Manu Yáñez (Festival de Cannes)

Entre otros placeres, relacionados con la belleza y la magia de la imagen fílmica, 3 Faces de Jafar Panahi nos presenta a un director que, tras un periplo por el cine más furioso y urgente, halla un registro luminoso y meditativo desde el cual abordar los temas recurrentes de su obra: las posibilidades políticas de la expresión fílmica y el estudio de la naturaleza represiva del estado iraní, que en el año 2010 condenó al cineasta a 6 años de cárcel y 20 de inhabilitación. Para elaborar su nuevo acercamiento a las dificultades que tienen los artistas y las mujeres en Irán para expresarse con libertad, Panahi propone un viaje a la frontera con Azerbaiyán, la tierra que le vio nacer. Estamos, por tanto, ante un viaje a los orígenes del cineasta, un periplo para el que Panahi utiliza el medio de transporte característico de su cine: el coche. De hecho, tras una escena rodada con un móvil, en la que una joven aspirante a actriz filma su (posible) suicidio, el director de El círculo vuelve a emplear el dispositivo de Taxi Teherán –y antes de Ten de Abbas Kiarostami– para poner en escena una larguísima secuencia en el interior de un vehículo, en el que la actriz Behnaz Jafari y el propio Panahi –interpretándose a sí mismos– van en busca de la suicida.

La notoria alteración de Jafari, la actriz, en esta larga escena inaugural parece pronosticar un nuevo ejercicio de cine turbulento e histérico, el registro característico de obras como Offside o la ya mencionada Taxi Teherán, películas proclives al énfasis y al subrayado de su denuncia socio-política. Sin embargo, en contra de lo previsible, 3 Faces deviene una obra tocada por una sutil corriente de ambigüedad, empezando por el modo en que se propone la (con)fusión de ficciones y realidades. No es solo que Panahi y Jafari se interpreten a sí mismos, sino que, en la primera parte del film, sobrevuela la sospecha de que Panahi pueda estar involucrado en la (posible) simulación del suicidio de la chica. No será la única vez que un personaje sea acusado de engañar a los demás, lo que termina demostrando que el verdadero juego que propone el film tiene como protagonista a las representaciones y sus simulacros. Estamos ante una película delicadamente laberíntica, en la mejor tradición del cine del maestro Kiarostami.

La herencia del director de Close Up y El árbol de las cerezas late con fuerza en las imágenes de 3 Faces, una película que no solo se divierte zigzagueando por carreteras que atraviesan valles y montes, sino que también sabe abrazar un cálido humanismo, no reñido con la melancolía. La ambigüedad latente en las piruetas metalingüísticas del film acaba contaminando, afortunadamente, el retrato social. A medida que el relato va desplegando sus múltiples idas y venidas, se perfila un posible vínculo entre la represión sufrida por el cineasta en Teherán y la que experimentan varios personajes, sobre todo mujeres, en el Irán rural. Panahi advierte que el modelo autoritario y patriarcal que evidencian sus películas urbanas hunde sus raíces en las tradiciones más atávicas. Lo interesante del caso es que esta tesis de orden histórico y cultural no impide a Panahi advertir la belleza de la tierra y las gentes del film. Su mirada afectuosa le permite incluso romper, en ciertos momentos, con su tendencia a controlar todos los pliegues del relato. Surgen líneas narrativas que quedan abiertas, como las protagonizadas por una anciana que prueba cómo le queda la tumba que acaba de cavar, o por una veterana actriz que vive oculta, de espaldas a una comunidad que la rechaza. Panahi nunca muestra el rostro de esta última, pese a que intuimos que es uno de los tres que dan título a la película.

La obra a la que termina apelando de manera más directa 3 Faces es seguramente Y la vida continúa, el segundo episodio de la Trilogía de Koker de Kiarostami (quien, recordemos, escribió el guion de El globo blanco, la ópera prima de Panahi). Como si fuese un homenaje al director de El viento nos llevará, fallecido hace ya casi dos años, Panahi elabora una película que tiene mucho de mecanismo fílmico. En una escena brillante, cargada del humor que planea por todo el film, un anciano le describe a Panahi el sistema de bocinazos con el que se comunican los conductores que transitan por las estrechas carreteras que rodean el poblado. El sistema “tiene sus propias reglas”, afirma el viejo. Por su parte, la nueva película de Panahi también tiene las suyas: unas reglas en las que tiene más peso la alusión que el manifiesto, la sugerencia que la sentencia.