Tratándose de una película que transcurre en un mundo –una cárcel de alta seguridad– marcado por toda clase de límites y reglas, se agradece que Convicto (Starred Up) se autoimponga algunas normas férreas. En primer lugar, nada de música en la banda sonora. Una decisión que no solo expresa el compromiso del director David Mackenzie con una cierta austeridad expresiva de orden realista, sino que le obliga a tratar con sumo cuidado el arsenal de sonidos familiares que conforman el ruido ambiente del cine carcelario: murmullos de fondo, chirriantes puertas metálicas y, sobre todo, el silencio como peligro constante, como entorno opresivo. Un paisaje sonoro que halla su mejor correspondencia en la majestuosa escena de apertura del film: la entrada del joven protagonista (Jack O’Connell) en prisión, punteada por una serie de escabrosos y silenciosos rituales en los que Mackenzie encuentra el tono de la película, pura calma tensa.
Es en este arranque parsimonioso y enigmático –tardamos 20 minutos en conocer el nombre (Eric Love) y la procedencia del protagonista– donde la película pone sobre la mesa sus mejores cartas: la representación cruda pero también estilizada de un universo corrupto de bestias salvajes donde se impone la ley del instinto. De fondo, se intuye una lectura brutal del darwinismo: entre rejas solo sobrevive el que mejor se adapta… y el indomable Eric no parece dispuesto a entrar al redil. Jack O’Connell borda el personaje de Eric. Como demostraría posteriormente en 71 e Invencible (Unbroken), O’Connell tiene un talento particular para encarnar a personajes amenazados por su entorno, criaturas que observan sagazmente y se mueven como felinos, preparados para responder velozmente a agresiones súbitas, inesperadas. Además, en Convicto, O’Connell pone en escena una altivez que le desconocíamos, un convincente macarrismo que amplia, desde nuestra perspectiva, su registro interpretativo.
Mackenzie merodea con su cámara alrededor del joven Eric, atento a cada estallido de violencia. Los planos de seguimiento flotan gracias al uso de la steady cam y el trabajo con el formato ancho (cinemascope) permite al director jugar con composiciones que subrayan el encierro de los personajes: el espacio “vacío” que rodea a los personajes está siempre ocupado por puertas, paredes, barrotes… El método remite claramente al utilizado por Jacques Audiard en la vibrante Un profeta, que a su vez reivindicaba la seca espectacularidad del cine del maestro Jean-Pierre Melville. Las películas de Mackenzie (Young Adam, Perfect Sense) no llamaban la atención por su inteligencia formal, pero en Convicto el director británico encuentra un fructífero equilibrio entre la austeridad de las formas y la fastuosidad del drama.
A medida que avanza el film, se van desplegando una serie de interrelaciones en las que Eric se cruza con diferentes figuras paternas, la más terrorífica de las cuales es la de su verdadero padre, un correcto Ben Mendelsohn que no hace nada por romper su encasillamiento como taciturno hombre de Cromañón del cine contemporáneo. Es aquí donde la película se enraíza narrativamente en busca de puentes hacia la tragedia griega y el drama shakespeariano. Una operación de pirotecnia dramática que recuerda a ciertas costumbres del cine de Paul Thomas Anderson: aquellas brutales batallas físicas y dialécticas de Joaquin Phoenix y Phillip Seymour Hoffman en The Master, o de Daniel Day-Lewis y Paul Dano al final de Pozos de ambición. Una tendencia a la explosión dramática que, por desgracia, limita el poder de sutileza de Convicto, que tampoco se beneficia de un guión, de Jonathan Asser, empeñado en subrayar los traumas de infancia del joven protagonista.
Afortunadamente, cuando el relato parece tender hacia lo previsible, Mackenzie encuentra formas de alimentar las dosis de misterio del film. En este sentido, el mejor hallazgo es el uso de puertas giratorias, por la que algunos personajes abandonan derrotados la prisión, mientras otros regresan a ella esperanzados. Un juego de entradas y salidas que refleja la complejidad que subyace en un universo de hombres maniatados por impulsos incontrolables, sentimientos de culpa y unas normas de conducta que persiguen anular su identidad.