Agnès Varda encontró en la Nouvelle Vague el refugio perfecto para el cine radical que desde siempre pretendió (y que a sus 90 años sigue haciendo). “Me sirvió para intentar trabajar la estructura, para crear en tiempo real con geografías reales. Y para intentar descubrir lo que el arte contemporáneo podía aportar al cine”. Y eso queda perfectamente demostrado en Cléo de 5 à 7, uno de los títulos más emblemáticos de la etapa narrativa, previa a su adscripción al documental y la no ficción. La cineasta recrea con humanidad y delicadeza la historia de Cléo, una cantante que espera ansiosa los resultados de un examen médico, y que tiene la intuición de que no depararán buenas noticias. El film enfrenta el miedo a la muerte de esta joven que comienza a ver la vida (a agarrarse a ella) de una manera menos frívola de lo había hecho desde ese momento. Cine humanista y humano, como el que defiende con espíritu irreductible la cineasta, que encaja perfectamente con el espíritu ‘nuevaolero’ por su reivindicación de la libertad como condicionante necesario a la hora de hacer cine. Algo que siempre ha perseguido Varda, que cuando recogió el premio Donostia en San Sebastián reclamó menos galardones y más dinero para seguir haciendo películas. Fernando Bernal

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