Júlia Gaitano (Festival de Sitges)

Más que un año, este 2020 está siendo un reto. Es probable que, cuando echemos la vista atrás, retornemos a momentos oscuros de nuestra colectiva vivencia de estos meses (que, por otro lado, está lejos de llegar a su fin), a sensaciones de encierro, incerteza, angustia. Pero, como el propio Festival de Sitges, que ha encontrado en este desaliento la fuerza para sacar adelante su más compleja edición hasta la fecha, también cineastas interesados en explorar los géneros del fantástico y el terror han conseguido capturar ese desasosiego, nutrirse de él.

Rob Savage va más allá, abrazando el imaginario audiovisual que está marcando el día a día de la pandemia para dotar de un aura pesadillesca la llamada de Zoom de Host. A través de la (si antes no, ahora ya sí) conocida plataforma de videollamadas, el director británico traslada a la más rabiosa actualidad los códigos del relato de terror paranormal. No son solo las menciones a la situación actual, aparición de mascarilla incluida, sino también el modo distendido en que Savage, guionista de la película junto a Gemma Hurley y Jed Shepherd, hace hablar y relacionarse a sus cinco jóvenes protagonistas en el seno de la plataforma Zoom, un entorno comunicacional con el que están perfectamente familiarizados. El espectador entrará con los personajes, de forma formidablemente orgánica, en una trama de invocaciones que transitará del escepticismo a la pesadilla definitiva. La excusa es la realización de una sesión de espiritismo por videollamada, a través de la cual se cuela un espíritu no demasiado amable. A partir de ahí, Savage se sirve de los elementos visuales que le brinda la plataforma (excelente uso del cambio de fondo, de los filtros faciales) para, a través de ellos, reinventar la puesta en escena del horror. Si bien no es la primera vez que se utiliza la idea de transformar interfaces de ordenador en planos cinematográficos –ahí están desktop movies como Eliminado (Levan Gabriadze, 2014) o Searching (Aneesh Chaganty, 2018)–, el realizador inglés encuentra en las circunstancias en la que estamos inmersos el pretexto perfecto para ello.

En trabajos anteriores de Savage, ya encontramos esta particular tendencia a darle la vuelta a formas bien enraizadas en el lenguaje audiovisual, como ocurría en el cortometraje Dawn of the Deaf (disponible para ver en la plataforma de vídeo Vimeo). En él, la sordera de los personajes principales le servía al cineasta para explorar las posibilidades creativas del uso de subtítulos y del diseño sonoro –queda recomendado el uso de auriculares–. Host prolonga este interés de Savage por los nuevos regímenes visuales y narrativos. La única pega que se puede encontrar al hecho de haber visto este film proyectado en sala es que, como sucede con cualquier película desktop, probablemente se beneficiaría de su visualización en una pantalla, justamente, de ordenador. Además de añadir una nueva capa de lectura, el visionado en pequeña pantalla conllevaría una mayor inmersión en la terrorífica diégesis del relato.

En Sitges, Come True fue presentada, vía vídeo preambular, por su productor ejecutivo, Vincenzo Natali, viejo conocido del certamen y autor de In the Tall Grass (En la hierba alta), obra inaugural de la pasada edición. Natali destacó del film de Anthony Scott Burns la personal visión del director, a quien, en un arranque de simplificación publicitaria, definió como una suerte de “Kubrick de garaje”. La equiparación nos puede ayudar a comprender el detallismo con el que el cineasta compone imágenes turbadoras, mediante una fotografía hipnotizante, sin embargo, el modo en que Burns se aproxima a sus personajes difiere claramente del espíritu del director de 2001: Una odisea del espacio. En Come True, la trama deriva rápidamente al enfoque Young Adult que han popularizado sagas fantásticas como Los juegos del hambre o Crepúsculo, que aquí sirve para narrar la relación de una chica post-adolescente y el joven y apuesto médico que se encarga del estudio clínico en el que ella participa. Se supone que el objetivo de este “experimento” es entender mejor los trastornos del sueño aunque, poco a poco, se revelará que su planteamiento es mucho más invasivo de lo inicialmente presentado. A través de una tecnología puntera –aunque representada en el film por televisores de tubo–, los científicos lograrán acceder a la dimensión visual de los sueños de sus sujetos, una posibilidad que ya exploraron Douglas Trumbull y Wim Wenders, cada uno a su manera, en títulos referenciales como Proyecto Brainstorm y Hasta el fin del mundo. Estas perturbadoras visiones low-res contrastan con la realidad “despierta” de Sarah (Julia Sarah Stone), que la película explora a través de planos subjetivos tocados por la nitidez y una cierta oscuridad. En un avance sin freno, nos adentramos en una suerte de alcantarilla de arquitecturas retorcidas, a través de puertas que se medio abren y espacios habitados de inmóviles, amenazantes, cuerpos en sombra. La potencia de estas imágenes contrasta con la dispersión de la historia principal, romance incluido, que desinfla la propuesta general.

En su invocación de una cierta desaparición de la idea del descanso, Come True captura una pulsión muy contemporánea, algo que reaparece en She Dies Tomorrow de Amy Seimetz. Como indica su título, el film aborda, en clave de odisea intimista, la historia de Amy (quien comparte nombre y hogar con la directora del film), una mujer, interpretada por Kate Lyn Sheil, que sabe que morirá el día siguiente. Con un inicio inmerso en el duelo que parece sacado del film de David Lowery A Ghost Story, Seimetz construye un extrañísimo estado de ánimo, entre la resignación y el desconsuelo, al son de la Lacrimosa de Mozart. Sin quererlo, el fatalismo irresoluble de Amy se irá propagando, como un virus, por la psique de todo aquel que entre en contacto con ella y su retórica. Es el caso de Jane (Jane Adams), que a su vez lo traslada a su hermano (Chris Messina) y cuñada (Katie Aselton), que se lo contagian a su hija y a unos amigos, que contaminan a su vez… A modo de pandemia, este existencialismo abrumador va paralizando cada vez a más personas, que no ven un mañana para sí mismas. Sin embargo, en la convicción de la propia muerte surge un ápice de sosiego. Empujados por un impulso inexplicable, se muestra a cada personaje reaccionando de modos dispares, mientras Amy prosigue con su lúgubre viaje personal. Seimetz confecciona una peculiar elegía de ritmo lento y pantanoso, que puede no ser del agrado de una parte importante del público (el premio que le otorgó el Jurado Joven ha sido ampliamente discutido), pero es una inteligente lectura del fatalismo que se ha instalado en nuestro tiempo.