Fernando Bernal (San Sebastián)

Desde sus cortometrajes, con el díptico formado por Zoom (2007) y Límites: 1ª persona (2009), hasta su debut en el largometraje con Mapa (2012), Elías León Siminiani ha ido trazando un recorrido cinematográfico muy definido, en el que esa primera persona a la que hacía referencia uno de sus primeros trabajos, es decir, sus propias palabras –las que pronuncia o escribe el director– se convierten en la voz omnisciente de los relatos. En esos trabajos, todo gira en torno a la intimidad del creador. De su forma de expiar el dolor y de encontrar la sanación a través de las imágenes. Y también de la manipulación de los recuerdos virtuales, generados a partir de los planos registrados por el propio autor, que al final convergen en su biografía y en sus recuerdos. Si en las obras anteriormente citadas esa reelaboración del discurso se propone a partir de la propia experiencia (el momento de la ruptura amorosa abordada desde distintos puntos de vista), en su segundo largometraje, Apuntes para una película de atracos (2018) –presentado en la sección New Directors del Festival de San Sebastián–, trata de cumplir con un sueño: dirigir un thriller sobre robos. La realidad, como sucede en su serie de televisión El caso Asunta (Operación Nenúfar) (2017), sale al paso del mundo privado del creador y lo anega.

El director, según confiesa a través de la voz en off (rasgo esencial de su caligrafía), fantaseaba con poder dirigir algún día un film al estilo de Rififi (1955), de Jules Dassin, con un blanco y negro glamuroso, que sonara a jazz elegante y con un punto de vista entre exquisito y refinado. Pero él, sin embargo, se encontró con la noticia de la detención de un butronero, que se hacia llamar El Robin Hood de Vallecas, y que cambió por completo el destino de la obra. Igual que en Mapa decidía dejarse llevar por Walk Out, la canción de Matthew Sweet, y dirigir su vida camino a la India (aunque no le durara mucho), en Apuntes para una película de atracos el detonante es el final de la carrera como atracador de este personaje al que en la noticia de su detención no se le ve la cara. En la imagen aparece tumbado en la acera, de espaldas, esposado, justo después de atracar una sucursal bancaria en el barrio de Usera en Madrid. León Siminiani comienza un trabajo de más de cinco años para conseguir acercarse al Flako, que es el sobrenombre con el que le gusta aparecer en el film al líder de “la banda de las alcantarillas”. Consigue visitarle en prisión y le convence, finalmente, para que sea el protagonista de su película de atracos. Mientras, el narrador-director y su pareja, Ainhoa, tratan de reconstruir la vida de su protagonista hasta ese momento. Y así la película se convierte en un hermoso (y emocionante) juego de espejos entre la vida del atracador y su mujer (fuera de plano ambos por motivos distintos) y la de ellos mismos, la de Elías y Ainhoa, siempre en plano, que convergen en el punto en común de la maternidad.

El clímax del relato se podría atisbar en el momento exacto en que este Robin Hood de barrio sale de la cárcel y acepta que el director ruede sobre él un documental. Sin embargo, eso sería derivar el film hacia lo esperado. El director comienza entonces a intentar mirar a través de los ojos del protagonista, algo que por momentos hace que el film pierda esa emotividad inicial que transmite, por ejemplo, su intento de seguir las húmedas huellas del Flako en las alcantarillas de Madrid o el nacimiento de su hijo. Sin embargo, aporta un nivel mayor de riesgo, al convertir ese mirada habitual y propia, centrada en el estilo afinado de la primera persona, en un relato a dos voces en el que irrumpe con fuerza otro protagonista. León Siminiani se va acercando al objetivo de su retrato, dibujando con un trazo fino su personalidad, aunque aparezca en pantalla con una máscara como si fuera unos ojos sin rostro. Y convierte el propio rodaje de la película (y su posterior proceso de montaje) en una suerte de laboratorio fílmico, donde todo sucede a la vista del espectador, donde no hay trucos, y donde la vida, o las distintas vidas, quedan retratadas en el momento. Como si fueran parte de una fotografía que comienza a revelarse gracias al líquido de nuestras miradas. Hay autores que solo se necesitan algunos apuntes para reconstruir la película de atracos que uno recuerda que vio cuando era un niño.