Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Cuestiones que plantea el primer día de un festival: ¿Cuántas formas existen de afrontar una adaptación literaria al cine? Seguro que muchas, pero en San Sebastián se han visto dos muy enfrentadas. Wim Wenders y Manuel Martín Cuenca han sido los cineastas elegidos para comenzar el concurso dentro de la Sección Oficial, y como adelantábamos en la crítica de Inmersión (Submergence), el cineasta alemán opta por preservar hasta el extremo las raíces literarias del original, desembocando en un tratamiento academicista de lo cinematográfico. Por su parte, en El autor, Martín Cuenca prefiere acercarse a un (complejo) mundo de juegos y referencias narrativas desde la opción de sumar nuevos puntos de vista al texto original.

En 1987, Javier Cercas publicó El móvil, el relato en el que se basa El autor, dentro de una recopilación con más textos. De aquella cosecha, el escritor sólo salvo este trabajo, que se volvió a reeditar en 2003 (Tusquets) justo después del éxito de Soldados de Salamina, novela con la que comparte el origen, la voluntad de establecer un diálogo entre el escritor y sus personajes, el foco sobre el proceso de escritura y, por supuesto, la reflexión en torno al arte de crear: la culminación del acto de dar vida a seres que no existen o resucitar la memoria de los que existieron. Martín Cuenca, siguiendo con sus retratos andaluces recientes (de Almería a Granada), sitúa la historia en Sevilla. Un hombre que trabaja en una notaria –impecable, como siempre, Javier Gutiérrez– abandona a su mujer y su trabajo para encerrarse en un apartamento y liberar su creatividad frente a la pantalla en blanco del procesador de textos de su ordenador.

Sin dejar de lado su estilo, la marca de autor que lleva todo su cine, Martín Cuenca se muestra en esta ocasión menos hermético que en, por ejemplo, Caníbal (2013), y menos introspectivo que en La mitad de Óscar (2010), a pesar de tener que desarrollar la historia en muy pocos escenarios (los diferentes pisos de la casa en la que se retira el protagonista), con muy pocos personajes y con una sofisticada premisa conceptual: casi toda la acción se desarrolla en la mente del escritor. La apuesta del protagonista es crear la ‘Gran Novela Sevillana’ a partir de las vidas ajenas, espiando a sus propios vecinos. Mientras, en paralelo, el cineasta construye un thriller (hay ambientes saturados y claustrofóbicos del primer Polanski y mucho de la finura a la hora de diseccionar personalidades del mejor Chabrol) y, en paralelo, una teoría sobre hasta dónde puede llegar un creador para ‘motivar’ a sus personajes.

¿Se puede manipular la vida real para que acabe convertida en material de ficción? ¿Es lícito exponer a un ser humano hasta convertirlo en personaje y controlar sus actos? ¿Cuál es el fin último de la creación artística: la obra o la satisfacción personal del artista? Martín Cuenca, muy al contrario que el Wenders de Inmersión (Submergence), aprovecha un material ajeno para plantear cuestiones propias, mientras subraya las que invocó Cercas en uno de esos textos que, a priori, parecían imposibles de adaptar. Ese es el oficio del narrador que quiere llegar hasta el fondo de la historia, y no respirar tranquilo en la superficie del mar en calma.