Manu Yáñez (Festival Zinebi)

Las primeras secuencias de Charleston, la ópera prima del rumano Andrei Cretulescu, con sus largos planos secuencia y su perspectiva distanciada, parecen guiñar el ojo a la conocida como Nueva Ola Rumana: una corriente de cine marcada por un realismo áspero y una clara voluntad de denuncia sociopolítica. Sin embargo, desde las primeras escenas, distinguimos elementos que rompen con la austera sobriedad del cine de Cristi Puiu o Christian Mungiu. De partida, cabe destacar la imponente presencia de la música, que primero baña de grandilocuencia orquestal una situación aparentemente banal –una mujer que espera, sentada y sola, en un bar– y luego acompasa el advenimiento de la tragedia –la muerte accidental de la mujer, esposa del protagonista del film– a golpe de ritmos electropop. Una dislocación audio/visual que, más adelante, descubriremos que se da la mano con la otra gran ruptura de Charleston: la hibridación de géneros cinematográficos.

La determinación con la que Cretulescu entrecruza melodrama y comedia resulta punzante, casi brutal. En una escena en la que el amante de la mujer muerta –un empleado de una librería aficionado a la pesca deportiva– se confiesa ante el marido, el discurso titubeante y lloroso se ve cercenado por una frase inesperada: “Perdóname, no quería abusar de las metáforas pesqueras”. Un puñal humorístico en el corazón de la tragedia que remite a los sablazos cómicos que engalanan la obra dramática del gran cineasta coreano Bong Joon-ho. Un cóctel de hilaridad y melancolía que Cretulescu utiliza para meditar sobre la masculinidad a través de dos arquetipos que se van desmontando a medida que avanza la acción: el tipo duro y lacónico (Serban Pavlu, un marido casi de western), y el hombre sensible y apocado (Radu Iacoban, el amante nerd). Un dúo que, de plantearse un perfectamente imaginable remake americano de Charleston, podría ser encarnado por Mark Wahlberg y Jay Baruchel, respectivamente.

Unos interrogantes sobrevuelan, sigilosamente, las magnéticas imágenes de Charleston: ¿es la película algo más que un simple juego de promiscuidades genéricas? ¿Hasta qué punto está el director, Cretulescu, verdaderamente implicado en el terrible drama de su extraña pareja de protagonistas? Por momento, como en el sensacional interludio musical del film, se llega a tener la impresión de que estamos ante un puro ejercicio de exhibicionismo autoral. Sin embargo, a medida que avanza el relato y los personajes se van liberando de sus máscaras, el film va adquiriendo mayor densidad dramática y, en un nuevo e inesperado giro expresivo, Cretulescu se saca de la manga unas fugas de lirismo pop que, contra todo pronóstico, funcionan. Así, cuando este psicodrama confesional sobre la pérdida y el luto se precipita sobre su estremecedor final, el espectador cinéfilo puede verse transportado hasta la clausura de aquel otro monumento excesivo y tragicómico titulado Magnolia y dirigido por Paul Thomas Anderson; en el caso de Charleston, con el quebrado y arrastrado Your Endless Dream del grupo Get Well Soon en lugar del desesperado Save Me de Aimee Mann. La comparativa puede parecer un sacrilegio, pero la audaz Charleston resiste el envite con ambición y orgullo.