camarera o algo así. La verdad es que poder dedicarse a esto del cine es un privilegio, en el buen y el mal sentido.