Violeta Kovacsics

“Simulación es pasado y es futuro”, dice la voz en off de New Madrid, el corto de Natalia Marín que se proyectó ayer en el Festival de Sevilla. Tremendamente hipnótica en lo sensorial y profundamente sugerente en el plano intelectual, la pieza de Marín (uno de los tres miembros del colectivo Los Hijos) retrata ocho localidades llamadas Madrid de los Estados Unidos. Algunas existen; otras, ya no, poniendo de manifiesto el fracaso de unos proyectos urbanísticos y arquitectónicos basados en la repetición y en la copia. En el centro del ensayo fílmico de New Madrid está la idea de la simulación, el retrato de unas localidades que, podríamos decir, carecen de sustancia. La voz en off, entre lo humano y lo monocorde, acompaña unas imágenes de ciencia ficción, en las que las ciudades se convierten en líneas, en conceptos, y finalmente en abstracción.

Si, en New Madrid, se revela cómo el nombre de la capital española se exportó a algunas localidades norteamericanas entre el siglo XIX y principios del siglo XX, en La substància, Lluís Galter se sumerge en otro ejercicio en torno a la copia de una localidad española. La película se abre con las declaraciones en off de un político que expone un singular proyecto: la construcción de una réplica de Cadaqués en China. La substància ofrece un viaje, el retrato en paralelo de estos dos lugares, del hermoso pueblo costero catalán, hogar e inspiración de artistas como Dalí convertido ahora en paraíso para el turista, y de su sucedáneo asiático, un lugar en el que las clásicas casas blancas características de las aldeas de pescadores se sitúan en primera línea, para que, detrás, se eleven unos rascacielos que ofrecen vistas privilegiadas de la copia de Cadaqués.

De nuevo, aquí, encontramos un descalabro urbanístico. También, la idea de copia, un concepto que atraviesa el grueso de la película y que transpira por todos sus poros. Por un proyecto arquitectónico basado en la emulación. Por los vídeos promocionales que pretenden vender Cadaqués ya no solo como destino turístico, sino también como lugar que puede ser replicado. Por las maquetas que hace uno de los habitantes del pueblo de la Costa Brava, que se dedica a construir barcos en miniatura. En el fondo, la película de Galter nace de un gesto eminentemente irónico, el de un paisaje trasladado a otro lugar. Esta ironía se explicita al final de un recorrido que pasa por texturas y por niveles distintos, del vídeo de YouTube a una cuidada imagen digital que pinta la China más urbana de tonos grisáceos y anaranjados. La imagen resulta cambiante, igual que el tono de la película, que vira de lo irónico a lo místico, resultado, quizá, de la asociación entre un cineasta, Lluís Galter, que plantó sus pies en la tierra con Caracremada, y un ensayista, Iván Pintor, amante de dejar volar las ideas. Así, el cielo y la tierra se unen, como China y Cataluña en el Cadaqués asiático.

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En Marisa en los bosques, el filme de debut de Antonio Morales, no hay copia alguna. Sin embargo, tal y como defendió el propio cineasta en la presentación de la película en la sección Resistencias del Festival de Sevilla, la película emana una profunda cinefilia. Quizá por eso resulta fácil seguir las pistas y referentes que propone. Y quizá por eso la escena más bella de la película es aquella en que una chica, desolada tras una feroz ruptura, se acuesta, mientras, de fondo, vemos la imagen de Lillian Gish en Lirios rotos, tumbada a su vez en una cama.

Marisa en los bosques comienza con una conversación entre la protagonista, Marisa, una dramaturga, y un actor que se está maquillando. Esta es una película sobre el artificio, que se presenta aquí como un juego de encuentros y desencuentros entre Marisa y algunos de sus amigos y conocidos, a la manera de Matías Piñeiro, un director que ha sabido hacer de la ficción más placentera y traviesa una subversión. Marisa y los bosques carece del poso del cine de Piñeiro, pero goza de su carácter más juguetón. “Todos vamos a morir: tu, yo, la china de la tienda de abajo, Björk…”, le espeta en un momento Marisa a su amiga del alma. Lo mejor de la película, de hecho, es la espontaneidad cómica con la que se relacionan las dos amigas, mientras en la pantalla se dan cita todo tipo de referentes de la cultura indie, desde el “Viaje a los sueños polares”, un clásico del pop de los noventa, al Arrebato de Zulueta, la piedra filosofal del nuevo-otro cine español.