Manu Yáñez (Festival de Gijón)

Construido como un tríptico moral de inabarcable alcance social, En attendant les hirondelles, el film-monumento del director argelino Karim Moussaoui, sabe transitar desde la observación distanciada hasta la implicación afectiva con majestuosa elegancia. Así, mientras otros films episódicos naufragan por culpa de sus desequilibrios, Moussaoui logra que las cimas expresivas de la película sostengan, e incluso eleven, sus zonas más penumbrosas. En este sentido, el arranque de la película podría generar ciertas dudas debido a la distancia, mesuradamente quirúrgico, que se percibe entre la mirada del director y la peripecia de su protagonista, un hombre mayor que se ve expuesto a uno de esos incidentes característicos del cine de Michael Haneke o Asghar Farhadi, que ponen patas arriba la endeble armonía del universo burgués. Un distanciamiento que alimenta el carácter analítico de la película, que extiende sus tentáculos hacia múltiples ámbitos: el aura patriarcal de las dinámicas familiares, los conflictos intergeneracionales, la corrupción del mundo empresarial y un desconcierto moral que aflora en la negativa del protagonista a implicarse en las penurias ajenas.

En este primer capítulo, la mirada de Moussaoui parece adoptar una cierta altivez, sin embargo, la sombra del moralismo se desvanece en el pletórico segundo episodio del film, donde se retrata un reencuentro de dos examantes en el que laten los ecos del mejor cine romántico de las últimas décadas. En los inciertos paseos de la pareja –tocados por la equidistancia respecto al deseo y la pesadumbre– reverberan tanto el tono juguetón de aquellas caminatas en plano general del cine de Abbas Kiarostami como la gravedad confidencial del inolvidable encuentro en Japón de los examantes taiwaneses de Yi Yi de Edward Yang. Y luego, cuando se abre la posibilidad de la (re)seducción, con la mujer bailando en la distancia, un plano de acercamiento sobre el hombre trae a la memoria el “Baby, you’re gonna miss that plane” de Antes del atardecer de Richard Linklater. Y, por si todo esto fuera poco, esta intimista odisea romántica, que transcurre lejos del ruido de la urbe, se enmarca entre el vuelo operístico impuesto por el Ich habe genug de Johann Sebastian Bach y un aporreante y frontal interludio musical protagonizado por la reencarnación de la banda callejera que lideraba Denis Lavant en Holy Motors.

Al final, cuando en el tercer episodio vuelve a emerger la mirada escrutadora y fría del cineasta, uno ya se sabe en buenas manos y puede incluso perdonar un pequeño atisbo de “historias cruzadas” que queda en pura anécdota. De hecho, lo más destacable de este tercer episodio –que se adentra en el territorio de la memoria apelando a la confrontación de La muerte y la doncella– es la puesta en valor de los gestos humanistas en contraposición al aura nihilista que impera en los psicodramas de alcance social del Planeta Autor actual. La película se pregunta: ¿qué precio tiene el perdón en una nación que todavía arrastra las secuelas de la guerra civil en la que, en los años 90 del siglo XX, las fuerzas del estado se enfrentaron a grupos rebeldes islamistas? Y el crítico se plantea, esperanzado: ¿será la mirada franca y noble de un cineasta como Moussaoui la mejor manera de impugnar la misantropía que, en el cine contemporáneo, labra exitosas carreras y permite ganar Palmas de Oro en el Festival de Cannes?