Manu Yáñez (Festival de Gijón)

La singularidad del trabajo actoral constituye uno de los pilares estilísticos de la obra de Eugène Green, el director de Le Pont des Arts. Abrazando, con un rigor espartano, el ascetismo de Robert Bresson, Green ha hecho de la declamación su música; del gesto desnudo, su coreografía; del semblante hierático, su pantomima. Estas convicciones resplandecen con incandescente radicalidad en En attendant les barbares, un proyecto surgido de la realización de un taller para actores impartido la pasada primavera en Toulouse y conocido como Chantiers Nomades. Este origen “formativo” ayuda a explicar la austeridad extrema del nuevo film del autor de La Sapienza, que, para el goce de sus seguidores, no se limita a convocar aquí su concepción de la interpretación, sino que depura todos los rasgos de su proyecto fílmico hasta hallar su quintaesencia.

En attendant les barbares presenta al Green de los gestos más ortopédicos: a la hora de recrear un texto del siglo XII escrito en occitano y recitado en rima, los actores recrean un duelo a caballo sin attrezzo alguno y con el único recurso de sus cuerpos (llevando al paroxismo la tosquedad física del Perceval le Gallois de Eric Rohmer). En el plano narrativo, Green afila su ironía hasta conectar con la sátira más absurdista (en sintonía con el personaje de Mathieu Amalric en Le Fils de Joseph): entre los seis jóvenes que acuden a un castillo para cobijarse del ataque de los “bárbaros” (godos, tártaros… y estadounidenses), figura un político que “no cree en la sabiduría popular”, una pintora incapaz de propinar un brochazo a un lienzo, o una pareja de burgueses bohemios (bobos) incapaces de procrear pese a tener unos coeficientes de fertilidad del 200%. En términos conceptuales, Green exalta y explicita su trabajo en torno al anacronismo: para refugiarse en el castillo, los jóvenes deben renunciar a sus teléfonos móviles, portátiles y demás aparatos electrónicos, y luego manifiestan su incapacidad para “crear cualquier cosa sin la ayuda de Internet”. Por lo demás, el quietismo resplandece en esta película de escenarios escasamente iluminados.

Embarcados en esa búsqueda de la luz que suele obsesionar a los personajes de Green, la troupe de En attendant les barbares se mueve empujada por la paranoia y la ignorancia. Un estado de desconcierto del que sólo les puede despertar un aprendizaje elemental: la esperanza reside en la memoria del arte y en su aplicación sobre la realidad presente. Una tesis que permite imaginar una utopía escénica y romántica: para sobrevivir a la barbarie contemporánea bastaría con sentarse a escuchar con genuino detenimiento una representación del ciclo artúrico y, sí, renunciar a la tecnología. He aquí la lección de esta transgresora “ficción que expresa la realidad del mundo”.