Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Tras conseguir el premio FIPRESCI con La vida y nada más (2017), Antonio Méndez Esparza vuelve a concursar en la Sección Oficial de San Sebastián con Courtroom 3H (Sala del juzgado 3H), una película que surge como una extensión del trabajo de preparación de la anterior. El cineasta español afincado en EEUU entró en contacto con una realidad social que le condujo directamente hasta el Tribunal de Familia Unificado de Tallahasee (Florida), un juzgado que resuelve casos en los que están implicados menores y sus progenitores. En lugar de utilizarlo como punto de partida de una ficción, el director decidió traspasar la puerta de la institución para instalar sus cámaras dentro de la sala, de donde no salen durante las casi dos horas que dura este documental.

La idea de la que parte Méndez Esparza es la indefensión de los ciudadanos. Por delante de su cámara desfila gente anónima que acude al tribunal a rendir cuentas de sus comportamientos frente al Estado, que se presenta como la maquinaria jurídica que debe decidir sobre sus destinos. Sobre ellos y sus historias personales se sustenta gran parte del peso del film. Pero en lugar de humanizar simplemente a una parte de la sala, el director también intenta capturar con su cámara la psicología, dudas y razonamientos de los funcionarios al servicio de la justicia. De este modo, se justifica la decisión radical de dedicar el arranque de la película a filmar, con un plano fijo, a la gente que acude a testificar, reproduciendo casi en todo momento el punto de vista que el juez tiene desde su estrado.

La primera parte de Courtroom 3H (Sala del juzgado 3H), tocada por el espíritu de los documentales observacionales del maestro norteamericano Frederick Wiseman, está dedicada a las vistas públicas. La cámara se centra en los acusados, que junto a sus abogados y la fiscalía exponen ante el juez los motivos por los que quieren conservar o renunciar a la custodia de sus hijos, que, en muchos casos, viven en régimen de acogida con familias voluntarias o en un centro. El siguiente bloque se interesa por los casos que no se han resuelto en las vistas previas, y en esa transición Esparza aprovecha para abandonar la mirada estática e introducir una mayor variedad de planos, algo que se acentúa aún más en el capítulo final, que recoge el caso de una mujer a la que niegan la custodia de su hija, y que se narra con una planificación y montaje propios del cine judicial.

El film asume su condición documental a través de su planificación, pero el montaje aprovecha muchas veces resortes de la ficción, que emanan de la humanidad que transmite el juez en sus parlamentos y sentencias, de unos abogados de oficio que cumplen muchas veces con el tópico cinematográfico, y sobre todo de los brutales testimonios que se muestran en pantalla. Personas al límite que tienen que escuchar cómo se habla de ellos, mientras se les vincula con términos como custodia, patria potestad, orden de alejamiento, visitas vigiladas o terapias psicosociales. Con su mirada fija, impasible, la cámara no les juzga, solo levanta testimonio de sus historias y también de las motivaciones que alegan para defender sus comportamientos.

El cineasta, que debutó con Aquí y allá (2012), se acogió a la libertad de expresión y prensa para registrar las vistas iniciales y luego aludió al derecho a la transparencia, que protege al individuo ante posibles abusos del Estado, para lograr grabar los dos bloques siguientes. Un empeño por cubrir la totalidad del proceso judicial que Méndez Esparza combina con un dispositivo que se muestra exigente, porque obliga al espectador a realizar un importante ejercicio de observación y análisis de las imágenes. De este modo, la narración va adoptando progresivamente una trascendente carga testimonial. A la postre, Courtroom 3H (Sala del juzgado 3H) consigue el propósito evidente de acercarnos a casos que no suelen tener ningún tipo de notoriedad pública, y a la vez transmite la angustia y el sufrimiento que se respiran en la atmósfera del juzgado.