Víctor Esquirol (Festival L’Alternativa)
Llegados a 2020, resulta evidente que las estampas bélicas de la era moderna ya están completamente instaladas en nuestro imaginario colectivo. La televisión, el cine, internet y los videojuegos nos bombardean con ellas sin pausa, sin tregua. Así, cuando se nos presenta un plano aéreo en blanco y negro, en el que la cámara se mueve con agilidad, la memoria nos lleva automáticamente hasta las infames pantallas de los últimos Call of Duty, aquellas en las que, desde la comodidad (e insoportable frialdad) de la distancia, debemos aniquilar unos objetivos humanos reducidos a la categoría visual de puntos brillantes y borrosos. A partir del pilotaje de un dron, se empiezan a perfilar “las cosas que vendrán”, es decir, A Shape of Things to Come, la nueva película de J.P. Sniadecki y Lisa Marie Malloy, que participa en la Sección Oficial Internacional del festival L’Alternativa. El film se estructura a partir del seguimiento de Sundog, una suerte de loco ermitaño que vive al margen de la sociedad, y se articula como un ejercicio de no-ficción camuflado de cine de género: un cruce entre las historias de Debra Garnik y las realidades ocultas por las que se mueve Roberto Minervini. Personajes marginales nos descubren unos Estados Unidos igualmente arrinconados, o directamente atrincherados.
A Shape of Things to Come se presenta como un documental que opera cual western fronterizo de tintes pre-apocalípticos. Abandonamos el cielo y ponemos pie sobre la tierra ancestral de los pueblos nativos Hohokam y Tohono O’odham, en la frontera entre Estados Unidos y México, donde las patrullas de control dan cuenta de la inversión millonaria en el horror de la cacería humana. Y, en efecto, el seguimiento al que la dupla de directores somete a su protagonista tiene algo de mímesis con la idea del depredador que acecha a su presa. Es de noche y Sundog ha salido para procurarse algo de comer. De repente, entre la maleza, algo se mueve y ruge, aunque no queda claro si los sonidos provienen de un animal o si los emite la propia cámara. Si en Foreign Parts Sniadecki (en aquella ocasión asociado con Verena Paravel) amansaba las tensiones inherentes a la jungla de asfalto y barro del barrio neoyorquino de Queens, cimentando una relación de compadreo con sus protagonistas, aquí la interacción con Sundog aparece tocada por un halo de hostilidad.
Por si la apertura de aire militarista del film no había surtido efecto, la siguiente escena aguanta la mirada a una escena de caza que nos remite a los picos de violencia y crudeza de Safari de Ulrich Seidl. Esta es la verdadera carta de presentación de A Shape of Things to Come, una película que consigue esquivar la tentación del feísmo y el preciosismo (el terreno explorado invita a los extremos) para aplicarse en la búsqueda incesante de una autenticidad que no siente la necesidad de justificarse. Con esta actitud, seguimos a Sundog, cuyos tics y empeño artesanal trae a la memoria motivos tan irreconciliables como la figura del granjero Mick Taylor de la saga de terror Wolf Creek y la sabiduría salvadora del Franco Piavoli de L’orto di Flora. El nombre de Sundog, por cierto, podría hacer pensar en la némesis de la última estrella llegada al firmamento de Harmony Korine: el Moondog de The Beach Bum, cuyo hedonismo rezuma una cierta cultura urbanita del derroche.
A Shape of Things to Come perfila una cierta vuelta a los orígenes: la caza como herramienta de subsistencia, no como política migratoria. De fondo, unos aviones capaces de romper la barrera del sonido cortan el cielo, y torres de esqueleto metálico trufadas de dispositivos de video-vigilancia amenazan la armonía entre las personas y la tierra. Como en Snowpiercer de Bong Joon-ho o en Lazzaro felice de Alice Rohrwacher, vemos de frente las fauces del monstruo del progreso, cuyos supuestos milagros son a menudo el preludio de catástrofes imposibles de reparar. En este escenario, afloran las pulsiones más desesperadas de una bestia que se sabe acorralada, y el mayor mérito de Sniadecki y Malloy consiste en mantener una distancia que les permite observar sin dejarse arrastrar por los juicios de valor. Así mantienen un bienvenido equilibrio, que les permite adentrarse tanto en las sombras del ecoterrorismo (viene a la memoria Night Moves de Kelly Reichardt) como en la gloriosa conquista de una anhelada marginalidad.